* Esta crónica está extraída y se basa en las palabras con las que el escritor Vicente Vercher introdujo el libro en el acto de presentación
El pasado jueves 6 de noviembre, La Cantina de Ruzafa —sede del Ateneo21 en Valencia y convertida en Centro de Voluntariado tras la DANA del 29 de octubre de 2024— acogió la presentación del libro ‘La lluvia nunca cae en línea recta’, una antología coral nacida del desastre. Coordinado por Cándido Solaz y Elena Torres, el volumen reúne textos e ilustraciones de 22 escritores y 12 artistas gráficos que, desde la pluralidad, reconstruyen la huella humana de aquella tormenta que marcó un antes y un después en la Comunitat Valenciana.
La elección del lugar no fue casual. En los días posteriores a la DANA, aquel espacio se transformó en un centro neurálgico de ayuda, impulsado por Unificación Comunista de España, Recortes Cero y el restaurante La Cantina. Donde antes se servían platos y se celebraban asambleas, se convirtió en un centro de voluntariado y una cocina solidaria desde la que partieron camiones con alimentos hacia más de cincuenta pueblos afectados. Allí, entre ollas y cajas, nació el espíritu que hoy anima también al libro: el de una comunidad capaz de organizar el caos y responder al olvido.
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Una antología que nació del barro
‘La lluvia nunca cae en línea recta’ es mucho más que un título poético. Es una declaración de intenciones: la certeza de que la vida, como la lluvia, no sigue trayectorias previsibles. Su objetivo es doble: articular recuerdos y heridas tras la catástrofe y recaudar fondos para la reconstrucción de la librería Bufanúvols de Catarroja, gravemente dañada por las inundaciones.
El resultado es un mosaico de voces y estilos que van del poema breve al microrrelato, de la prosa lírica a la crónica emocional. No hay unidad formal, sino un hilo temático que atraviesa todas las piezas: la fragilidad, la pérdida, la solidaridad. En sus páginas conviven la crudeza del testimonio y la delicadeza de la metáfora. Algunos textos excavan en la intimidad del duelo, otros se visten de ironía o de imágenes luminosas que rompen la tensión.
Esa diversidad, como subrayan sus coordinadores, es tanto virtud como límite: la suma de sensibilidades enriquece el conjunto, aunque a veces la multiplicidad de voces diluya la intensidad de ciertas piezas. Pero el valor de la obra trasciende la literatura: su sentido ético y comunitario compensa cualquier irregularidad formal.
“La cultura también puede ser un dique contra el olvido”
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Ruzafa, escenario y símbolo

Entre los muros que un día albergaron talleres y fábricas, y donde todos los días se siguen sirviendo platos y organizando alternativas sociales y políticas, el público aplaudió el nacimiento de una obra solidaria. El ambiente tenía algo de celebración íntima, de reencuentro entre quienes compartieron aquellos días de lluvia interminable.
En su intervención, Vicente Vercher, escritor y editor valenciano, recordó cómo el 29 de octubre la DANA cambió el pulso del barrio:
“En cuestión de horas, el agua se llevó coches, casas, animales y esperanzas. Pero también se llevó algo más difícil de recuperar: la calma, la rutina, el suelo bajo los pies”.
Vercher evocó la transformación de aquel lugar en un centro de voluntariado volcado en ayudar a las víctimas de la DANA como ejemplo de resiliencia colectiva: “Donde antes se servía vino, se apilaban botellas de agua; donde sonaban risas, se oían teléfonos y cajas cerrándose. Y, sin embargo, el espíritu era el mismo: cocinar es cuidar, y cuidar es resistir”.
El acto alternó lecturas, breves intervenciones de los autores y la proyección de imágenes tomadas durante los días posteriores a la tormenta. Varios de los participantes subrayaron el carácter simbólico del lugar: presentar allí el libro era cerrar un círculo, devolver la palabra al espacio donde surgió la acción.
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Literatura que alimenta

En un tiempo en que los gestos solidarios suelen perderse entre titulares, ´La lluvia nunca cae en línea recta’ recupera la dimensión tangible de la cultura. Cada ejemplar vendido contribuye a la recuperación de un espacio de lectura —la librería Bufanúvols— y reafirma la idea de que los libros también pueden alimentar.
Esa conexión entre la literatura y la acción social fue el eje de la presentación. Eva del Amo, cocinera del restaurante ‘La Cantina’, recordó los primeros días del centro de ayuda: “No sabíamos por dónde empezar, pero sabíamos que había que hacerlo. Y, de alguna manera, la gente apareció sola. Como la lluvia: sin pedir permiso, pero trayendo vida”.
La solidaridad tiene un sabor propio, el mismo que se percibe en los caldos y panes que La Cantina sigue sirviendo. El mismo que sigue recorriendo todas las iniciativas del Centro de Voluntariado que ha adoptado el nombre de ‘La Cantina’, un local que es, al mismo tiempo, centro cultural, restaurante y sede política.
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Una obra que documenta y repara
Desde el punto de vista estético, la antología destaca por su sensibilidad mediterránea: el olor del barro, el rumor del agua, la textura de las puertas abiertas, la barca varada. Son detalles que convierten lo local en símbolo, que transforman la catástrofe meteorológica en metáfora del desorden emocional y social.
Algunos poemas manejan la elipsis y la imagen con gran eficacia, mientras que ciertos relatos breves adolecen de cierta inmediatez, fruto quizá de la urgencia con que se escribió el libro. Pero esa inmediatez es también testimonio: el desorden formal refleja el temblor de la experiencia vivida. Como apuntó uno de los participantes, “no hay tiempo para pulir cuando se escribe desde la emergencia”.
“Cocinar es cuidar, y cuidar —como escribir— es resistir”
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La lluvia que sigue cayendo

Al cerrar el acto, Cándido Solaz recordó que la DANA dejó heridas profundas, pero también una red invisible de afectos:
“Este libro no pretende cerrar nada, sino mantener abiertas las puertas. La lluvia volverá, pero ahora sabemos cómo responder”.
Entre aplausos, los asistentes compartieron un brindis sencillo, vino y pan, como en los primeros días del voluntariado, con la sensación de que, a veces, la cultura puede hacer de dique frente al olvido.
Porque, como su título sugiere, la lluvia nunca cae en línea recta. Se desvía, busca caminos, rebota, limpia. Y en cada uno de esos desvíos hay una historia, un gesto de resistencia, un acto de amor.

