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La gran coalición PP-PSOE

Los amantes de la política-ficción, un género en auge, han elaborado una conjetura muy seductora sobre el futuro gobierno del país, cuyo único inconveniente –y también su gran acierto- es que por el momento es tan indemostrable como la Teoría de Cuerdas, la de las realidades superpuestas. Según el relato que corre de boca en boca y del que ha dado cuenta algún que otro manifiesto, el principio del fin del bipartidismo – debido tanto al auge de formaciones hoy minoritarias como a la irrupción de nuevos partidos- allanaría el camino a una indeseable gran coalición a la alemana en la que ya estarían trabajando PP y PSOE.

El guión de la profecía, como se verá, no es inocente. Conviene especialmente a las fuerzas a la izquierda del PSOE, que habrían encontrado el antídoto al llamado ‘voto útil’, que elección tras elección ha venido machacando sus expectativas electorales. Pero también ha sido puesta en circulación por algunos sectores del PSOE, cuyo futuro no muy lejano es enfrentarse en unas primarias para elegir al candidato de las presidenciales de 2015. Como ideólogo de esta grosse koalition estaría Rubalcaba, cuyo artero plan se pretendería desenmascarar antes de que fuera demasiado tarde.

El relato no sólo no es imposible sino que, a priori, contaría con las bendiciones de muchas fuerzas vivas, gruesos de los nervios no ya por una eventual ingobernabilidad sino ante la posibilidad de que una alianza de los partidos de izquierda pudiera desandar la senda neoliberal por la que el país discurre a galope tendido, cuando no al trote cochinero impuesto por Rajoy.

Lo que sí parece es improbable. Y por varias razones. La primera emanaría de unas encuestas que a día de hoy, pese a recortar fuertemente la intención de voto del PP y abundar en el hundimiento del PSOE, contemplaría otras posibles coaliciones de gobierno. Según estos sondeos, sería posible sobre el papel una coalición del PP con UPyD, del PSOE con IU e, incluso, del PSOE con UPyD, dada la condición ambidiestra del partido de Rosa Díez.

La segunda razón tiene que ver con la experiencia pasada. Lo más parecido a un experimento de este tipo se dio en Euskadi, con los socialistas en el Gobierno y los populares dando apoyo parlamentario a Patxi López en el Parlamento vasco. Se trataba de frenar la ola soberanista a la que se había subido el PNV, un objetivo que podría tener similitudes a otro nivel con lo que acontece hoy en Cataluña. El resultado final fue desastroso: el PNV suma hoy más diputados que socialistas y populares juntos y eso sin contar con que la irrupción de Bildu y sus 21 escaños convierte en irrelevante la presencia de los llamados partidos constitucionalistas. La peor parte se la llevó el PSE.

Otra gran coalición pudo darse en Cataluña, cuando Montilla ignoró la presión de Zapatero –se supone que alentado por Rubalcaba- para que no reeditara el tripartito y se aviniera a un pacto con CiU, que al menos entonces era de derechas. La explicación que se dio para ignorar a Ferraz fue que el electorado socialista no entendería jamás un pacto semejante, tan “antinatural”, se dijo, como lo sería el del PSOE y PP en el conjunto del Estado. Es verdad que a raíz de aquel período el PSC es un espectro, pero no por un solo motivo.

La experiencia alemana tampoco es muy alentadora para el PSOE. Sus colegas del SPD, que habrían podido gobernar con los Verdes y el Partido de la Izquierda, renunciaron a hacerlo por su odio a Lafontaine y aún no se han recuperado de la primera grossen koalition con Merkel, que se les merendó de una sentada aprovechando que Schröder ya había hecho a la CDU el trabajo sucio de los grandes recortes. Si ahora han repetido es para ganar tiempo y algo de influencia, sin contar con que cualquier parecido entre los democristianos alemanes y el nacional-catolicismo del PP es pura coincidencia.

De vuelta a la profecía, suponer que Rubalcaba prepara una gran pacto de gobierno con Rajoy es mucho suponer. De entrada, hay que imaginarle políticamente vivo después de las elecciones europeas, donde una derrota dolorosa posiblemente se lo lleve por delante. Una victoria por la mínima y de penalti tampoco le daría muchas opciones en las primarias, ya sean abiertas, cerradas o mediopensionistas. Agotado como tiene su crédito, si llegara a presentarse, es más que probable que las bases socialistas le agradezcan los servicios prestados y le den una palmadita en la espalda. Todo lo más.

Con el tiempo que aún resta para las generales y lo caprichosa que es la política, cualquier ficción es posible. Lo que es una certeza es que si el PSOE renunciara a la oportunidad de conformar un gobierno de izquierdas y se echara en brazos del PP habría cavado a sus pies la fosa de las Marianas.

Sólo ante un caso de emergencia nacional sería planteable esa extraña alianza, pero el riesgo de que Portugal nos declare la guerra para recuperar Olivenza es remoto. Cambiar las reglas del juego, modificar una Constitución anquilosada, dibujar un nuevo Estado que pueda ser aceptado por todos no es una emergencia sino una necesidad imperiosa que habrá que acometer tras las elecciones. Para todo ello hace falta una inteligencia que algunas veces florece en política de manera natural pero que ninguna gran coalición presta.

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