Una admiradora de Mussolini está al frente de Italia, un país del G7 y tercera economía de la zona euro. Un autócrata iliberal, amigo de Putin y enemigo de los derechos de las mujeres, los migrantes, el colectivo LGTBI y la prensa crítica, lleva desde 2010 al frente de Hungría. Francia lleva más de una década viendo cómo la cabeza de la oposición y permanente candidata de la segunda vuelta de las elecciones es la ultraderechista Marine Le Pen. El gobierno de la derecha sueca gobierna con el apoyo de una extrema derecha que hace dos días era neonazi. Y en Alemania, grandes movilizaciones protestan contra el «plan maestro» antiinmigrantes de los ultras de Alternativa para Alemania, que ya son los segundos en intención de voto a escala federal.
Sí, la ultraderecha en Europa está en ascenso. Y sí, son un peligro para las libertades y derechos de todos.
De marginales a los parlamentos
Es un hecho que nadie puede pasar por alto. La extrema derecha ha pasado de ser un actor marginal en la política europea a liderar, participar o a ser el apoyo decisivo de varios gobiernos europeos.
De los 458 millones de europeos, 248 millones (el 54%) viven en países con ejecutivos conservadores, más o menos influenciados por el discurso y las políticas de la extrema derecha, y de ellos, 75 millones (16%) bajo gobiernos de, donde participa, o apoyados externamente -de manera decisiva- por la extrema derecha.
En la práctica totalidad de los países de la UE la ultraderecha -con sus discursos ultranacionalistas, xenófobos, antiinmigración, ultrareligiosos, antifeministas, antiLGTBI, reaccionarios y casi siempre negacionistas- ha pasado de ser una corriente marginal, con poca o nula representación parlamentaria, a estar fuertemente representada en los hemiciclos, estando entre las cinco fuerzas más votadas con horquillas de representación que pueden variar desde el 5% al 20%.
Los ultras en el gobierno
Si hablamos de la ultraderecha en el gobierno, es obligado empezar por la Italia de Giorgia Meloni, que ha conseguido que su ejecutivo -junto al otro ultra, Matteo Salvini y el ya fallecido Berlusconi- se «legitime» en Europa y en el G7. ¿Cómo lo han hecho? Aunque han aplicado su agenda ideológica ultra contra los migrantes, se han dedicado a poner por delante su programa económico -neoliberal, conservador y privatizador- bien asesorado por el anterior primer ministro, el tecnócrata Mario Draghi, bien conectado con la oligarquía romana, el establishment de Bruselas… y los centros de poder financieros de Wall Street.
El otro gran gobierno de extrema derecha en Europa -ahora que las elecciones en Polonia han logrado defenestrar a Ley y Justicia- es el de Viktor Orbán en Hungría. Casi quince años al frente de Budapest, acumulando sanciones a sus políticas iliberales, sus ataques a las libertades y derechos -de los migrantes, mujeres o LGTBI, entre otros- y sus constantes ofensivas contra la prensa o la independencia de la Justicia.
La extrema derecha en la oposición
Es también preocupante el fortalecimiento de la extrema derecha en las dos principales potencias de la UE. Desde 2017, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas ha sido un trágala donde los ciudadanos han tenido que elegir al malo (el enarca Emmanuel Macron) para no tener que elegir a la peor, la ultraderechista Marine Le Pen y su programa ferozmente racista y xenófobo. Hasta ahora , el llamado «cordón republicano» contra la extrema derecha ha contenido su asalto al Elíseo, pero en una Francia permanentemente envuelta en grandes protestas contra un detestado Macron, representante de la oligarquía gala, Le Pen está buscando permanentemente pescar incautos. Así se pudo ver en la lucha de los chalecos amarillos o en las recientes movilizaciones del campo.
Salvando las distancias, algo similar pasa en Alemania, donde la extrema derecha de Alternativa por Alemania, AfD, hace tiempo que crece en las encuestas al mismo tiempo que radicaliza su mensaje antiinmigración y anti-Unión Europea. Son ya los segundos en intención de voto a escala federal, y todos los sondeos indican que en las próximas elecciones regionales de septiembre en Sajonia, Turingia y Brandenburgo, tres länder de la antigua RDA, se harían con el primer puesto y más de un 30% de los votos.
Y la mancha se extiende: el gobierno de Finlandia gobierna junto a la ultraderecha del Partido de los Finlandeses. En Suecia el ejecutivo conservador depende del apoyo (externo, pero decisivo) de los ultras y ex-neonazis de Demócratas de Suecia. En Países Bajos, el Partido por la Libertad del ultraxenófobo Geert Wilders es ya la opción más votada, aunque el cordón sanitario le priva de gobernar. En España el Partido Popular cohabita con Vox en varias comunidades autónomas
La extrema derecha no sólo gana peso y se consolida. Su discurso e ideario se asienta como un limo tóxico, al adoptarlo otras fuerzas para tratar de recuperar espacio. Así, la ley de inmigración recientemente impulsada por Macron en Francia con los votos de la ultraderecha fue celebrada por Marine Le Pen como una «victoria ideológica». Y el reciente Pacto Migratorio acordado en la UE -que «socava aún más el derecho de asilo y los derechos humanos», según las ONGs humanitarias- se nota nítidamente la influencia y el peso de los gobiernos de Italia o Hungría.
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No, no viene el fascismo. Y sí, son peligrosos
Muchas voces en la izquierda nos alarman ante la posibilidad real del ascenso del fascismo, como en los años 30 del siglo XX. ¿Es esto así?
No, no estamos ante el peligro del ascenso del fascismo, por más que estos grupos y partidos de ultraderecha defiendan ideas fascistas. Ninguna oligarquía del continente tiene en su agenda un cambio de régimen hacia uno basado en el totalitarismo, la fuerza y el terror como instrumento de dominio.
No lo necesitan. Las clases dominantes solo recurren a regímenes fascistas cuando su poder es abiertamente desafiado, cuando es necesario un periodo de terror y sangre para aplastar a un movimiento popular y revolucionario que les mueve la tierra bajo los pies. Este no es el caso en la actualidad, en ningún país de la UE.
Pero sí, el avance de estos gobiernos y partidos de ultraderecha representa un peligro real y tangible, nada despreciable, para las libertades y derechos de amplias capas de la población: desde los migrantes a las minorías étnicas, desde las mujeres al colectivo LGTBI, desde la libertad de opinión y de protesta a varios derechos fundamentales.
No, no estamos ante el peligro del ascenso del fascismo, por más que estos grupos y partidos de ultraderecha defiendan ideas fascistas.
Sí, estamos ante una una extrema derecha que hace avanzar su extremadamente tóxica agenda ideológica -xenófoba, ultrareaccionaria, identitaria- y su programa económico, siempre ultraneoliberal, privatizador y promonopolista, siempre a favor de los intereses de los grandes capitales, siempre hostil a las clases populares y trabajadoras.
Es necesario no tolerar ni un paso atrás en materia de derechos y libertades. Es necesaria una ofensiva política, organizativa, ideológica y cultural para contestar todas sus ponzoñosas ideas, sus tóxicos discursos, para desenmascarar su verdadero carácter. Los ultras no son más que los rabiosos perros de presa de las oligarquías financieras.