El aumento en el costo de la vida afecta este año a numerosos países en todo el mundo; pero no es general, y mientras en algunas naciones se ha disparado hasta tasas no vistas en décadas (España entre ellas), otras economías consiguen escapar a ese problema. Porque esta inflacción extendida tiene causas comunes, pero la gestión de cada gobierno influye en los diferentes impactos que sufre cada país.
«Todo, desde un galón de gasolina a un pan, cuesta más», admitió el presidente Biden tras conocerse el último reporte del Índice de Precios al Consumidor. La inflación norteamericana es ya la más alta de los últimos 39 años.
Iberoamérica y África tienen también de media en 2021 altísmas cotas de inflación, y aunque es algo que vienen sufriendo de hace décadas, esta vez es un problema más generalizado.
«Estados Unidos es el país desarrollado con la inflación más intensa», titulaba un reportaje de la BBC. Los aumentos se generalizaron en todos los sectores, y es particularmente marcado en energía, vivienda, alimentación y automoción.
También Alemania, el motor económico de Europa, ha batido su plusmarca de las tres últimas décadas y alcanzó un 5,4 de subida de precios, Francia sufre su mayor subida en 10 años, Gran Bretaña, Italia, por encima del 5%; Lituania se va al 9,3%, en Ruisa, otro 8%; en Turquía se disparó hasta un 36%; España está en un 6,5%…
Un fenómeno extendido y que presenta causas comunes.
La pandemia paralizó la producción y distribución de mercancías, que una vez relanzada ha provocado atascos en las cadenas de suministro que transportan los productos por los mares del planeta. Hay una «crisis de los contenedores», con barcos esperando semanas en los puertos para descargar sus productos y un disparado aumento en las tarifas del transporte marítimo. Es más caro hacer llegar los productos a las tiendas, y estos suben de precio.
Especialmente conocida es la carencia de suministro de chips y semiconductores que ha ralentizado la fabricación de automóviles en varias naciones.
Hay más demanda que chips se fabrican, y casi toda la producción depende de apenas cuatro países (Taiwan un 21,4%, Corea 20,4%, China 15,3%, y Estados Unidos fabrica otro 13%). Y la mayor parte de toda esa fabricación en manos de tan solo cuatro grandes compañías. Hay una hiperconcentración que ha generado un cuello de botella.
Ahora bien, aún por encima de este atasque de la distribución y escasez de algunos suministros claves, está la subida del precio de la energía. Especialmente el gas. Y esto sí que repercute en la cadena de producción y transporte, trasladándose el incremento de precios a todas las mercancías
En EEUU los precios del combustible se dispararon un 59,1% en el último año. Y los precios de la energía en general subieron un 30% en el periodo de 12 meses. En España la luz se disparó un 300%, Alemania sufre escasez de energía y el gas es su principal importación.
Los efectos de la inflación no afectan a todos los países por igual
Excepciones notables
Ahora bien, hay muy importantes excepciones. Un amplia zona tanto productora como exportadora no sufre la inflación en la misma medida: Corea del Sur (2,5%), Taiwán (1,96%), China, la segunda economía mundial, concluyó el 2021 con una inflación de 1,5%, el nivel más bajo desde agosto pasado.También, solo un 0,5%.
La grandes fábricas del mundo no tienen el problema de desabastecimiento citado, han sufrido mucho menos la pandemia tratando con más medios la enfermedad, y sobre todo la energía tiene un precio controlado por el peso del sector público en su generación. Japón interviene directamente subvencionando el precio del petróleo que importa.
Y en Europa, por contraste a España, también Portugal o Grecia escapan al problema de la inflación.
En Portugal el 80% de los contratos no dependen de la fluctuación del mercado diario, sino que tienen firmado un precio fijo anual.
En Grecia, su ministro de energía explicaba que «las intervenciones que hemos hecho como Gobierno superan como subsidios los 130 euros por megavatio hora. Y por supuesto, habrá nuevas medidas de apoyo». Con este precio del megavatio/hora en Grecia era, en diciembre el más barato de Europa, un tercio menor que en España.
Ni el dinero ni los sueldos
Ocultando estas diferencias se generaliza como si el problema de la inflación afectase igual a todos los países. Y además se difunden otras teorías para justificar que los sueldos no suban o el Estado no intervenga:
La congelación o moderación salarial aumenta las ganancias de los monopolios… pero no detiene la inflación.
La culpa es del exceso de dinero. Se achaca la inflación al ingente volumen de dinero que los bancos centrales han insuflado a sus naciones para paliar la Pandemia. Esto no es así de mecánico. Con la crisis de 2008, el crecimiento de la oferta monetaria se aceleró hasta el 9,6% anual, y sin embargo la inflación del IPC se desaceleró hasta el 1,8% anual. Que depende más bien de cómo se invierte el dinero parece más exacto.
Se nos intenta convencer que los salarios no deben subir para que no haya una «espiral inflacionista», donde la subida de salarios vuelva a hacer subir las mercancías. Pero sabemos desde que lo aclaró Marx que «un aumento general en la tasa de los salarios daría como resultado una caída de la tasa general de ganancia, pero no afectaría los precios de las mercancías». La producción capitalista aumenta la productividad del trabajo, se producen incesantemente más unidades por trabajador abaratando el valor de las mercancías. Existe una tendencia a que los precios de los productos básicos bajen. Y el aumento de salarios se puede dar cargándolo a los beneficios sin afectar al precio de las mercancías.
De hecho suben los salarios generales en multitud de ramas industriales mientras vemos caer el precio de numerosos productos antes exclusivos o prohibitivos para la mayoría, y ahora de consumo generalizado (móviles, ordenadores, automóviles…).
Desatar el nudo
El principal componente en la subida de los precios al consumo proviene del sector eléctrico. A noviembre de 2021 y respecto a 2020 la subida es estratosférica: un 46,7% más.
También hubo una subida en gasóleos y gasolinas, que en el periodo de un año ya supera el 30%.
Si se descuentan estas subidas de precios del sector de la energía, la inflación se quedaría en un 1,7 y no habría pérdida de poder adquisitivo para la mayoría.
El principal componente en la subida de los precios al consumo proviene del sector eléctrico, seguido de los combustibles. En ambos sectores la inflación se traduce en gigantescos beneficios monopolistas
Además, el impacto de la inflación sobre los ingresos de los monopolios variará según el sector económico y su capacidad para repercutir el aumento de los costes en los consumidores finales.
Es decir, según la fuerza que tengan algunos grupos económicos pueden repercutir la subida de precios al resto de la sociedad, convirtiendo en beneficios extraordinarios lo que son pérdidas para los demás.
Así el sector eléctrico no ha dejado de acumular ganancias multimillonarias aún incluso durante la Pandemia.
Los grandes monopolios de la electricidad, el gas y los carburantes, tienen la capacidad de endosarle todos los costes a los trabajadores y consumidores (familias, pymes, empresas industriales) y ganar así un 9% anual.
Como hemos visto, en numerosas naciones le han puesto coto a esto y tienen así las inflaciones más bajas del planeta.
Hay una solución exigible.
Carlos dice:
«la inflación está en el exceso de dinero», huy no veas, a mí me sobra pasta por un tubo, me haré 5 chalets en la moraleja. Sobre lo de Marx no me he enterado un pimiento, a ver si lo traducis al castellano. Hala, que hay que ser positivos https://youtu.be/WCkM-L-VC9s
Carlos dice:
Jojojo https://youtu.be/egsBh77Wzjs