En uno de sus once principios de propaganda, el ministro nazi Joseph Gobbels destacaba la gran utilidad de la transposición: «acusar a tu adversario de tus propios errores y defectos».
El embajador de Israel ante la ONU, Gilad Erdan dio una clase magistral de esta técnica al sacar, delante de todos los diplomáticos de la Asamblea General de la ONU, una pequeña trituradora eléctrica… y acto seguido meter en ella, visiblemente nervioso, la Carta de Naciones Unidas.
En un nuevo sainete victimista, afirmó que «este día va a quedar registrado en los anales de la infamia». Lo que han hecho es un «regalo» para Hamás, «los Hitler de nuestro tiempo».
El motivo de tan hiperventilada actuación de Gilad Erdan es que la Asamblea General de la ONU acababa de aprobar por amplísima mayoría —143 votos a favor, nueve en contra, entre ellos los de Israel y EE UU, y 25 abstenciones— una resolución que insta favorablemente al Consejo de Seguridad (que es quien puede hacerlo) a reconocer al Estado Palestino como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas.
Independientemente del destino de esta moción en el Consejo de Seguridad -donde EEUU la triturará en absoluta soledad, como ha hecho otras veces, triturando un poco más su credibilidad- la moción de la Asamblea General amplia los derechos de Palestina como Estado observador en la ONU, aunque con límites: le da voz, pero no voto, en la Asamblea (y no en el Consejo, el órgano ejecutivo de la organización).
Aunque la votación de la Asamblea no es vinculante, y cuentan con el superpoder del veto de EEUU, el acto tiene un gran calado simbólico y moral, y muestra cómo a pesar de todo su poder político y militar, económico y propagandístico, tanto EEUU como Israel hace tiempo que han perdido estrepitosamente la «batalla del relato» -en la opinión pública mundial e incluso entre amplios sectores de su propia población- en lo que se refiere al genocidio en Gaza.
La trituradora del ultrasionista Gilad Erdan -uno de los halcones más duros del Likud, mano derecha de Ariel Sharón y luego de Netanyahu- también tiene un alto simbolismo.
Pocos ejemplos gráficos mejores que una trituradora para ejemplificar cómo un Estado nacido de una resolución de la ONU el 14 de mayo de 1948 -en el momento en el que Naciones Unidas estaba bajo la égida de una recién nacida superpotencia norteamericana, recién salida de la II Guerra Mundial- se ha embarcado en una cruzada para triturar la ONU (que décadas después refleja una correlación de fuerzas mucho más acorde al naciente mundo multipolar en que vivimos), y agencias como la UNRWA o la Corte Penal Internacional.
La superpotencia norteamericana y su perro de presa israelí necesitan triturar -a todas horas- la legalidad internacional, porque para defender su hegemonía, para salvaguardar sus intereses y perseguir sus imperativos estratégicos la ONU y los derechos humanos.
También necesitan triturar las vidas de miles y miles de inocentes, triturar los cuerpos de los niños indefensos en Gaza, triturar los derechos y libertades de un pueblo palestino que lleva 76 años soportando un criminal régimen de guerra, apartheid y opresión.
Esta es su naturaleza depredadora, trituradora, infinitamente explotadora y opresiva. La superpotencia norteamericana -y por ende su extensión en Oriente Medio, el gendarme israelí- es la principal fuente de guerra, miseria, tiranía y dolor del planeta.
Pero como la ridícula trituradora manual que esgrimía el embajador israelí, la voracidad del Imperio y de su mastín sionista son muy superiores a su capacidad. Por más brutal que sea su poder de destrucción, se ven crecientemente incapaces de gobernar los asuntos mundiales.
Palestina vive hoy una hora de dolor y muerte. Y sin embargo, en su momento más oscuro, la lucha del pueblo palestino -honda y viva desde el río hasta el mar- se remueve resuelta.
En su hora más trágica, la justa causa de Palestina por su independencia, por la vida, la paz y la prosperidad, por tener un Estado propio en el que cisjordanos y gazatíes puedan vivir y prosperar en su tierra, su aire y su agua… da más pasos adelante que en veinte años.
En la hora más negra, la inmensa mayoría de los países y pueblos del mundo claman contra el genocidio israelí, denuncian a Washington e Israel y gritan, más que nunca: ¡Viva Palestina libre!
Y no hay trituradora que pueda cambiar eso.