“La diferencia de contextos elimina la igualdad de soluciones”, escribe Emilio Blanco, traductor y prologuista de la ultimísima edición de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, obra primorosamente reeditada ahora que el texto, escrito en 1513, cumple, por tanto, quinientos años. Para Blanco esa versatilidad del gobernante, esa constante adaptación, esa forma de cinismo compasivo, es la gran enseñanza de Maquiavelo, enseñanza de la que no se ha enterado el cada vez más aislado y ausente, aunque no desinteresado, Mariano Rajoy. Porque al presidente del Gobierno, que lo es también del PP, le están volando el partido desde dentro. Quienes sean los que lo hacen sólo cabe sospecharlo, pero no afirmarlo. Es seguro, no obstante, que la manera en la que Rajoy ha dejado en pocas e insuficientes manos los cerrojos de Génova 13 va camino de pasarle una factura histórica, más que a él, a la entidad que desde 1989 recoge el voto de parte del centro y de la derecha españolas.
Las fotografías que aparecieron en el diario El País el pasado domingo en las que se reflejaba la camaradería de Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, con el narcotraficante Marcial Dorado cuando éste, hace 18 años, aún no estaba condenado como tal, buscan un efecto tan letal, aunque de otra naturaleza, como la filtración de los papeles de Bárcenas. Feijóo pasa por ser un barón popular con expectativas sucesorias, un posible recambio al propio Mariano Rajoy, un hombre que, después de Manuel Fraga, ha obtenido en la Baviera del PP dos mayorías absolutas consecutivas. Este episodio fotográfico de cuando el presidente de la Xunta era el segundo de la consejería de Sanidad gallega y su amigo -con el que rompió tras conocer sus andanzas delictivas- un hombre sobre el que recaían sospechas pero ninguna condena, lesiona la imagen casi impoluta del gallego, le pone a la defensiva y le merma en su energía renovadora.
La cuestión esencial es que, si Bárcenas ha paralizado al PP y le ha obligado a caminar a trompicones, hasta el punto de optar por el silencio para no errar, y si a ese desastre en el manejo de la crisis se añade la quiebra de la imagen de uno de los posible delfines de Rajoy, cabe concluir que la organización tiende a su autodestrucción. Porque si los papeles de Luis Bárcenas llegaron -de momento, en fotocopias- al conocimiento público por una filtración que en el propio PP se descuenta como atribuible “a uno (o varios) de los nuestros”, ¿alguien duda de que las fotos de Feijóo han llegado a las mismas páginas por mano diferente a la de los papeles del extesorero?
Dentro del PP hay un sector -grande o pequeño, pero que actúa de forma implacable- dispuesto a desestabilizar la situación interna y, en la medida de lo posible, al propio Gobierno. Estos propósitos son practicables, entre otras razones, por esa absurda impasibilidad de Rajoy, por esa torpe terquedad en la que incurre al suponer que, pese a ser los contextos diferentes, las soluciones que él aplica siempre dan resultado: hilo a la cometa, tiempo al tiempo, en boca cerrada no entran moscas y rutinaria previsibilidad de reacción. Y, al mismo tiempo, un colosal desprecio, en forma de displicencia, hacia la opinión pública, y, especialmente, la publicada.
Rajoy, paso a paso, se ha ido quedando sin colaboradores -¿eso es lo que ha querido?- de relieve. La mediocridad comienza a ser la tónica. Mientras eso sucede, a su Gobierno le rectifican el déficit, debe cambiar sus previsiones macroeconómicas cuestionadas hasta por el mismo Banco de España… y él lleva ocho meses sin dirigirse a la Junta Directiva Nacional de su partido y semanas sin comparecer ante los medios de comunicación, no sin dar instrucciones para que tampoco lo haga la secretaria general del PP, que ofrece síntomas de una fatiga política -debida en buena medida a sus errores- que roza lo preocupante.
Y, enfrente, un PSOE que se cae a trozos sin que el PP tenga energía para rentabilizar la debilidad ajena. Con una nefasta política de comunicación y un partido encogido y temeroso con quintacolumnistas muy eficientes, Rajoy sigue apostando por su fórmula, que consiste en la putrefacción por el transcurso del tiempo, en el silencio para no errar, en la impasibilidad para no moverse y en el fallo ajeno en vez de la apuesta por el acierto propio. Y el partido, así, se le va de las manos, con Bárcenas primero y con este aviso -también desde dentro- que le envía el mensaje evidente de que las fotos de Feijóo son un paso más en la voladura (des)controlada del PP.