Una creciente y cada vez más virulenta ofensiva hegemonista se despliega por todo el continente hispano. A través de la estrategia de «golpes blandos», Washington trata de desesetabilizar y derribar a los gobiernos antihegemonistas y de apuntalar a los países que todavía están anclados a su órbita. Pero a pesar de sus avances -la victoria de Macri en Argentina o la desestabilización de Venezuela o Brasil- sigue abierta.
Victoria de Macri en Argentina; movimientos desestabilizadores contra Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia; primera derrota electoral del chavismo en Venezuela; amenaza inminente de ‘impeachment’ de Dilma Rousseff en Brasil. En poco tiempo, una feroz ofensiva orquestada desde los centros de poder de Washington -con el apoyo y la complicidad de las oligarquías vendepatrias locales- se ha desplegado por todo el continente, buscando golpear, erosionar y derribar a los gobiernos progresistas y soberanos frente al dominio de EEUU.
Utilizando la nueva estrategia de los ‘golpes blandos’ -ensayada en Ucrania o en las ‘primavéras árabes’- la superpotencia utiliza la tupida red de mecanismos de intervención de que dispone en esos mismos países, creados tras décadas de dominio. Un diseño desestabilizador con patrones bien fijados. «Una feroz ofensiva orquestada desde los centros de poder de Washington se ha desplegado por todo el continente»
La utilización profusa de los medios de comunicación para crear en la opinión pública un creciente malestar colectivo, deslegitimando al gobierno y a los líderes antihegemonistas a través de artículos incendiarios, reportajes de investigación falsos, sesgados y tendenciosos, oleadas de rumores y acusaciones sin demostrar lanzadas a través de las redes sociales. Climas de opinión para crear el caldo de cultivo adecuado para lanzar a las calles movilizaciones permanentes cargadas de odio, ofensas e insultos para desatar el encono y el enfrentamiento entre sectores populares. Por último, la entrada en liza de los aparatos de Estado (judicatura, ejército, servicios inteligencia, fuerzas policiales, parlamentos…) para provocar la destitución o la pérdida de elecciones, dándole un barniz de legitimidad democrática a los golpes blandos.
Así logró Washington derribar los gobiernos antihegemonistas de Fernando Lugo en Paraguay en 2012 y Manuel Zelaya en Honduras en 2009 -un golpe blando que acabó con un golpe militar “clásico- y desgastar al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner -utlizando el suicidio del fiscal Nisman- hasta forzar su derrota electoral y la victoria del gobierno proyanqui de Macri. En Venezuela, a la guerra económica, el boicot y el desabastecimiento planificado de artículos de primera necesidad, se unen la artillería mediática, las movilizaciones violentas -las guarimbas- y la utilización de un Parlamento controlado por la oposición como una nueva trinchera desestabilizadora.
Idéntico guión siguen las maniobras contra el gobierno de Rafael Correa en Ecuador y para desgastar a Evo Morales en Bolivia, que tras una enorme campaña en medios y redes sociales, ha perdido un referéndum para poder presentarse a una nueva reelección.
Pero sin duda, la ‘pieza de caza mayor’ es Brasil. Derribar al gobierno del PT de Dilma y Lula y recuperar el control del auténtico gigante latinoamericano -el país que por su peso económico, territorial y demográfico es el fiel de la balanza capaz de provocar que el continente dé un giro hacia atrás, un retroceso en las conquistas sociales, económicas y políticas alcanzadas por sus gobiernos antihegemonistas en las dos últimas décadas- es el objetivo principal de la ofensiva de Washington en América Latina.
Una batalla lejos de acabar
A pesar de los innegables avances de la estrategia desestabilizadora de Washington -con la Casa Rosada en manos de Macri y un impeachment que amenaza con lograr la destitución de Dilma en Brasil- el extraordinario grado de conciencia antiimperialista y de organización logrado por los pueblos latinoamericanos, así como los innegables logros políticos, económicos y sociales conquistados por los gobiernos del frente antihegemonista en las últimas dos décadas, auguran una batalla larga, enconada y repleta de avances y retrocesos. «El extraordinario grado de conciencia y organización de los pueblos latioamericanos, y los logros del frente antihegemonista, auguran una batalla larga y enconada»
Es necesario tomar perspectiva histórica. Hace pocas décadas una simple maniobra de la embajada yanqui sacaba a los ‘gorilas golpistas’ a las calles de cualquier país latinoamericano, haciendo caer cualquier gobierno que levantara tímidamente la bandera de la independencia nacional. Ahora EEUU ha necesitado 12 años para imponer un cambio de gobierno en Argentina o 17 para forzar otra mayoría parlamentaria en Venezuela. A pesar del revés del NO en el referéndum sobre la reforma constitucional, el MAS boliviano conserva un enorme apoyo social, igual que un PT brasileño que ha inundado las calles de Brasil tras el espectáculo mediático de la detención de Lula.
En América Latina se libra una feroz y larga batalla en la que ni Washington, ni las fuerzas antihegemonistas han desplegado aún todo su poder. Una contienda de lucha de clases que va a ser prolongada y zigzagueante; franca y abierta unas veces, y soterrada y sorda otras, y en la que hay que esperar que el Imperio aún se cobre dolorosas victorias.
Pero no se engañen: son tigres, pero de papel. La perspectiva es tan negra para una superpotencia en imparable declive, como luminosa para unos pueblos latinoamericanos que han saboreado el poder del progreso, de la soberanía nacional y de la unidad y la solidaridad regional.