“Aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos”.
Esta es la definición de genocidio. Esto es lo que viene sufriendo el pueblo palestino desde hace 76 años y con mayor intensidad en los últimos siete meses, con una brutal ofensiva en la Franja de Gaza, acompañada con una espiral de violencia y apartheid en Cisjordania.
Los victimarios son el Estado de Israel, siempre gracias al incondicional apoyo económico, político y militar de la superpotencia norteamericana. La fuente de la ignominiosa impunidad de Tel Aviv para perpetrar cientos de crímenes de guerra diarios -sin molestarse en esconderlos, retransmitidos en directo no sólo por sus víctimas sino por los propios soldados hebreos- no es otra que Washington, que tiene en Isarel su gendarme militar en Oriente Medio.
Desde que el pasado 7 de octubre Hamás perpetrara sus execrables ataques terroristas, las fuerzas israelíes han masacrado a mas de 33.000 personas en Gaza, una cifra conservadora que asciende a los 41.500 si contamos los cadáveres sin rescatar que hay bajo el océano de escombros que hoy es Gaza. Entre ellos hay cerca de 16.000 niños, una cifra que supera a la de todos los menores muertos en todos los conflictos bélicos del mundo en los últimos cinco años.
Ahora la hambruna compite con las bombas. El férreo bloqueo militar israelí, unido a los ataques de las IDF a las organizaciones humanitarias y a los convoyes de suministro de alimentos, está poniendo a dos millones de gazatíes al borde de la muerte por inanición. Las indescriptibles imágenes de niños famélicos acuchillan las conciencias de todo el planeta.
La dimensión de este horror genocida ha alcanzado tal magnitud que ha generado una avalancha de condena y rechazo en la opinión pública mundial contra los verdugos, con gigantescas movilizaciones contra la guerra en todo el planeta. Unas protestas especialmente multitudinarias -por razones evidentes- en los países musulmanes, con millones de personas movilizándose en Indonesia, Turquía, Irak, Irán, Yemen, Argelia, Marruecos y en muchas naciones africanas… pero que también son masivas en los países europeos, en Japón o Australia, y también en América Latina.
La lucha contra el genicidio en Gaza y por la solidaridad con Palestina es extraordinariamente masiva en el vientre del opresor. EEUU no vivía un movimiento antibelicista de esta magnitud, con marchas de medio millón de manitestantes en Washington, desde la guerra de Vietnam, y con protagonismo no sólo de la minoría árabe-estadounidense, sino de una fuerte comunidad judía pacifista que al grito de «no en nuestro nombre», clama contra un Estado de Israel que cometen contra los palestinos los mismos crímenes que los nazis perpetraron contra sus abuelos.
El 70% de los jóvenes en EEUU está en contra no sólo de la guerra, sino del apoyo militar de EEUU a Israel, un rechazo que a medio año de las elecciones norteamericanas, pesa como una losa en la ya mermada popularidad de un presidente demócrata al que le hacen escraches al grito de «Genocide Joe».
A pesar del dolor, a pesar del horror, a pesar del más cruento genocidio de la historia reciente, debemos tener claro esto: son los pueblos los que avanzan, y son el Imperio y su criminal sicario sionista los que retroceden.
Más significativo aún es la lucha contra el genocidio en las propias arterias de la bestia. Al grito de «Liberad a los rehenes» y «alto el fuego ya», una valiente minoría de izquierdistas y pacifistas, acompañados de buena parte de los familiares de los secuestrados y asesinados por Hamás, no ha dejado de manifestarse cada sábado en Israel, frente a la residencia de Netanyahu, sin arredrarse ante los golpes y la represión de la policía. Comenzaron siendo unos pocos cientos, pero en las útimas dos semanas han conseguido que sendas manifestaciones de más de 100.000 personas en Tel Aviv clamen por el fin de la guerra y la dimisión del gobierno más incendiario, fanático y ultraderechista de la historia del país.
A pesar del dolor, a pesar del horror, a pesar del más cruento genocidio de la historia reciente, debemos tener claro esto: son los pueblos los que avanzan, y son el Imperio y su criminal sicario sionista los que retroceden. EEUU e Israel están cada vez más aislados, más señalados y denunciados por un clamor mundial, por una vasta mayoría de países y de gentes que exige no sólo detener esta guerra genocida en Gaza, sino sentar de una vez por todas las bases de una paz justa para los palestinos, con un Estado Palestino independiente, libre y próspero, que pueda algún día vivir en concordia y armonía con todos sus vecinos, incluidos los israelitas.