La era de los descubrimientos despertó fuerzas de una magnitud desconocida, y que la humanidad ignoraba que existían
Cuando la nave “Victoria”, comandada por Juan Sebastián Elcano, arriba a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522, no solo se había culminado la primera vuelta al mundo, una gesta ya de por sí épica, se estaba finiquitando el medievo e impulsando las fuerzas que darían lugar al mundo moderno.
Doscientos treinta y nueve hombres y cinco naves habían partido tres años antes, encabezadas por Fernando de Magallanes, con el objetivo de encontrar una ruta oriental hacia las especias asiáticas. Solo retornaron una nave y 18 hombres. Pero ese viaje, culminación de una época abierta por Colón, cambió el curso de la historia.
Los horizontes de la humanidad, geográficos, económicos, científicos, mentales, culturales, se ensancharon como en pocos momentos de la historia. Y los límites medievales quedaron pulverizados para siempre.
España concentra la voluntad política necesaria para abrir las puertas del mundo moderno
Nuevas rutas crearon un primer mercado mundial, y el oro y la plata, o las mercancías llegadas de América o Asia, aceleraron el desarrollo de un capitalismo entonces incipiente.
La fragmentación medieval dio paso a un único mundo forjado a través de numerosos intercambios globales. Las nuevas necesidades de la navegación oceánica, o una ingente acumulación de conocimientos -geográficos, de nuevas especies…- se convirtieron en el humus de donde germinó una revolución científica abierta por Copérnico, continuada por Galileo y culminada con Newton.
Se fortalecieron las monarquías absolutas, convertidas en laboratorios de la modernidad política. Y, en una época de cambios radicales, floreció la cultura, desde el Renacimiento a Cervantes y el Siglo de Oro o Shakespeare.
La era de los descubrimientos, independientemente incluso de la voluntad de sus impulsores, o de los excesos y crímenes, despertó fuerzas de una magnitud desconocida, y que la humanidad ignoraba que existían. Sin ellas, el mundo no sería hoy lo que es.
Y fueron unas naciones ibéricas, Portugal y sobre todo España, demasiadas veces vilipendiadas e identificadas como la quintaesencia de lo retrógrado, las parteras imprescindibles de esta modernidad.
Porque la España de finales del XV y principios del XVI concentraba los más altos desarrollos náuticos y cosmográficos, y representaba el empuje económico, la voluntad política y la energía humana necesaria para abrir las puertas del mundo moderno.
Esto es lo que conmemoramos cuando celebramos el quinto centenario de la primera vuelta al mundo, uno de los pocos acontecimientos de los que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que han hecho historia.