Pocas semanas después del demoledor ataque contra las instalaciones nucleares de Irán, pocos días después de que Trump haya conseguido que Úrsula von der Leyen humille a Europa -firmando un «acuerdo» que impone a la UE barreras comerciales del 15% a cambio de aranceles cero para las mercancías norteamericanas- y casi al mismo tiempo que la Casa Blanca daba el visto bueno para que el gobierno de Netanyahu lanzara un plan para invadir la ciudad de Gaza e intensificar el genocidio… algunos medios de comunicación de nuestro país publicaban en sus portadas en papel titulares tan curiosos como «Estados Unidos y China reconfiguran el orden mundial», acompañados de análisis geopolíticos con encabezados como «Estados Unidos y China imponen su dominio: El pulso para reconfigurar el orden mundial expone con crudeza la supremacía de Washington y Pekín sobre el resto».
Junto a las posiciones que nos hablan permanentemente de «una nueva Guerra Fria» donde, como en el siglo pasado, dos superpotencias -EEUU y China- se disputan la hegemonía mundial, otras posiciones en la izquierda -señalando al «neoliberalismo», a «Occidente» o al «Norte Global» también contribuyen a borrar, difuminar o a confundir quien es el enemigo principal de los países y pueblos del mundo.
Porque ese enemigo no es otro que los Estados Unidos de América, que hoy ostenta de manera incontestable el papel de única superpotencia.
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¿Qué es una superpotencia?
La Teoría de los Tres Mundos formulada por el Partido Comunista Chino en los años 70 -una síntesis científica que parte del marxismo-leninismo para analizar la lucha de clases internacional- la aparición de superpotencias es un fenómeno peculiar fruto del desarrollo desigual particular tras la IIª Guerra Mundial, en el que EEUU surgió con una supremacía económica, política y sobre todo militar (con el monopolio sobre el arma atómica) muy por encima del resto de potencias imperialistas, no sólo de las derrotadas Alemania o Japón, sino de sus extenuados aliados, Inglaterra o Francia, que ya habían perdido tras la I Guerra Mundial su papel de cabeza del viejo orden mundial imperialista.
Poco después, la conversión a finales de los años 50 de la URSS socialista en su contrario -el socialimperialismo soviético- puso a disposición de su nueva clase dominante (la burguesía burocrática fascista surgida de las entrañas del PCUS) a los mandos de una enorme centralización de poder, convirtiéndose en los 60 en una nueva superpotencia que se lanzó a disputarle a sangre y fuego la hegemonía mundial a Washington.

La aparición de superpotencias no es el fruto «natural» o «inevitable» de las leyes del desarrollo del imperialismo descritas por Lenin. Son fruto de un desarrollo peculiar, particular, de una condiciones históricas específicas. No todas las potencias imperialistas pueden convertirse en superpotencias, ni el orden mundial está condenado a tener en la cúspide de su «cadena trófica» a una o a varias superpotencias.
De acuerdo a la definición de la Teoría de los Tres Mundos, una superpotencia se caracteriza por:
- “cuenta con un régimen estatal controlado por un capital monopolista extraordinariamente concentrado,
- se apoya en una fuerza económica y militar mucho más poderosa que la de otros países para realizar a escala mundial la explotación económica, la opresión política y el control militar,
- busca establecer para sí sola la hegemonía en el mundo entero
- y a este efecto prepara frenéticamente el desencadenamiento de una nueva guerra mundial”.
Tras la caída de la URSS, sólo EEUU cumple -sin discusión- todas y cada una de estas características. Es la única superpotencia, el principal explotador y enemigo común de todos los pueblos y países del mundo. Existe un abismo con el resto de potencias o grupo de potencias en cuanto a poder económico, político y militar.
Ocultar o desdibujar esta realidad bajo la idea de que el enemigo es “el fascismo y belicismo de Trump”, “Occidente” o el “Norte Global” son posiciones pro-hegemonistas que desvían la lucha de los pueblos al redil de los intereses de EEUU.
Vayamos a los hechos que lo demuestran.
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Sólo el hegemonismo norteamericano cuenta con un régimen estatal controlado por un capital monopolista extraordinariamente concentrado

El capital monopolista norteamericano posee el control absoluto, concentrado y centralizado sobre el Estado más poderoso del mundo. El PIB conjunto de la Unión Europea supone cerca del 18% del global, y es comparable al de EEUU (23% del PIB global). Pero mientras que las burguesías monopolistas europeas se reparten las cuotas de poder sobre las instituciones supranacionales de la UE, la burguesía monopolista norteamericana controla para sí sola todos los aparatos de una superpotencia.
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El máximo exponente de esta concentración de poder es el complejo militar-industrial norteamericano, la mayor concentración de capital del planeta, donde se entrelazan de manera orgánica no sólo la poderosa industria armamentística de EEUU (como Lockheed Martin, Boeing, Raytheon, Northon Grumman y General Dynamics), sino los grandes bancos y fondos de Wall Street, la industria tecnológica, etc… todos ellos en “unión” personal con el Pentágono. Ninguna otra potencia tiene nada semejante.
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Sólo EEUU se apoya en una fuerza económica y militar mucho más poderosa que la de otros países

La base económica de EEUU como superpotencia lo constituye el altísimo grado de concentración del capital norteamericano, inasequible para el resto de potencias imperialistas.
Las 6.500 corporaciones que cotizan en Wall Street suponen sólo el 0,02% de las 33 millones de empresas de EEUU. Y sin embargo, sus ingresos sumados suponen el 85% del PIB estadounidense, y emplean al 25% de toda la fuerza laboral de EEUU. Su núcleo duro, las primeras 500 corporaciones, concentran el 73% del PIB.

Pero el aspecto fundamental sobre la que descansa su hegemonía mundial es la incomparable y sideral ventaja militar de EEUU.
Ningún otro país del mundo cuenta con 200.000 efectivos y siete flotas desplegadas fuera de sus fronteras, en más de 800 bases militares en 80 países. En comparación, los 27 países de la UE cuentan con 25.000 efectivos y 40 bases.
El gasto militar de EEUU alcanzará en 2025 los 962.000 millones de dólares, aproximadamente el 40% del total mundial. Para igualarlo, deberíamos sumar a las siguientes diez naciones del ranking de gasto militar. En comparación el gasto sumado de todos los países europeos juntos es tres veces menor y supone el 15% del total mundial.
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Sólo EEUU tiene poder para realizar a escala mundial la explotación económica, la opresión política y el control militar.

EEUU es el principal explotador del planeta. Es el principal exportador de capital, pero es su poder como superpotencia lo que permite a la clase dominante norteamericana apropiarse de una parte de la plusvalía mundial muy por encima de su peso económico en el mundo.
Para ello se valen de amplio abanico de instrumentos de dominio, intervención y control:

- Solo EEUU goza del dólar como moneda de reserva internacional, lo que le permite financiar a sus bancos y monopolios, a sus gastos militares, apropiándose de una gigantesca parte del ahorro mundial. Pero además tiene instrumentos como el FMI, el Banco Mundial o las agencias de calificación para imponer sus políticas económicas.
- Además de que cuenta con un poderosísimo aparato de intervención, espionaje y “operaciones encubiertas” -una «Comunidad de Inteligencia» de 16 agencias-, sólo EEUU tiene la capacidad de vincular orgánicamente -desde dentro- los aparatos fundamentales de los Estados de otros países, creando «élites políticas dependientes» para intervenir y reconducir el rumbo de los países bajo su órbita de influencia.
- El hegemonismo norteamericano dispone además de una pléyade de aparatos ideológicos y de propaganda a su servicio -desde Hollywood a las redes sociales-, para crear climas de opinión según sus intereses.
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Sólo EEUU busca defender para sí sola la hegemonía en el mundo entero; y a este efecto desencadena frenéticamente guerras allá donde sus intereses están amenazados.
EEUU es -con mucho- la principal fuente de guerra y desestabilización del planeta, así como el principal factor de tensión internacional. De las 56 guerras y conflictos armados activos actualmente en el mundo, EEUU está implicado directa e indirectamente en unos 35 (63%). Desde 2001, las guerras de EEUU han causado 4,5 millones de muertes y han desplazado a 38 millones de personas.

EEUU alimenta sin cesar el cerco a China, la tensión en la Península de Corea o en los estrechos de Taiwán y de Malaca. Impulsa, junto con Israel, el genocidio en Gaza y las permanentes agresiones contra Irán, Líbano, Siria o Yemen.
Está detrás directa o indirectamente de la práctica totalidad de los conflictos en el continente africano, desde la ocupación marroquí del Sáhara, la guerra civil sudanesa, las matanzas genocidas en RD. Congo, Somalia, Chad o Etiopía, así como detrás de los grupos yihadistas en el Sahel.
Ha estado, en las últimas tres décadas, detrás de golpes de Estado “duros”, “blandos” e injerencias en América Latina (desde Brasil a Ecuador o Argentina), en países árabes (primaveras árabes, 2011) o en Ucrania (Euromaidan 2013).
EEUU, especialmente durante los mandatos de Trump, pero también con los demócratas, ha impulsado una “internacional de la extrema derecha”, arietes de los proyectos más agresivos de su capital financiero.
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Un frente contra el enemigo principal y común
Bajo una ensalada surtida de significantes vacíos -el «neoliberalismo», el «poder de las finanzas», o «la dictadura de los mercados»- los representantes del revisionismo en España y en el mundo ocultan al hegemonismo norteamericano, impidiendo con ello que los pueblos luchen contra su dominio, desviando las luchas populares cuando no encuadrándolas por cauces que sirven a los intereses de la superpotencia.
El hegemonismo norteamericano es el enemigo principal y común de todos los países y pueblos del mundo. Es la única superpotencia, son los principales explotadores y opresores.
Contra este enemigo debemos concentrar el fuego de la lucha, forjando un frente antihegemonista mundial que una todo lo unible contra el poder de la superpotencia
Sólo partiendo de manera clara y diáfana de esta cuestión podremos derrotarlo, librándonos de su ominoso yugo.


