Los improperios que el presidente francés ha lanzado contra AUKUS, la nueva alianza militar auspiciada por EEUU, se han escuchado en las antípodas, en Australia. París, la gran potencia militar de la Unión Europea post-Brexit, se ve ninguneada por Washington, que ha frustrado un millonario contrato de venta de submarinos convencionales, acordado desde hace años entre París y Canberra.
Como casi todo el mundo, Macron se enteró del nacimiento de AUKUS por la prensa. El Eliseo está iracundo por la decisión de Australia de retirarse del acuerdo de compra de submarinos franceses de propulsión convencional, diésel -por valor de 65.000 millones de dólares (56.000 millones de euros)- en favor de submarinos estadounidenses de propulsión nuclear. Pero está aún más furioso por el ninguneo que esto significa. La ‘grandeur’ ya no cuenta demasiado en el Pentágono.
Washington negoció el acuerdo AUKUS en secreto con Londres y Canberra, y no sólo no ha tenido escrúpulos en frustrar un enorme negocio para la industria militar gala, sino que tampoco ha contado con Francia para el nuevo acuerdo militar, a pesar de su notable peso militar -con 52.700 millones de dólares de gasto en defensa, el octavo en el ranking mundial- y de que tiene territorios coloniales en el Pacífico Sur, como Nueva Caledonia y la Polinesia francesa.
El Eliseo ha protestado enérgicamente contra esta humillación, llegando a un gesto inusual en las largas y no siempre fáciles relaciones diplomáticas entre Francia y EEUU. París ha llamado a consultas a sus embajadores en Washington y Canberra, y el gobierno francés ha empleado palabras extremadamente duras como “traición”, “brutalidad”, “duplicidad, desprecio y mentira” para referirse a la actuación de EEUU y Francia. El ministro francés de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, ha llegado a comparar el comportamiento de Joe Biden con el de su predecesor, Donald Trump, «pero sin los tuits».
François Heisbourg, consejero del think tank galo Fundación para la Investigación Estratégica, advierte de la anomalía que supone que EEUU haya “practicado la diplomacia secreta, como antes de la guerra de 1914, y en perjuicio de un Estado aliado”. “¿Usted se imagina que Francia, Italia y Alemania acordasen una alianza de defensa de la que España estuviese no solamente excluida, sino que no se la hubiese informado?”, dice Heisbourg, y luego pone el dedo en la llaga. “Lo que duele, en este asunto, no es simplemente la pérdida de decenas de miles de millones de euros, lo que ciertamente es desagradable, sino que se le diga a Francia: No les tratamos como aliados». “Es el mundo de los depredadores. Estados Unidos, de Barack Obama a Donald Trump y ahora Joe Biden, está en esta línea, más dura y más transaccional. No era solo Trump”, asegura el analista.
Si para dar avances en el cerco antichino, armando a Australia con 8 submarinos nucleares, hay que humillar a Francia, se hace. EEUU no tiene aliados, sino imperativos geopolíticos. Y ninguno más importante que contener a Pekín
«Sentimiento de humillación en Francia, que había firmado un importante contrato para suministrar 15 submarinos convencionales a Australia. Emmanuel Macron ha sido puesto en ridículo por EEUU cuando faltan seis meses para las elecciones presidenciales francesas. El siglo XXI parece regirse por el lema: ‘Si te he visto, no me acuerdo’ ”, escribe el siempre perspicaz Enric Juliana en La Vanguardia.
Y efectivamente, es una reveladora humillación. Una que pone de manifiesto varias cuestiones estructurales en la actual arena internacional.
Una es que «EEUU no tiene aliados, sino intereses», y que la superpotencia -sean con las formas groseras de Trump, sean con los mejores modales de Biden- no está dispuesta a someter a consideración diplomática alguna sus imperativos estratégicos. Y no hay ninguno más importante que la contención de China.
Si para dar avances en el cerco antichino, armando a Australia con 8 submarinos nucleares, hay que humillar a Francia, se hace. «París bien vale una misa», dijo un rey protestante que hubo de convertirse al catolicismo para poder gobernar. «El cerco a China bien vale un París», parece decir ahora Biden.
Otra es que se pone de manifiesto, una vez más, el cada vez más residual papel de Europa -y particularmente de Francia- en el mundo. El centro del tablero geopolítico ya se ha desplazado al área del Asia-Pacífico, y Europa y sus viejas potencias ven menguar, año tras año, su capacidad de influir en la arena internacional. Su papel de comparsas de la superpotencia en la defensa de la hegemonía estadounidense y del viejo orden mundial unipolar les pasa una factura cada vez más costosa.
Y la tercera conclusión son las crecientes dificultades que encuentra la línea Biden para desplegar su estrategia de contención de China, para enrolar a unos aliados europeos que tienen tupidas relaciones económicas con el gigante asiático, y que se muestran reticentes a seguir a Washington en la defensa intransigente de sus imperativos geoestratégicos.
El fiasco de la retirada de Afganistán, junto con la crisis de los submarinos provocada por el nacimiento de Aukus, impulsan las voces que -en los mentideros de París y Berlín- aseguran que Europa ya no puede confiar en EEUU, y que afirman que mejor le iría a la Unión Europea si se dotara de una defensa autónoma.