Como un sangriento día de la marmota, como una razzia bárbara y recurrente, Israel ha desatado por enésima vez una lluvia de fuego y muerte sobre la Franja de Gaza, el territorio más castigado del planeta. Varios días de bombardeos del Tsahal arrasaban la vida de 48 palestinos -entre ellos 19 niños- y causaban 360 heridos -dos tercios de ellos civiles- en un enclave que sufre condiciones humanitarias críticas. Sin el combustible necesario para que opere su única central eléctrica, el corte en suministro energético puede causar el colapso de hospitales y otras instalaciones básicas.
La mediación de Egipto ha puesto fin a tres días de intensos bombardeos de Israel sobre la Franja de Gaza, en el ataque más mortífero desde el año pasado. Del 6 al 21 de mayo de 2021, Tel Aviv lanzó una brutal operación sobre Gaza que dejó 253 palestinos muertos y más de 1900 heridos. Era la última de las cuatro devastadoras guerras que el Estado sionista ha lanzado sobre Gaza en 15 años, ofensivas en las que, a pesar de que Israel ha violado sistemáticamente la legalidad internacional, atacando infraestructuras civiles y causando enormes bajas entre la población, siempre han estado protegidas bajo un manto de impunidad. EEUU -padrino y valedor de su gendarme militar- siempre veta cualquier resolución de condena a Tel Aviv en el Consejo de Seguridad.
Una masacre cada año
Casi con una periodicidad anual, Israel lanza un granizo de bombas sobre la Franja. Desde fuera, todos los atroces castigos militares de Israel contra Gaza se parecen mucho unos a otros. Pero para la población gazatí cada uno es una pesadilla única e irrepetible. Cada uno de ellos deja nuevas sepulturas, y frecuentemente lápidas diminutas. En esta ocasión han sido 19 tumbas infantiles.
Cada castigo militar deja historias de horror particulares. «Estábamos durmiendo cuando las bombas de Israel cayeron sobre mi casa. Mi abuela, mi abuelo y mis tíos están en el hospital ahora», dicen con los ojos bañados en lágrimas dos niñas palestinas de nueve y seis años.
Su dolor es el de cientos de familias. Según la ONU, entre los 360 palestinos heridos en Gaza, al menos dos tercios han sido civiles, incluyendo 151 niños, 58 mujeres y 19 personas mayores. Y mucho peor es el desgarro de los familiares del casi medio centenar de muertos -entre ellos una veintena de niños- al que las bombas sionistas han arrancado un ser querido.
La excusa de la masacre que periódicamente desata el Tsahal sobre Gaza ha sido esta vez el castigo a la Yihad Islámica Palestina, un grupo aún más radical que Hamás y que cuenta con el apoyo de Irán. Uno de los bombardeos -en los que los proyectiles acabaron con la vida de una niña de cinco años- consiguió matar a Jáled Mansur, líder del comando sur del brazo armado de la Yihad en Gaza, el número dos del grupo, después de que días antes los ataques mataran a Taysir al Yabari, que lideraba el comando centro y norte. La Yihad había lanzado más de 400 proyectiles desde el comienzo de la escalada, siendo mayoritariamente interceptados por los dispositivos antimisiles de la «cúpula de hierro» israelí. Los pocos que lograron alcanzar tierra causaron 21 heridos leves en Israel, pero ninguna víctima mortal.
Como suele ser habitual, el ejército israelí no sólo perpetra los crímenes, sino que niega su autoría. La versión del Ministerio de Defensa es que las muertes de civiles palestinos se deben a las explosiones de cohetes de la Yihad en mal estado. Pero los testimonios de las familias de las víctimas, así como de observadores internacionales y de miembros de ONGs humanitarias en la Franja, no dejan lugar a dudas: fueron proyectiles israelíes impactando contra bloques de viviendas.
Al contrario que el año pasado el conflicto no ha ido a más debido a la contención de Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2007, y que dio órdenes de no responder a los ataques e intensificar la vía diplomática a través de Egipto.
Gaza, una llaga de dolor y ruinas
En la estrecha banda costera que es la Franja de Gaza -unos 365 kilómetros cuadrados, más o menos como la isla canaria de La Gomera- malviven hacinados unos dos millones de palestinos. Quince años de bloqueo militar, cuatro devastadoras guerras (2008-2009, 2012, 2014 y 2021), y un recurrente y periódico castigo israelí han convertido a Gaza en un montón de escombros, en la mayor prisión a cielo abierto del mundo, en una llaga de dolor humano, en un territorio inhabitable. El desempleo supera el 50%, las horas de electricidad llegan con suerte a diez horas al día. La sanidad y la educación dependen de las ONG internacionales y una precaria agricultura hace lo que puede con el agua de unos pozos exhaustos y a menudo contaminados.
Además de las decenas de muertes y los centenares de heridos, los bombardeos israelíes han agravado todavía más la crisis humanitaria que vive la Franja. Tras el cierre de los cruces fronterizos como medida punitiva, la Franja se quedó sin el combustible necesario para operar su única central eléctrica, por lo que los más de dos millones de habitantes de Gaza cuentan únicamente con cuatro horas de electricidad al día y los servicios básicos -incluyendo los hospitales y centros de salud- operan de manera muy limitada.