Con la muerte en Londres, hace ya casi cuatro años, de Guillermo Cabrera Infante desaparecía el último miembro de la gran trilogía narrativa cubana del siglo XX. Su obra quizá no tenga la dimensión histórica de la de Carpentier (artífice del realismo mágico) o el esplendor de la de Lezama Lima, pero aportó nuevas dimensiones igualmente valiosas a la gran literatura americana que se escribe en español. Si Carpentier asoció la literatura a la música y Lezama a la poesía, Cabrera Infante la llevó al cine, al cabaret y a otros espectáculos del siglo XX. Y lo hizo con un lenguaje propio, menos barroco, más juguetón, más sensual y burlón, más acorde con el cálido universo habanero que su obra recrea.
La memoria es nuestra verdadera máquina del tiemo. Con ella, podemos volver a vivir lo vivido. Aunque, por suerte o por desgracia, sólo podemos vivirlo en una dimensión: la del recuerdo.Cabrera Infante, antes de morir en su exilio londinense, hizo muchos viajes en su peculiar “máquina del tiempo”, y luego los convirtió en relatos, que son algunas de las novelas esenciales del siglo XX: como “Tres tristes tigres” o “La Habana para un infante difunto”.Ahora, de forma póstuma, el gran escritor cubano nos continúa deleitando con otra de esas aventuras de su memoria prodigiosa, que al recordar recrea y al escribir inventa el lenguaje y reinventa la realidad. En “La ninfa inconstante”, editada en España en octubre del año pasado por Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, Cabrera Infante mantiene el tono y el lenguaje de sus grandes obras, aunque dirige su mirada hacia un argumento nuevo. Ambientada en La Habana de los años cincuenta –esa ciudad única y desaparecida, que él ha recreado con una minuciosidad y exuberancia prodigiosas–, la novela cuenta la historia de amor truncado de un crítico de cine maduro y casado y una adolescente bellísima –Estela–, una verdadera “lolita” habanera, “tan ajena a su encanto como a la moral”, narrada en primera persona. Esa voz narrativa, de un Cabrera Infante apenas disfrazado, nos lleva de la mano por el Vedado de finales de los 50, por los “nights clubs”, por los cabarets, por los restaurantes, por las salas de cine, por las casa de huéspedes, por la redacción de “Carteles” (la mítica revista de cine en la que Cabrera colaboró entes de abandonar Cuba), acompañado casi todo el tiempo por el poeta Roberto Bradly, testigo y cómplice de una aventura abocada al fracaso.Esa voz, repleta de cacofonías, distorsiones, juegos de palabras, humor y citas, rememora y desgrana aquel verano tórrido que “no fue sólo un verano de felicidad, sino un verano todo de miseria y furia y fuego”.“La ninfa inconstante” corrobora que leer a Cabrera Infante sigue siendo uno de los mayores placeres de nuestra lengua. Y para ponerle los “dientes largos” al lector, aquí dejamos uno de los párrafos del libro:“ Una cosa era notable en Estelita: llevaba el sexo literalmente a flor de piel. La piel dulce, con labia en su cuerpo. Grandes labios, breves labios. Su sexo no sólo estaba entre sus piernas, sino que se extendía por todo su cuerpo como una segunda piel -o como su verdadera piel, aquella que revelaba su vestido, pero la piel oculta también. Era, de veras, de lo más perturbador. Nunca toqué la carne de Estela, porque siempre se interpuso su piel, su frontera…