Cuando en el año 2000 el Partido Popular austriaco (OVP) se atrevió a romper un tabú y se prestó a gobernar con la ultraderecha del Partido de la Libertad (FPO) de Jörg Haider, una formación fundada por un antiguo miembro de las SS, el escándalo en Europa fue mayúsculo. La UE llegó a imponer sanciones a Viena, aunque sólo estuvieron unos meses en vigor.
La realidad hoy es muy distinta. La extrema derecha está, participa o apoya desde fuera a multitud de gobiernos nacionales -Italia, Hungría, Polonia, Finlandia, Suecia- y regionales. Su peso político se consolida o aumenta -Le Pen en Francia, Vox en España- y en países como Alemania el auge de la violencia de la ultraderecha ya se considera como el principal problema de seguridad nacional.
No estamos ante la amenaza del fascismo. Ninguna clase dominante europea tiene en su agenda un cambio de régimen hacia uno basado en el totalitarismo, la fuerza y el terror como instrumento de dominio.
Pero sí ante una extrema derecha que hace avanzar su extremadamente tóxica agenda ideológica -xenófoba, ultrareaccionaria, identitaria- sus ataques a las libertades y derechos ciudadanos (especialmente a las minorías) y su programa económico, siempre ultraneoliberal, privatizador y promonopolista, siempre a favor de los intereses de los grandes capitales, siempre hostil a las clases populares y trabajadoras.
Es una realidad. De los 458 millones de europeos, 285 millones están bajo la égida de ejecutivos conservadores, y de ellos, 112,5 millones bajo gobiernos de, donde partipa, o apoyados externamente -de manera decisiva- por la extrema derecha. Y en la práctica totalidad del resto de los países de la UE, la ultraderecha -con sus discursos ultranacionalistas, xenófobos, antiinmigración, ultrareligiosos, antifeministas, antiLGTBI, reaccionarios y casi siempre negacionistas- gana fuerza y se consolida.
En las dos principales potencias europeas, Alemania y Francia, todavía se mantiene formalmente el «cordón sanitario» contra la extrema derecha de Le Pen o de Alternafiva por Alemania (AfD), pero comienzan a verse grietas. AfD ha conseguido en los últimos años representación en todos los parlamentos regionales, obteniendo la segunda plaza en algunas regiones, y la victoria de la ultraderecha en Turingia, que se hace con el gibierno del lander más pequeño del antiguo Este alemán (57.000 habitantes), a pesar de que todos -desde la CDU a la izquierda, apoyaron a su oponente- supone un punto de inflexión en la política alemana.
Es la primera vez que en Alemania la extrema derecha se hace con una administración, un éxito simbñolico y un paso más en la «normalización» de sus tóxicos postulados. Una ultraderecha que se ha convertido en la principal amenaza para la seguridad en Alemania, por encima del terrorismo islamista según destacó este martes el ministro del Interior, Horst Seehofer. De los 44.692 delitos que se cometieron en Alemania por razones políticas o ideológicas, más de la mitad (23.604) se atribuyen a la extrema derecha
Los ultras en el gobierno
Pero si hay un país donde la extrema derecha ha conseguido «legitimarse» en tiempo récord es Italia. Tal y como se esperaba, Giorgia Meloni, junto al otro ultra Matteo Salvini y el recientemente fallecido Berlusconi, han cogido el programa económico -neoliberal, conservador y privatizador- del tecnócrata Mario Draghi y lo han aplicado con algunos arreglos, eludiendo las sanciones de la UE y recibiendo (en lo principal) lo que más ansía la clase dominante italiana: la gestión milmillonaria de los Fondos Europeos Next Generation. Por supuesto que han aplicado su agenda ideológica ultra contra los migrantes, pero han hecho de la gestión económica su principal bandera, pasando de ser un partido proscrito… a uno más.
Por supuesto, si hablamos de extrema derecha en el gobierno hay que destacar a Viktor Orbán en Hungría y de Ley y Justicia en Polonia, que acumulan lustros al frente de Budapest y Varsovia, y sanciones de la UE por sus políticas iliberales, sus ataques a las libertades y derechos -de los migrantes, mujeres o LGTBI, entre otros- y sus constantes ofensivas contra la prensa o la independencia de la Justicia.
La mancha se extiende
Pero se suman más ejemplos. Una Finlandia que ha pasado de estar gobernada por la socialdemócrata Sanna Marin a estarlo bajo el conservador Partido de la Coalición Nacional, que ha dejado entrar en el gobierno a a formación de extrema derecha Partido de los Finlandeses. Un caso muy similar al de sus vecinos suecos, donde los socialdemócratas perdían el gobierno en favor del conservador Kirstersson, con el apoyo (externo, pero decisivo) de los ultras y ex-neonazis de Demócratas de Suecia (SD).
La terna nórdica quizá se complete con Holanda. En el pasado, el halcón neoliberal Mark Rutte -azote de los países del sur de Europa y defensor de la austeridad y la disciplina fiscal sangrienta contra los PIGS- no tuvo reparos en apoyarse en el Partido por la Libertad (PVV) del ultraxenófobo Geert Wilders. Ahora parece estar tentado de hacerlo con el tambien ultraderechista Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB, por sus siglas neerlandesas), convertido este año en la primera fuerza del Senado de los Países Bajos.
En Grecia, del vertedero de los ilegalizados Amanecer Dorado, se reciclan elementos como Vasilios Stigkas, presidente del partido de extrema derecha Espartanos que vuelve al parlamento heleno, junto a los ultranacionalistas de Solución Griega, los fundamentalistas cristianos ortodoxos de Niki. Juntas, estas tres formaciones rozan el 13% del voto emitido. La mitad del voto (7%)que tienen los ultras portugueses de Chega!, que sin embargo les convierte en la tercera fuerza política del país.
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¿Que viene el fascismo?
El fascismo es la «dictadura terrorista del capital monopolista», un régimen donde -a diferencia del régimen democrático burgués- las oligarquías financieras imponen su poder de clase por el terror y la fuerza, por el totalitarismo y el control en primera instancia mediante los aparatos represivos: el ejército, la policía, y especialmente la policía política. Un régimen de terror donde no se admite siquiera la existencia de las clases, de la lucha de clases y donde todo derecho de los trabajadores y el pueblo es aplastado.
Las clases dominantes solo recurren a este tipo de régimen cuando su poder es abiertamente desafiado, cuando es necesario un periodo de terror y sangre para aplastar a un movimiento popular y revolucionario que les mueve la tierra bajo los pies. Este no es el caso en la actualidad, en ningún país de la UE.
No, por lamentable que sea el avance de la ultraderecha no estamos ante el auge del fascismo. No, no está en la agenda de ninguna oligarquía europea la imposición de un régimen fascista.
Se usa el lógico rechazo al auge de los ultras… para que no nos fijemos en los se benefician, las burguesías monopolistas, que suelen optar por dominarnos mediante opciones menos agresivas
Y esto no quiere decir que la ultraderecha no sea peligrosa, ni que no deba ser una prioridad combatir sin cuartel su tóxico y demagógico discurso, sus ideas extremadamente reaccionarias, sus agresiones a las libertades y la democracia. Por supuesto que la extrema derecha es el ariete para introducir en el debate político europeo cuestiones que otra fuerza no se atrevería, y para dividir y enfrentar a las clases populares entre sí.
Pero se usa el lógico rechazo al auge de la extrema derecha para que nos fijemos en los ultras… y no en los que se benefician de sus políticas, las burguesías monopolistas, que suelen optar por dominarnos mediante opciones menos agresivas, como la socialdemocracia o la derecha tradicional. Al lado de la ultraderecha, estas opciones se nos presentan como el «mal menor» ante el que debemos resignarnos.