Mientras los medios de comunicación occidentales nos hinchaban con imágenes de las revueltas de la primavera árabe, otra convulsión sísmica se estaba produciendo en las volcánicas tierras de Islandia. Sólo que los focos mediáticos al servicio de las grandes oligarquías financieras mundiales estaban muy lejos de allí.
¿Conoce usted a algún banco en el mundo que devuelva dinero a sus clientes? ¿Que les reembolse el 20% de los intereses pagados en los dos últimos años por sus préstamos? ¿Qué haga una nueva tasación de las viviendas a precio real de mercado para ayudar a aquellos que no pueden cumplir con los compromisos de la hipoteca? Pues aunque le parezca increíble, ese banco existe. Se llama Landsbankinn y es el segundo mayor banco de Islandia.
¿Es que a las elites financieras islandesas les ha ocurrido como a Pablo de Tarso, que al caerse del caballo han visto la luz? Nada de eso. Lo que ha ocurrido en Islandia es que ha cambiado la correlación de fuerzas entre el pueblo y ellas. Lo que ha pasado es que la unidad, la movilización y la organización del pueblo islandés ha creado unas nuevas condiciones políticas en las que los de arriba ya no pueden seguir gobernando como lo hacían antes, porque los de abajo ya no están dispuestos a seguir siendo gobernados como antes.
En numerosos movimientos sociales (así como en las redes) se califica lo ocurrido en Islandia como “una revolución ciudadana y pacífica”. Hablar de revolución en un movimiento que no ha transformado las relaciones de poder políticas y económicas es seguramente excesivo y poco riguroso. Pero no empaña lo más mínimo su enorme valor. Un valor que es directamente proporcional al manto de silencio y la ocultación al que lo han sometido los grandes medios de comunicación.
«¿Conoce usted a algún banco en el mundo que devuelva dinero a sus clientes?»
¡Sí podemos!
Posiblemente, más allá incluso de las reivindicaciones y transformaciones conseguidas por el pueblo islandés desde enero de 2009 –caída de gobierno y juicio al primer ministro, nacionalización de la banca y enjuiciamiento a sus responsables, referéndum para negarse a pagar la deuda externa privada de sus bancos, elaboración de una nueva Constitución con participación popular directa,…– la experiencia más importante que se desprende del caso islandés es la constatación práctica de que sí se puede. De que los pueblos sí podemos cambiar las cosas en una dirección favorable a nuestros intereses. Que no está escrito en ninguna parte que debamos resignarnos y someternos a los dictados de ninguna oligarquía financiera, por poderosa que ésta parezca.
Que los pueblos, si nos unimos, nos movilizamos y nos organizamos somos una fuerza imparable. ¿Quién hubiera pensado hace sólo unos pocos años que un pequeño país de poco más de 300.000 habitantes iba a ser capaz de doblegar a la poderosísima City londinense? ¿Quién imaginó que un primer ministro pudiera acabar en el banquillo por gestionar una crisis en contra de aquellos que lo habían votado y a favor de una pequeña elite depredadora de banqueros desaprensivos? ¿Cuántos primeros ministros estarían hoy en la cárcel si los pueblos europeos siguiéramos su ejemplo?
Pues todo esto –y más cosas– es lo que ha ocurrido en Islandia en los dos últimos años.
Hay quien dice que esto sólo ha sido posible por tratarse Islandia de un pequeño país, con un número tan reducido de habitantes que allí era mas fácil que en cualquier otro sitio unir y organizar al 90% de la población en torno a sus intereses. Pero este es un argumento débil, que no resiste el choque con la realidad.
En primer lugar, porque el movimiento de lucha y resistencia en Islandia no surgió de manera espontánea ni floreció en dos días. Hizo falta la voluntad y la determinación de un pequeño grupo de gente que se lanzó a la calle convencida de que lo que defendían era algo justo. Y que, por eso mismo, la mayoría podía unirse en torno a ello.
Los mismos organizadores explican cómo los primeros días que salieron a la calle en Reykiavik apenas consiguieron reunir a 15 o 20 personas ante las puertas del parlamente islandés. Y cómo tenían que explicarle a la gente que pasaba por allí lo que estaban haciendo porque en esos momentos nadie lo conocía ni lo entendía. Fue la voluntad, la persistencia y la justeza de lo que hacían lo que permitió que su lucha y sus alternativas fueran abriéndose paso entre la población y ganando cada vez a más gente.
Por otra parte, de ser cierto el problema del número, ¿cómo explicar, en el otro lado del mundo, que una nación como Brasil, con casi 200 millones de habitantes, haya emprendido un camino, distinto en las formas, pero igual en su orientación eminentemente popular y en su contenido de lucha por la redistribución de la riqueza, por la ampliación de la democracia y la defensa de la soberanía nacional?
Este es un camino que puede emprender cualquier pueblo, todos los pueblos. Desde una nación casi minúscula de 300.000 habitantes hasta un gigante de 200 millones. Eso es lo que ellos no quieren que veamos.Una enseñanza clave
Pero al mismo tiempo también, Islandia nos deja una enseñanza clave y de valor universal. Si allí han podido cambiar las cosas en una dirección favorable al pueblo, es que porque éste, en lugar de arredrarse antes las presiones, chantajes y amenazas de las grandes potencias –en este caso Inglaterra, EEUU a través del FMI y Berlín por medio de la UE–, ha levantado con decisión y consecuencia la bandera de la defensa de la soberanía nacional.
¿Quiénes son los gobiernos británico u holandés, quien es el FMI, quién es la UE para decirnos a nosotros, los islandeses, qué es lo que tenemos que hacer, para imponernos cómo y en que dirección tenemos que organizar nuestra propia casa?
«El movimiento de lucha y resistencia en Islandia no surgió de manera espontánea ni floreció en dos días»
Al exigir, y obtener, un referéndum sobre el saqueo impuesto sobre todas y cada una de las familias islandesas por poderes mundiales ajenos a ellas, hipotecándolas de por vida, Islandia ha ejecutado un hermoso acto de defensa intransigente de la soberanía nacional y popular. Es nuestro país, es nuestro futuro, es nuestro destino el que está en juego y no admitimos que nada ni nadie venga a decirnos –mucho menos a amenazarnos e imponernos– lo que tenemos que hacer con él. Ese es el mensaje, de un valor incalculable, que el pueblo islandés ha lanzado a los pueblos del resto del mundo. Porque si ellos, que son un pequeño país de poco más de 300.000 habitantes han podido hacerlo, han hecho frente con éxito a la intervención y las presiones de las grandes potencias por imponerles una política de saqueo y empobrecimiento, ¿quién ha dicho que nosotros, con mas de 47 millones de habitantes, si nos unimos y nos organizamos como ellos, no podemos hacerlo también?11 meses que transformaron a IslandiaHacia finales de 2008, los efectos en la economía islandesa de la crisis financiera desatada por la caída de Lehman Brothers son devastadores. En octubre el gobierno se ve forzado a nacionalizar el Landsbanki, el segundo mayor banco del país.
Aplicando nada mas y nada menos que la ley antiterrorista que permite bloquear las cuentas de aquellas personas u organizaciones sospechosas de financiar el terrorismo, el gobierno británico de Gordon Brown –que estos días se ha paseado por España del brazo de Rubalcaba haciendo gala de progresismo– congela todos los activos de su banco filial en internet IceSave, en el que cerca de 300.000 clientes británicos, así como entidades públicas de todo tipo del Reino Unido habían depositado sus ahorros ante los suculentos intereses que ofrecían. El FMI interviene
Al Landsbanki le seguirán inmediatamente los otros dos bancos principales del país. Entre los tres suman deudas y compromisos de pago equivalentes al 700% del PIB islandés. Los gobiernos de Inglaterra y Holanda, rembolsan a los ciudadanos de sus países que poseen ahorros depositados en alguno de los grandes bancos islandeses 3.700 millones de euros, sacados de las arcas públicas. La quiebra de la banca provoca el desplome de la moneda, la corona islandesa, que pierde un 75% de su valor y la bolsa de Reykiavik se ve obligada a suspender su actividad tras desmoronarse cayendo un 76%. La inflación se dispara al 20% y el PIB se hunde.
El país entra en bancarrota y el gobierno conservador de Geir Haarden pide ayuda al Fondo Monetario Internacional, que aprueba un préstamo de 2.100 millones de dólares, que es completado hasta los 5.000 millones con préstamos de Suecia, Noruega y Rusia.
«Los 3 mayores bancos tenían una deuda igual al 700% del PIB de Islandia»
Mientras tanto, la crisis golpea con una fiereza inusitada a un país que sólo un año antes había sido identificado por la ONU como el mejor lugar del mundo para vivir, con un PIB per cápita que era el sexto mayor del mundo.
Los jubilados ven, de la noche a la mañana, desaparecer sus ahorros de toda la vida. Padres de familia se enfrentan de repente a la disyuntiva de pagar la hipoteca o dar de comer a sus hijos. Jóvenes matrimonios de universitarios con buenos empleos son forzados a devolver pisos y coches recién comprados. Un país que el día anterior necesitaba inmigrantes de los países bálticos vecinos para ocupar los puestos de trabajo, se encuentra de repente con una tasa de paro del 6% de la población activa y con sus jóvenes más preparados emigrando en busca de trabajo y de futuro.La respuesta popular
A comienzos de enero dan inicio las primeras protestas ciudadanas frente al parlamento nacional. A ellas apenas acuden unas pocas decenas de personas. Los transeúntes preguntan y cada día se suma más gente. Para el 22 de enero, son ya más de 2.000 personas las que encaran a la policía que rodea al Parlamento y les lanzan pintura, huevos o zapatos. La respuesta de la población va en aumento y la situación se vuelve insólita.
Ni la policía ni sus mandos ni los responsables políticos saben cómo hacerle frente. Desde 1949, es decir, en 60 años cuando se decidió la entrada de Islandia en la OTAN, no había habido en el país ninguna carga policial.
La indignación ante la clase política y la actuación policial sube de grado hasta tal punto, que sólo 24 horas después, el gobierno se ve obligado a convocar elecciones anticipadas. Pero la gente ya no se conforma con eso. Durante los tres días siguientes, las caceroladas y protestas son tan multitudinarias que provocan la dimisión del Primer Ministro y todo su gobierno.
Tres meses después, el 25 de abril, las elecciones generales dan la victoria a la coalición formada por la Alianza Socialdemócrata y el Movimiento de Izquierda Verde.
«Las caceroladas y protestas son tan multitudinarias que provocan la dimisión del Primer Ministro y todo su gobierno»
La primera medida del nuevo parlamento es aprobar una ley para la devolución del dinero que Gran Bretaña y Holanda habían dado a sus inversores en los bancos islandeses, transformando una deuda privada en pública mediante el pago de 3.500 millones de euros, que deberían sufragar todas las familias islandesas durante los siguientes 15 años al 5,5% de interés. La gente se vuelve a echar a la calle y solicita someter la ley a referéndum. Una camiseta con el rostro del primer ministro británico, Gordon Brown, con la consigna Brown (marrón, en inglés) es el color de la caca, se convierte en un fulminante éxito de ventas.
“La deuda externa de Islandia no la ha contraído la población islandesa. La deuda no es el resultado de comprar automóviles de lujo o invertir en servicios públicos. Es el resultado de la especulación de una minúscula camarilla dentro de la población, que ahora huye del país a sus lujosas casas en el extranjero”, repite incansablemente Voces del Pueblo, el movimiento que, encabezado un grupo de intelectuales y personalidades de la cultura, se pone al frente de la lucha. El triunfo del referéndum
La presión popular es de tal intensidad, que en enero de 2010 el Presidente Ólafur Grimsson, se niega a ratificar la ley y decide que, ante la amplísima posición popular, no hay más alternativa democrática que someterla a consulta popular.En marzo de 2010 se celebra el referéndum y el NO al pago de la deuda arrasa con un 93% de los votos. El FMI congela las ayudas económicas a Islandia a la espera de que se resuelva la devolución de su deuda.
Mientras tanto, la presión de la calle obliga al nuevo gobierno a iniciar una investigación para dirimir las responsabilidades penales de la crisis. Se detiene a varios banqueros y altos ejecutivos. A instancias de Islandia, la Interpol dicta una orden internacional de arresto contra el ex-Presidente del banco Kaupthing, Sigurdur Einarsson. A comienzos de este pasado mes de septiembre, en un caso insólito en la jurisprudencia mundial, el antiguo primer ministro durante la crisis, el conservador Geir H. Haarde, se sienta en el banquillo, acusado de negligencia culpable.Pero los islandeses exigen ir todavía más allá. Han aprendido de la experiencia y tomado conciencia de la necesidad de realizar profundas transformaciones políticas para que no pueda volver a repetirse una situación así.
En noviembre de 2010, se eligió una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución. El pueblo interviene de forma directa en su elaboración. Un comité formado por 25 ciudadanos sin filiación política, de los 522 que presentaron su candidatura, para lo cual sólo necesitaban ser mayores de edad y presentar el aval de 30 personas, se encargará de redactarla, recogiendo a través de internet y de asambleas populares las recomendaciones ciudadanas. El comité empezó su trabajo el pasado mes de julio. Para ser efectiva, la nueva constitución deberá ser aprobada por el actual Parlamento, sometida a referéndum y volver a ser votada por el nuevo parlamento que se constituya tras las próximas elecciones legislativas.