.
Eran Matilde, Blanca y Antonia.
Ayer les quitaron la vida.
Eran Virginia, Cristina y Carmen.
Ayer las asesinaron.
Eran Gloria, Ana y Laura.
Hoy rellenan estadísticas.
Eran Erika, Yurena y Victoria.
Hoy son unos minutos en el telediario.
Eran Dolores, Leydi y Margaret.
Hoy no son.
Mañana serán olvidadas.
Eran Rosario, Violeta y Eliana.
Era yo.
Eran Rosa, Susana y Raquel.
Eras tú.
Eran Beatriz, Encarnación y Fadwa.
Era ella.
A los números no les dejan sentir.
Antes de hacer las cuentas les limpian bien la sangre.
Les anulan toda humanidad, desaparece todo sufrimiento.
Ayer era una vida.
Hoy es una resta.
Pero los muros gritan y el suelo se estremece.
Y el tormento se extiende por la piel, aunque las matemáticas pretendan contenerlo.
Y aquella mujer tiene un dolor fino y agudo por cada una de ellas, noventa y nueve agujas de acero atravesándole el pecho, desde el esternón a la columna.
Y esa niña, que apenas sabe sumar, ya tiene un grito atragantado detrás de la campanilla, aprisionado por el miedo.
Y los pulmones gastados de aquella anciana están empapados por el llanto denso y amarillento, al que no se le ha permitido salir.
La rabia se acumula en el centro del ombligo y crece cada vez que vibran las paredes.
Eran Irina, Catalina y Carmen.
Fueron denigradas.
Fueron maltratadas.
Fueron violadas.
Fueron asesinadas.
Y los labios de aquella madre quieren gritar “basta”.
Y el puño de aquella abuela quiere levantarse firme.
Y las piernas de aquella joven quieren saltar libres.
Y la boca de aquella niña quiere escupir la rabia.
Y el sexo de aquella mujer quiere ser excarcelado.
Eran Valentina, Sofía y Noemí.
Que su nombre se taladre en tu entrecejo.
Eran Felicidad, Pilar y Jessyca.
Que su historia te retuerza las entrañas.
Eran Lilibet, Arantxa y Kenya.
Eran muchas más.
No las olvides, no las olvides nunca.
Se han registrado noventa y nueve casos de feminicidios en España al cierre de 2017.