Dicen que reírse es sano. Pero no es lo mismo el oder de la risa que la risa del poder. Y a veces un gesto vale más que mil palabras. No estamos hablando de payasos como Charly Rivel, que nos hacía reír con su semblante invadido por una extraña tristeza, o de Payasos sin Fronteras, que van allá donde los niños han perdido la sonrisa. O de los payasos de la Fundación Theodora que se recorren los hospitales alegrando a los niños ingresados y a sus familiares. Este tipo de risa es muy sana y necesaria. Luego está la risa del poder, el que desde las alturas ve a los demás como simples puntitos negros, la de la opulencia. Es la risa con la boca llena de muslo de faisán de los señores feudales, son las risas de las Azores de Bush, Aznar y Blair con los tirantes, el puro y los pies encima de la mesa en pleno bombardeo de Bagdad, las risas de los diputados del PSOE en un pleno sobre la crisis. La risa del poder. Son las risas con las que don Emilio Botín nos obsequió ayer en una rueda de prensa con motivo de unas declaraciones suyas comparando la crisis con la enfermedad de un niño que se ha complicado con el tiempo. Unas carcajadas con carácter de clase. Don Emilio debe está contento, y no puede disimularlo, se le nota. Su reunión con Zapatero habrá dado sus frutos. Pero hacer chascarrillos sobre la crisis nos muestra su absoluta falta de moral. Es el que se ríe de las desgracias ajenas pero saca provecho de ellas y además las provoca. Es tomar el pelo a los millones de personas que sufren las consecuencias de la recesión económica, esos ciudadanos que viven y trabajan para que este señor se enriquezca año tras año. Los payasos de la tele hicieron reír a varias generaciones de españoles pero el señor Botín, don Emilio, no tiene ni puta gracia Pero Botín es de otro mundo, es como E.T. el extraterrestre, está a otro nivel impensable para el resto de los mortales, simples mercancías de usar y tirar. Un mundo reducido donde sólo puede entrar lo más selecto, la flor y nata de la sociedad, el mundo de los fabulosos beneficios y de los grandes negocios. Un mundo de tiburones donde quien se ríe es porque está pensando en clavarte un puñal por la espalda. Un mundo feliz.