Bajo el rimbombante nombre de «Summit for Democracy» (Cumbre por la Democracia), el presidente norteamericano Joe Biden ha reunido por videoconferencia a los líderes de 110 países, así como a representantes de empresas, instituciones y organizaciones de la sociedad civil.
El objetivo de esta gran reunión, que aspira a repetirse en 2022 ya de forma presencial, era, según la Casa Blanca, debatir de «tres temas clave»: la defensa de la democracia «frente al autoritarismo», «combatir la corrupción» y «promover el respeto a los derechos humanos».
A ese efecto, Biden ha excluido de la lista de invitados a países señalados tradicionalmente por Washington por su nula o escasa cultura democrática: enemigos y rivales como China, Rusia, Irán, Venezuela o Cuba, pero también a aliados militares como Turquía, Arabia Saudí, Marruecos o Hungría.
A diferencia de Trump, Biden busca usar, de forma mucho más insistente, la bandera de la “democracia” y los “derechos humanos” para encuadrar a aliados y vasallos en su estrategia geopolítica.
De entrada, cuesta creer la «defensa de la democracia y los derechos humanos» cuando entre los asistentes a la Cumbre estaban gobiernos como el de Israel (un Estado que lleva casi 80 años perpetrando un apartheid contra el pueblo palestino), el de Colombia (cuya policía y ejército han sido señalados por la ONU por sus permanentes crímenes y gravísimas vejaciones), o el de Filipinas, un país donde las ejecuciones extrajudiciales en nombre de la «guerra contra las drogas» están a la orden del día. Y también es más que dudoso el pedigrí democrático de mandatarios como el brasileño Jair Bolsonaro o el indio Narendra Modi.
Pero lo que es completamente inverosímil es el pretendido papel de la superpotencia norteamericana como guardián y garante de la democracia, la libertad y los derechos humanos en el mundo. Un hegemonismo que desde el fin de la II Guerra Mundial ha llenado el planeta de conflictos bélicos, ha impulsado cientos de intervenciones militares, cruentas reconducciones y golpes de Estado, ha puesto y quitado gobiernos soberanos, o ha sostenido decenas de dictaduras asesinas y torturadoras como las de América Latina.
Esto es algo que los pueblos y países oprimidos del Tercer Mundo conocen demasiado bien. “La bandera de la democracia siempre ha sido utilizada muy ‘a la carta’ por Estados Unidos. Siempre de forma muy puntual, cuando importa, para cumplir determinados fines políticos». En manos de la superpotencia norteamericana «la democracia siempre ha sido utilizada como instrumento, como excusa, incluso para patrocinar intervenciones y actos muy abyectos a lo largo de la historia”, dice el brasileño Paulo Velasco, el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.
Una afirmación que queda aún más reforzada si tenemos en cuenta que la Cumbre por la Democracia ha sido celebrada la misma semana que Washington impulsaba un boicot diplomático de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing 2022 (por las violaciones de los derechos humanos por parte de las autoridades chinas) al mismo tiempo que EEUU mira hacia otro lado en el caso del mundial de fútbol en Qatar, un país conocido por las condiciones de superexplotación y semiesclavitud a las que ha sometido a la clase obrera asiática que ha construido las instalaciones deportivas. Más de 6.500 trabajadores inmigrantes han muerto en Qatar desde la designación del Mundial.
Ya rota la careta, ¿cuál ha sido entonces el objetivo real de esta cumbre? No hay duda. Biden trata de forjar una gran coalición internacional de aliados y vasallos contra los enemigos de EEUU: principalmente contra China, el gran oponente a la hegemonía norteamericana, pero también contra potencias como Rusia o rivales regionales como Irán o Venezuela.
Porque el inquilino de la Casa Blanca ha cambiado, pero no los enemigos estratégicos de EEUU. Y a diferencia de Trump, Biden busca usar, de forma mucho más insistente, la bandera de la “democracia” y los “derechos humanos” para encuadrar a aliados y vasallos en su estrategia geopolítica.
María Purificación dice:
Muy aclaratorio el editorial de UCE