El Consejo de Ministros de Exteriores, reunido en Bruselas bajo la batuta de Josep Borrell, Alto Representante de Política Exterior de la UE, ha impuesto sanciones a cuatro dirigentes chinos por las graves violaciones de derechos humanos cometidas por el gobierno de Pekín contra los uigures, una minoría étnica de origen túrquico y religión musulmana en la región de Xinjiang, al nororeste del país. Se trata de las sanciones más duras impuestas por la UE a China desde la crisis de las protestas Tiananmén en 1989, y forman parte de una ofensiva diplomática conjunta: EEUU, Reino Unido y Canadá han impuesto sanciones similares a estos altos funcionarios por las mismas razones.
La reacción de China, que considera celosamente lo tocante a Xinjiang, lo mismo que lo referente a Hong Kong o a Taiwán, como «asuntos internos», no se ha hecho esperar. Pekín ha impuesto sanciones contra cinco europarlamentarios y cuatro entidades, incluido el Comité Político y de Seguridad del Consejo de la UE.
Estas medidas no se toman en un momento cualquiera. Aunque las sanciones son «quirúrgicas» y no van dirigidas a China en su conjunto, y aunque las relaciones diplomáticas entre la UE y Pekín son fluidas, se producen apenas tres meses después de que la Unión Europea concluyera -a pesar de las protestas de Washington, que estaba en el delicado y turbulento momento del traspaso de poderes entre Trump y Biden- un gigantesco acuerdo de inversiones con el gigante asiático. En 2020, año del azote de la pandemia, China se convirtió en el primer socio comercial de la UE.
La preocupación por la situación de los derechos humanos en algunas regiones de China es plenamente legítima, y está justificada por no pocos informes. Más de un millón de miembros de la minoría musulmana uigur han sido internados en campos de reeducación, según la ONU, y según Amnistía Internacional se producen graves vejaciones contra esta minoría étnica.
Pero al tratarse de la Unión Europea, resulta cuanto menos llamativo que a la hora de tomar el camino de las sanciones, siempre vayan en una misma dirección. Siempre son sanciones contra gobiernos díscolos, hostiles u oponentes geopolíticos del gendarme del otro lado del Atlántico, la superpotencia norteamericana.
La UE no ha propuesto ninguna sanción contra altos funcionarios del tiránico régimen alauita de Marruecos, a pesar de que las violaciones de los derechos humanos contra su propia población (represión del movimiento popular rifeño, 2017) o ahora mismo contra la población saharaui en el Sáhara Ocupado están plenamente documentadas. Tampoco ha tomado el camino de las sanciones contra los sátrapas de la familia real saudí, o del resto de petromonarquías de los países del Golfo, por su responsabilidad directa en la guerra genocida contra Yemen (con 233.000 muertes, la mitad niños, según la ONU). Ni mucho menos ha emprendido este castigo nunca contra ningún gobernante o militar del Estado de Israel, a pesar de las continuas violaciones de los derechos del pueblo palestino, de los convenios de Ginebra y de las resoluciones de la ONU.
Tratándose de la Unión Europea, resulta cuanto menos llamativo que siempre imponga sanciones contra gobiernos díscolos, hostiles u oponentes de la superpotencia norteamericana.
La UE ha impuesto graves sanciones a Venezuela y reconoció al autoproclamado presidente Guaidó, pero no ha tomado ninguna sanción contra la descarada maniobra del corrupto y proyanqui presidente haitiano, de perpetuarse ilegalmente en el poder. Y ni una palabra ante la deliberada destrucción del proceso de paz en Colombia por parte del reaccionario gobierno de Iván Duque, ni ante las más de 6.000 ejecuciones extrajudiciales -los llamados «falsos positivos»- de sus Fuerzas Armadas contra civiles inocentes.
Ni qué decir tiene que los golpes de pecho en cuanto a la defensa de los valores universales y los derechos humanos brilla por su ausencia en lo que a política migratoria se refiere. Europa mira hacia otro lado cuando todos los meses miles de personas mueren ahogadas intentando llegar a sus costas, lo mismo que se lavó las manos cuando cientos de miles de refugiados de Siria y Oriente Medio se congelaron de insolidaridad en campos como el de Moria.
El doble rasero, la doble vara de medir de la diplomacia europea tiene una razón de ser. El alineamiento de la UE con los intereses hegemonistas de EEUU, que durante la era Trump quedó relegado a un segundo plano, vuelve a activarse con la llegada de un nuevo emperador.
El nuevo presidente de los EEUU quiere que Europa se implique mucho más vigorosamente en la defensa del orden mundial norteamericano, y en el hostigamiento contra su principal oponente geoestratégico: China. Washington ha tocado diana y la diplomacia de la UE se pone firme.
Carlos dice:
https://youtu.be/0UdgjRXI1E8
Carlos dice:
Esto es completamente denigrante para los derechos humanos https://youtu.be/3EwqYiW3isg. Pero claro, la UE podía hablar también de Marruecos, Haití, Myanmar….
Carlos y sus 4 pdfs dice:
https://youtu.be/f-q5FLtlUOI. Las relaciones yankee-chinas. Recordad, Chuck Norris no esquiva las balas, las balas esquivan a Chuck Norris
Carlos dice:
https://youtu.be/f-q5FLtlUOI. Aquí las relaciones entre los yankees y los chinos. Y recordad, Chuck Norris no esquiva las balas, las balas esquivan a Chuck Norris
Carlos dice:
Hombre, si yo estoy de acuerdo con lo principal del artículo, pero esta vez voy a hacer de abogado del diablo de Borrell y es que los chinos cuando se ponen bestias, no hay quien les gane. A los nacionalistas de Shangai o a los uigures les mandan al ejército armado hasta los dientes. Que si, que tanto Tiananmen como los nacionalistas están promovidos por la CIA, pero es matar moscas con tanques. Hala Borrell, guapo, ahora denuncia lo del Sáhara