Un observador que se acerque a la política española, se hará una extraña pregunta, cuya resolución es clave para poder comprender las razones de la sucesión de escándalos y convulsiones que hoy copan portadas y telediarios.
Si España está participando en los bombardeos sobre Siria, demostrando que es un peón fiable para EEUU, si el capital norteamericano aumenta su cuota de ganancias en nuestro país, si se cumplen los mandatos de Bruselas, si Santander y BBVA declaran beneficios récord… si hay una situación donde los que de verdad mandan ganan, y ganan cada vez más…
¿Entonces por qué es necesario remover todo el tablero político? ¿Qué lleva a desprestigiar a la Corona, difundiendo un enfrentamiento entre reinas, a sacudir todo el sistema de partidos, con “casos máster” que se extienden simétricamente, presentando ante cada uno que afecta al PP otros que señalan al PSOE, Ciudadanos o incluso a Podemos?
Sucede que, para ejercer su dominio, los que de verdad mandan necesitan disponer de un modelo político que ejecute sus mandatos, encuadrando en ellos al conjunto de la población.
Durante décadas, el bipartidismo cumplió ese papel, dotando de estabilidad, más allá de alternancias, al dominio del hegemonismo norteamericano o la oligarquía española.«Esta es la disputa que impide cerrar un nuevo modelo político estable; el viento popular no solo se resiste a quedar excluido, sino que tiene la fuerza suficiente para influir de forma importante»
Pero ese modelo se dinamitó a partir de 2010, con la ejecución del mayor paquete de recortes de la historia y el enorme rechazo social que provocó. Y no existe todavía un modelo alternativo capaz de sustituirlo. Por el contrario, el mapa político está todavía abierto, sometido a permanentes cambios.
¿Qué impide que el nuevo modelo político cuaje? La irrupción de un protagonista incómodo, de difícil encaje en los límites que Washington, Berlín y la oligarquía española pretenden imponer. Y no es otro que una mayoría social de progreso, contra los recortes, por la regeneración democrática y por la unidad, que se moviliza elección tras elección.
Esta mayoría también tiene capacidad para colocar líneas rojas. Castiga a las fuerzas que han gestionado los recortes -esta es la razón que el PP haya perdido tres millones de votos y gobierne con una incómoda minoría-, y apoya a otras con la exigencia de que se redistribuya la riqueza o se regenere de verdad la vida política.
Está presente en cada uno de los parlamentos, poniendo encima de la mesa, a pesar de que se han utilizado todas las armas disponibles para impedirlo, la posibilidad de formar gobiernos de progreso.
Todos fijan sus condiciones
Los que mandan no se han quedado de brazos cruzados. Han fijado las líneas maestras sobre las que se debe construir un nuevo modelo político que responda a sus intereses.
Establecen los límites y los peajes a pagar. Puede colocarse a los corruptos en la diana… Pero todas las fuerzas políticas que quieran ser actores principales -desde el PP y el PSOE a Ciudadanos o Podemos- deben aceptar el aumento de la participación española en la maquinaria militar norteamericana; el incremento de la penetración del capital extranjero sobre las riquezas nacionales; respetar los intereses de la gran banca y asumir la continuidad del marco impuesto desde Bruselas.
Sin embargo, existe también otra fuerza capaz de fijar sus propias condiciones. La de una mayoría social que vemos en la calle en la “revuelta gris” de los pensionistas. La que ha actuado en Cataluña haciendo imposible el avance de la vía unilateral. La que puede llegar a imponer un gobierno de progreso en una comunidad tan importante como Madrid.«No solo está en juego quién se queda con Madrid o qué pasará con los jerarcas del PP. Está en cuestión qué modelo político acaba imponiéndose en España»
Esta es la disputa que impide cerrar un nuevo modelo político estable. El viento popular no solo se resiste a quedar excluido, sino que tiene la fuerza suficiente para influir de forma importante.
Esto es lo que provoca que no esté todavía fijado el papel y el lugar que cada fuerza política acabará ocupando. Este carácter móvil es el que explica fenómenos antes impensables, como el fulgurante ascenso de Ciudadanos, y genera una permanente inestabilidad. Y sobre el que actúa el escándalo Cifuentes, agudizando la crisis de un PP que debía ser el más sólido anclaje del nuevo modelo y ahora se encuentra sometido a un terremoto de imprevisibles consecuencias.
El oxígeno alemán
El otro gran terremoto político ha tenido como epicentro Alemania. Un tribunal de un lander germano ha enmendado la plana a la más alta instancia judicial española, el Supremo, negando la extradición de Puigdemont por el delito de rebelión. Inmediatamente la ministra de justicia de Merkel aplaudía la decisión, afirmando que “Puigdemont es ahora un hombre libre en un país libre”. Y destacados políticos teutones proponían la necesidad de una mediación internacional “entre España y Cataluña”.
La decisión de la justicia alemana coincide con las demandas expresadas por The New York Times, uno de los históricos portavoces de la gran burguesía norteamericana.
Desde dos grandes centros de poder mundiales, en Washington y en Berlín, se ha dado a la causa de la fragmentación, y especialmente a los sectores más aventureros, representados por Puigdemont, oxígeno político cuando enfrentaban sus peores momentos.
Y, sobre todo, se ha escenificado, con amplia repercusión internacional, un nuevo episodio de la degradación política de España. Haciendo público que el nuestro es un país cuyos máximos órganos estatales, como el Supremo, pueden ser desautorizados, y cuya integridad territorial puede ser puesta en cuestión.
Consecuencias a largo plazo
No está solo en juego quién va a quedarse con el Gobierno de Madrid, en qué situación quedan los jerarcas del PP o cuál será el futuro de Puigdemont. Se están dirimiendo cuestiones mucho más sustanciales.
En primer lugar cómo y de qué manera va a cerrarse el nuevo modelo político. Una cuestión que no afecta principalmente a las disputas partidistas, sino a la forma en que tanto el hegemonismo norteamericano, como el imperialismo alemán y la propia oligarquía española ejercen su dominio sobre nuestro país.
Lo que se dibuja es un modelo donde ninguna fuerza será capaz de alcanzar una mayoría suficiente, y por lo tanto mucho más móvil e inestable, con mayor predisposición a sufrir sacudidas y con menor capacidad de resistencia tanto frente a las nuevas exigencias que a buen seguro van a presentar el FMI, la Comisión Europea o la OTAN… como ante la influencia política del viento popular levantado.
Esta es una cuestión clave. Eliminados problemas como el del terrorismo, gracias a la derrota de ETA, el nuevo modelo político necesita contener la movilización popular, evitando que pueda tener peso social o político.
Conviene reparar en el sorprendente estallido de un nuevo caso de corrupción en Valencia, que afecta a uno de los más relevantes gobiernos del cambio, y a una fuerza como Compromís, que se ha significado en batallas como la de las pensiones o la exigencia de un gobierno de progreso. Los “versos sueltos”, es decir, aquellos partidos que tienen un mayor margen de autonomía, deben quedar orillados.«Hurgar en las heridas contra la unidad es también debilitar al país, para quebrar su capacidad de resistencia y dividir y enfrentar a las clases populares para minimizar su fuerza de lucha»
Porque en España -un país de enorme importancia geoestratégica para los planes norteamericanos- la expresión política de la voluntad popular, aun bajo las formas más moderadas, supone un peligro.
Todas las veces que la voluntad popular puede expresarse le genera serios problemas al FMI, a Bruselas y al IBEX 35. Sucede con el avance de la lucha en defensa de las pensiones, dificultando que el gran capital financiero pueda acceder a uno de los nichos de negocios que más anhelan. Se trasladó incluso al PSOE, una de las fuerzas de gobierno en España, y exigió, para desbloquear la investidura de Rajoy, dar un auténtico golpe de mano en el partido socialista.
Minimizar el peso del viento popular en el tablero político es una premisa imprescindible para que el hegemonismo y la oligarquía doten de la estabilidad necesaria al nuevo modelo político.
Pero esta pretensión se da de bruces contra la realidad. No solo no se puede excluir a la mayoría social de progreso, sino que sus demandas influyen de forma decisiva en las posiciones de las formaciones políticas que deben ocupar puestos destacados en el nuevo modelo político.
La pugna entre estos dos vectores irreconciliables es lo que explica el actual panorama de inestabilidad política.
Al mismo tiempo, el respaldo prestado desde importantes centros de poder mundiales a Puigdemont parece apuntar a que estos, aunque no estén interesados en fragmentar un peón fiable y clave como es España, sí les conviene que las heridas contra la unidad permanezcan abiertas durante mucho tiempo.
Hurgar en ellas es también una forma de garantizar que el peón cumplirá todos los mandatos, por muy severos que sean. Así se debilita al país, para quebrar su capacidad de resistencia, dividiendo y enfrentando a las clases populares, para jibarizar su fuerza de lucha.
Detrás de los chanchullos en torno a los másteres, o de las tropelías de personajes como Puigdemont (hacia donde se dirige la lógica indignación de muchos) se esconden cuestiones mucho más importantes