El próximo 25 de abril toda Europa contendrá sin duda el aliento. Las elecciones presidenciales francesas se han convertido en una prueba de fuego sobre la pervivencia misma del proyecto de unidad europea y sobre si las fuerzas xenófobas y ultraderechistas que campan por Europa pueden ganar las elecciones en una potencia europea.
Hace muchos meses que las elecciones presidenciales de Francia están señaladas en el calendario político como un momento crucial, no solo para el país galo, sino para toda Europa. La posibilidad de un triunfo del Frente Nacional, que hace unos años era a todas luces inviable, ya nadie lo descarta por completo. De imposible pasó a improbable, y ahora, tras los sorprendentes éxitos del Brexit y de Trump, la amenaza ha devenido real. De hecho ya casi nadie pone en duda que es muy posible que el partido de Marine Le Pen gane la primera vuelta, por delante de los partidos tradicionales. Pero, además, hay un nuevo factor que añade incertidumbre a la situación: la evidente «sintonía» entre muchos mensajes del FN y las políticas que promueve Trump resulta cada vez más alarmante. Y no se trata solo de los mensajes contra la inmigración o las tesis xenófobas y racistas, sino que también ahora ambos comparten un mismo designio sobre Europa: acabar con la Unión Europea. Le Pen ha dicho que va a defender a Francia de sus enemigos, y entre ellos ha señalado destacadamente la UE. Y Trump ha invitado con todo descaro a los países europeos a seguir el camino del Brexit. Y aún más allá de todo esto, el FN y Trump comparten un mismo análisis y un mismo diagnóstico: «la UE es un vehículo de Alemania», «Alemania explota a Europa». De hecho el despegue electoral del FN coincide con la ruptura del eje franco-alemán, la nueva «hegemonía alemana» sobre Europa y el resentimiento y la humillación de los franceses ante el nuevo poder alemán. ¿Podría darse una conjunción del FN con la nueva administración americana para asaltar el Elíseo? A priori no se puede desechar.
Que esta posibilidad ha conseguido sembrar el temor en el seno de los cuarteles de la burguesía monopolista gala lo demuestra el tremendo baile que estamos viviendo en los partidos tradicionales para dar con un candidato ganador… en la segunda vuelta. El primero que se descartó y se hizo a un lado fue el presidente Hollande, cuyo desprestigio alcanza cotas históricas. La segunda batalla se dio en el seno de la derecha entre Sarkozy y Fillon. Ganó Fillon (católico y muy conservador) y enseguida se aupó a la condición de favorito presidencial. Pero sus opciones duraron lo que dura un suspiro. Un escándalo de corrupción, hábilmente sacado a tiempo, ha puesto su candidatura contra las cuerdas. En dos semanas pasó de favorito a quinto. Fillon ha intentado resistir, pero a cada nuevo paso por mantener su candidatura, la prensa y la fiscalía han estrechado el cerco. En el momento de escribir este artículo, la derecha francesa ya baraja abiertamente la posibilidad de sustituir al desacreditado (y previsiblemente encausado) Fillon por Alain Juppé, otra figura desgastada pero con más opciones, y que en todo caso intentaría que los restos de la derecha «gaullista» no fueran completamente laminados. Con Juppé incluso habría alguna posibilidad de ganar.
Por su parte, la batalla en la izquierda también ha sido descarnada. El favorito, el primer ministro Valls, que a priori partía como previsible y lógico ganador, fue derrotado en las primarias del Partido Socialista por un candidato izquierdista, con escasas posibilidades electorales. Nadie baraja ya en Francia la opción de que el PS llegue a la segunda vuelta.«La posibilidad de un triunfo del Frente Nacional, que hace unos años era a todas luces inviable, ya nadie la descarta por completo»
Y entre las cenizas de estos desastres, a izquierda y derecha, aparecía de golpe el «tapado» Macron, un hombre que fue ministro de Economía de Hollande y dimitió, un liberal en economía y centrista en política, procedente de la ENA (la factoría tradicional de la élite política francesa) que aporta los factores de juventud, sorpresa y novedad (frente a los partidos tradicionales, odiados por la mayoría de los franceses), un hombre que es una incógnita (por no tener no tiene ni un programa electoral definido) pero a quien, llegado el momento, podrían votar electores tanto de la derecha como de la izquierda. Macron ha conseguido además, en los últimos días, el apoyo del centrista Bayrou, un hombre con cierto crédito político que le podría aportar en la primera vuelta los votos suficientes para que Macron llegara al «momento de la verdad» (la segunda vuelta) con verdaderas opciones de vencer al FN. De hecho, las encuestas le dan a Macron casi el 60% de los votos en el caso de que se llegase a un «mano a mano» final entre él y Marine Le Pen.
¿Logrará de nuevo el sistema electoral a doble vuelta francés frenar al Frente Nacional? ¿Será finalmente Macron el hombre que necesita la burguesía gala para no despeñarse por el abismo? ¿Entrará Trump a saco en el proceso electoral, como elefante en cacharrería? Las incógnitas se amontonan sobre una Francia que vive una crisis de una profundidad abismal.
Como en el caso del Brexit y la elección de Trump, hay un factor «intangible» que sin duda puede dar un vuelco a todos los pronósticos y hacer realidad lo imposible. Tal factor es el «tamaño» del desencanto, del rechazo, del hartazgo, del desengaño de los franceses hacia sus «élites políticas» y hacia las políticas que han aplicado esas élites (antes, pero sobre todo durante la crisis) y que han dado pie a la situación general de «desmoronamiento» que se vive y se percibe actualmente en Francia.«La búsqueda de un candidato ganador… en la segunda vuelta… está dinamitando a los desacreditados partidos tradicionales»
Tal desmoronamiento no es solo una sensación «subjetiva» de la gente, sino la consecuencia de una serie de factores reales, entre los que podríamos citar: la ruptura del eje franco-alemán y el sometimiento de Francia al nuevo poder de Alemania, la pérdida general de competitividad de los productos franceses en el exterior (Francia ha pasado de representar el 4,5% del comercio mundial al 2,5%), la crisis general de la agricultura (un sector que todavía representa un 15-20% del voto), el aumento de la violencia interior, la incapacidad de asimilar a la inmigración (la segunda y tercera generación están menos integradas que la primera), la insignificancia cultural de Francia (algo que en el pasado era un timbre de orgullo), las dificultades para reformar el Estado y modernizar la administración, la gigantesca deuda externa y la debilidad financiera… Todos estos factores sumados están en la base de ese sentimiento general de «desmoronamiento» que se ha apoderado de la sociedad gala y que hace posible que puedan calar con cierta facilidad los mensajes del Frente Nacional, que ha elegido dos «enemigos» a los que culpar de todos los males de Francia y los franceses (Europa y la inmigración), y promete devolver a Francia la «grandeza» del pasado y el bienestar que «le ha robado la UE» (es decir, Alemania). Y, remedando a Trump y su «América primero», el FN hace gala de su eslogan «los franceses primero», sentando las bases ideológicas no para una expulsión indiscriminada de inmigrantes, sino para rebajar sus derechos, y someterlos y explotarlos más y mejor.
No cabe duda que una victoria del FN desencadenaría una tormenta sin precedentes en Europa. La arquitectura actual de la UE sería insostenible; es impensable hablar de una Unión Europea donde no estuvieran ni Francia ni Inglaterra. Si se cumple además su propuesta de volver al franco, el euro quedaría con seguridad herido de muerte. De ahí a la disolución de la UE solo es cuestión de tiempo. Y con ello se cumplirían los sueños tanto del actual inquilino de la Casa Blanca… como de Putin, a quien la desaparición de la UE le vendría de perlas para poder volver a intervenir a sus anchas en el este de Europa. La UE desaparecería, tanto como potencia global como factor regional de cohesión, dejando a sus miembros al albur de sus acuerdos particulares con las verdaderas grandes potencias.
Con todo, no se puede aún dar por sentado que Washington vaya a acabar jugando de pirómano de Europa en este momento. Como con tantas otros anuncios hechos por Trump, ya es la hora de diferenciar los tuits explosivos del presidente de la política real que va a llevar adelante la Casa Blanca. Y de hecho, ya, la reciente visita del vicepresidente Pence a Europa ha servido para matizar, e incluso contradecir, muchos de los mensajes incendiarios de Trump. Pence reafirmó en Bruselas el compromiso de EEUU con la defensa (defensa, eso sí, que ahora tendrán que pagar los europeos) y con la unidad de Europa. ¿Palabras de mero compromiso o anuncio de un cambio de política? No tardaremos en saberlo. Las propias elecciones francesas serán sin duda un buen termómetro para aclararlo.
lagarto juancho dice:
Trump ha cambiado y reorganizado toda la «cadena imperialista» ninguneando a los alemanes.Ésto tendrá que analizarlo UCE,bien analizado en su nueva línea ideológica y política,donde pone cosas como «El hegemonismo norteamericano es el que domina en España y en puesto subordinado Alemania»…….ya Alemania ni subordinado ni nada de nada
lagarto juancho dice:
«Alemania explota a Europa» y otros mensajitos han hecho que Alemania pase de ser un virrey de los EEUU a la más miserable nada.Después de «la Europa de los Pueblos»,que incluso atacaba a Francia,cuestionándole su territorio y el dominio alemán sobre Europa,no es raro que los franceses se quieran marchar del euro y partidos como el Frente Nacional cobren importancia
Mae dice:
Un análisis extraordinario