La televisión pública catalana es quizá una de las más politizadas y controladas por su gobierno autonómico. Más ahora que esta dirigida por la ultra-nacionalista Mónica Tarribas. Es por eso más sorprendente y digna de celebración la emisión del documental que ocupó el espacio semanal «30 minuts». En medio de las incansables exigencias de mayor autonomía, más competencias económicas, y del constante alarde de «progresismo europeísta», el documental nos recordaba las condiciones infrahumanas en las que se alojaban algunas familias inmigrantes, procedentes de distintos lugares de España, en barrios como El Carmel, Montjuí¯c, o el desaparecido Somorrostro.
No hace más de 40 años de todo aquello, de las chabolas de El Carmel, de Somorrostro, de Montjuïc… Para los que tenían ya una edad y recordaban esos asentamientos fue un gole en la memoria. Para los más jovencitos, un golpe en la ingenuidad de su conciencia, que hizo que pudieran ver aquello que desconocían de esa ciudad ahora tan turística y engalanada.Era particularmente espeluznante la visión del antiguo barrio del Somorrostro, ahora engullido por la villa y el puerto olímpico, coronados por magnas construcciones como la Torre Mapfre o el lujoso Hotel Arts. Todo ocupado entonces por precarias chabolas, que llegaban casi hasta la orilla del mar, habitadas por familias de obreros inmigrantes, con sus mujeres y niños conviviendo con los riachuelos de aguas fétidas que surcaban la arena removida.Mientras tanto los curas de colegios de lujo como La Salle Bonanova, acudían con sus alumnos cada domingo, haciendo alarde de caridad cristiana, para repartir entre los desgraciados cuscurros de pan y pastillas de chocolate, provocando colas dignas de un campo de refugiados. Si señores, esto sucedía en Barcelona no hace mucho, en la Barcelona de Woody Allen, de los edificios de Norman Foster, de las Olimpiadas y el Fórum.El trabajo de 30 minuts ha retratado muy bien lo que era aquella Barcelona del barraquismo. Y sobre todo ha tenido la virtud de aproximarnos a dos supervivientes de aquella vida de chabola y chusco: los hermanos Aceituno (Julia y José), que paseaban por la que antes era sucia arena, hoy magnífica y dorada alfombra para bañistas.Decía Julia, recordando la barraca de tres metros cuadrados en la que vivían: "Lo único que echo en falta es que han puesto los nombres de avenida de Icària, de Bogatell… ¿Y el Somorrostro? ¿Dónde lo han dejado? Quieran o no, el Somorrostro estuvo aquí. Ponga el Ayuntamiento también una plaquita. So-mo-rros-tro. Un homenaje a todos los que vivimos ahí." Lo decía sin ira. Suavemente. Pero firme. Consciente del esfuerzo que las autoridades barcelonesas están haciendo por borrar de la memoria los vestigios de aquel trato inhumano, y convertirlo en un bello decorado “hollywoodiense”. Nosotros estamos con Julia Aceituno.