«La deuda externa de Islandia no la ha contraído la población islandesa. La deuda no es el resultado de comprar automóviles de lujo o invertir en servicios públicos. Es el resultado de la especulación de una minúscula camarilla dentro de la población, que ahora huye del país a sus lujosas casas en el extranjero»
Voces del Pueblo se llama el movimiento que encabeza un gruo de intelectuales y personalidades de la cultura que horadaron el poder político de la coalición conservadora-socialdemócrata, derrumbada por la crisis. Sus integrantes bloquearon el Congreso, se enfrentaron con la policía y cuentan con la simpatía de los trabajadores que, históricamente, siempre estuvieron ligados a los socialdemócratas. Contra las deudas que pretenden cobrarles los bancos que colapsaron (Kaupthing, Landsbanki y Glitnir), la falta de transparencia en el sistema financiero y la clase dirigente, los islandeses empezaron a agruparse. Primero fueron unos cientos, después un par de miles y en las movilizaciones más grandes, llegaron a reunir cinco mil personas. Un número más que respetable si se toma en cuenta la población del país. (PÁGINA 12) BREAKING VIEWS.- El problema macroeconómico profundo de Portugal es la falta de vitalidad. La economía ha luchado por crecer aún en los primeros siete años de felicidad del euro cuando el Gobierno tenía una buena financiación del déficit y los bancos eran capaces de aprovechar los mercados de capitales de la zona euro a precios muy baratos. Ahora el reto es generar los ingresos necesarios para asumir toda la deuda acumulada, pese a las medidas de austeridad. La aceleración de la meta es aún mayor porque la deuda acumulada es una carga masiva. Argentina. Página 12 Referéndum en Islandia, o de cómo un pueblo congeló a sus acreedores Gustavo Veiga Hace una semana los islandeses decidieron no pagar a inversores de Gran Bretaña y Holanda unos 3700 millones de euros. Esa deuda, que el Parlamento había aprobado honrar en votación dividida (33 a 30) fue desautorizada en un referéndum por el 90 por ciento del electorado. El 14 de octubre de 2008, cuando se precipitó la crisis –ese día la Bolsa cayó un 77 por ciento–, este pueblo de mansos pescadores pasó sin escalas de vivir una especie de islandian way of life a la peor de las pesadillas. Súbditos de las reinas Isabel y Beatriz, muy ávidos buscadores de oportunidades, depositaron sus dineros en la banca de esta isla de los géiseres y perdieron todo cuando explotó la burbuja financiera. La abrumadora mayoría de los 320 mil islandeses que se inclinó por el “no” canalizó así su hastío contra el mismo sistema, ahora desacralizado, que antes les había permitido tener una expectativa de vida de 80 años y ocupar el ranking de sexta nación más rica de la OCDE. Andri Snaer Magnason, un activista islandés, explica aquel pasado –no tan pasado– esplendoroso: “En 2002 el gobierno decidió doblar nuestra producción de energía, lo que provocó un boom inmobiliario y la llegada de mucho dinero del extranjero a nuestra economía”. Es autor del libro Dreamland: un manual de autoayuda para una nación asustada, best-seller en su país. “Antes de la crisis –dice Magnason– el 80 por ciento de los jóvenes islandeses aspiraba a convertirse en un banquero millonario y ahora eso ya no pasa.” Al contrario: marcharon durante los últimos dos años y aún lo hacen todos los sábados frente a la sede del gobierno, en Reykjavik, la capital. Sus protestas no se han detenido. La saga de un par de magnates islandeses da cuenta de cómo se pulverizó la bonanza económica de esta nación con paisaje lunar donde la propia Nasa envía a sus aspirantes a astronautas para aclimatarse. Uno de ellos, Jon Asgeir Johannesson, en apenas un puñado de años adquirió varias de las más exclusivas tiendas británicas y danesas, al frente del grupo inversor Baugur. Otro, Bjorgolfur Gudmundsson, se apropió con dinero fresco (en Islandia la moneda es la corona) del club inglés West Ham, el mismo que contrató a Carlos Tevez y Javier Mascherano cuando llegaron al fútbol europeo desde Corinthians de Brasil. El destacado periodista Ezequiel Fernández Moores escribió una nota muy ilustrativa sobre el último tema en octubre de 2007. Conoce Islandia y recuerda: “En aquel momento todos mandaban a sus hijos a estudiar al continente. Allá todos o casi todos se conocen entre sí, tenían un estándar de vida medio, casas nórdicas sin grandes lujos y cada uno hacía lo que se le daba la gana”. Eso ya no es posible. Las largas e ininterrumpidas noches que van de noviembre a enero, parecen haberse extendido en un plano simbólico al resto del año. La segunda isla más grande de Europa, que tenía un PIB semejante al de nuestra provincia de Santa Fe, ya no es lo que era. Pero intenta comenzar su reconstrucción sobre otras bases y otras voces. Voces del Pueblo se llama el movimiento que encabeza un grupo de intelectuales y personalidades de la cultura que horadaron el poder político de la coalición conservadora-socialdemócrata, derrumbada por la crisis. Sus integrantes bloquearon el Congreso, se enfrentaron con la policía y cuentan con la simpatía de los trabajadores que, históricamente, siempre estuvieron ligados a los socialdemócratas. Niklas Svensson, un autor de formación marxista, escribió un artículo el año pasado en el que sostiene: “La deuda externa de Islandia no la ha contraído la población islandesa. La deuda no es el resultado de comprar automóviles de lujo o invertir en servicios públicos. Es el resultado de la especulación de una minúscula camarilla dentro de la población, que ahora huye del país a sus lujosas casas en el extranjero”. Cualquier semejanza con otras naciones del planeta es pura coincidencia. Contra las deudas que pretenden cobrarles, los bancos que colapsaron (Kaupthing, Landsbanki y Glitnir), la falta de transparencia en el sistema financiero y la clase dirigente, los islandeses empezaron a agruparse. Primero fueron unos cientos, después un par de miles y en las movilizaciones más grandes, llegaron a reunir cinco mil personas. Un número más que respetable si se toma en cuenta la población del país. Con su posición inequívoca en el referéndum, decidieron desembarazarse del lastre que les hubiera causado pagar la deuda con los acreedores ingleses y holandeses a razón de 40.000 euros por familia y en quince años, a un interés del 5,5 por ciento. La inminencia de otro problema –un eventual bloqueo de Inglaterra al ingreso islandés a la Unión Europea– todavía se discute en las calles de Reykjavik. Aunque parece que a los islandeses no los arredra la moneda por el suelo, la baja del consumo y los cortocircuitos con sus políticos. No consideran que sea justo pagar por la quiebra que provocaron otros. La primera ministra, Johanna Sigurdardottir, dijo que el resultado de la votación le saldría “caro” a la nación que tanto cautivó a Borges. Parece la metáfora de la más conocida película que transcurre en Islandia, 101 Reykjavik, que se centra en la vida de Hlynur (Hilmir Snaer Gudnason), cuya vida disipada sólo gira en disfrutar y ser irresponsable. Pero el personaje cambia cuando se entera de que Berglind (Hanna Maria Karlsdottir), su madre, mantiene una relación íntima con Lola, una profesora de flamenco (Victoria Abril), de la cual él también es su amante esporádico. La explosión de la burbuja capitalista sorprendió a los islandeses por la noche y entre sábanas. Cuando despertaron, se dieron cuenta de que no querían repetir ese sueño. Cambiaron como Hlynur, e instruidos como son (tienen la mayor cantidad de libros publicados por cápita del planeta) y guiados por la fuerza de sus volcanes y aguas surgentes, decidieron que no pagarían la deuda contraída por sus banqueros. PÁGINA 12. 14-3-2010 R. Unido. Breaking Views La debilidad de Portugal Ian Campbell A veces las agencias de calificación no ven los problemas que se avecinan. Con más frecuencia detectan los riesgos y se resisten a sacar conclusiones alarmantes. Sirva los comentarios de Moody’s tras situar ayer en perspectiva negativa la nota de Portugal. La agencia dice que está preocupada por la "vitalidad económica portuguesa a largo plazo". Sin embargo, agrega que la solvencia de la nación "no está en cuestión". Que el mercado de bonos se ha mantenido abierto al país, mientras que el precio de venta de la deuda es "elevado". Mucho más elevado -podría haber dicho Moody’s- que seis meses o un año atrás. Esa progresiva escalada de los costes de financiación es lo que precisamente tiende a ocurrir cuando un país se dirige hacia la crisis. El problema macroeconómico profundo de Lisboa es esa falta de vitalidad. La economía ha luchado por crecer aún en los primeros siete años de felicidad del euro cuando el Gobierno tenía una buena financiación del déficit y los bancos eran capaces de aprovechar los mercados de capitales de la zona euro a precios muy baratos. Ahora el reto es generar los ingresos necesarios para asumir toda la deuda acumulada, pese a las medidas de austeridad. La aceleración de la meta es aún mayor porque la deuda acumulada es una carga masiva. El Gobierno ha hecho pocos progresos en la mejora de la situación fiscal. Se estima que la deuda superará el 80% del PIB. Cumplir con el objetivo de rebajar este año un déficit aún muy alto, del 7,3% del PIB, parece una batalla. La recesión es probable en 2011. El crecimiento luce pobre. El país no tiene una base industrial fuerte. Tampoco luce competitiva. Incluso con el país en recesión, el déficit comercial es grande lo que implica financiación externa. Parece casi seguro que Lisboa requiera un plan de rescate que proporcionará un alivio a corto plazo a un país que lucha por mantener al día el pago a sus acreedores. BREAKING VIEWS. 22-12-2010