Tras arrasar en las elecciones de marzo con el 77% de los votos, Vladímir Putin ha arrancado su cuarto mandato al frente de Rusia. Cuando finalice esta legislatura, en 2024, será el dirigente del Kremlin que más tiempo a estado en el poder. Bajo su férreo liderazgo, Rusia -heredera de una superpotencia- ha pasado del agujero negro a ser de nuevo un activo y poderoso jugador geopolítico, y una amenazadora fuente de desestabilización mundial.
La Rusia del Siglo XXI es la Rusia de Putin. Las nuevas generaciones no han conocido más gobernante que a su figura. La identificación de la cabeza del Estado con su persona es casi una cosa y la misma, para partidarios y para detractores, que incluso gritan “¡abajo el Zar!” en las manifestaciones contra él.
Si la Constitución no es modificada, Putin está iniciando su último mandato presidencial de seis años. No se pueden empalmar más de dos mandatos consecutivos. Pero muchos dudan que eso sea un obstáculo definitivo. Cuando en 2008 agotó las dos legislaturas consecutivas, su mano derecha Dmitri Medvédev ocupó el cargo de presidente durante cuatro años, y Putin el de primer ministro, aunque dirigiendo el Estado como «hombre fuerte» de idéntica manera.
Luego Medvédev cambió la Carta Magna para ampliar los mandatos de cuatro a seis años y permitir el retorno de Putin a lo más alto. Y así lleva el Zar Vladímir dirigiendo manu militari los destinos de todas las Rusias. No es de extrañar que muchos cuestionen que en 2024 vaya a jubilarse.
En las protestas contra la investidura de Putin, que la policía reprimió con dureza deteniendo a unos 1.500 manifestantes, también fue apresado el líder opositor Alexéi Navalni, que no pudo presentarse en los comicios debido a una condena judicial por fraude que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos ya tildó en su momento de “arbitraria e injusta”.
Pero los rasgos autoritarios, antidemocráticos y «soviéticos» del actual régimen ruso, incluso la existencia de fraude y caciquismo en los comicios, no pueden ocultar la realidad. Guste o no, los estudios de opinión señalan una y otra vez que más de un 80% de rusos aprueban la gestión de Putin. Aunque esa confianza tiene una persistente tendencia a la baja.
El zar que volvió a Rusia amenazadora de nuevo.
Cuando cogió el timón del Kremlin en 1999, el Moscú de Boris Yeltsin estaba en el fondo del pantano geopolítico en el que se había hundido tras el colapso de la URSS. En los caóticos años 90, los nuevos oligarcas rusos -procedentes sin excepción de los distintos sectores de la nomenklatura soviética- se debatieron en una guerra interna por el poder, mientras el antiguo glacis -los países del Este y las repúblicas exsoviéticas- iban cambiando de alineación. Bien solicitando su inclusión en la OTAN (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Lituania, Estonia, Letonia, Rumanía, Bulgaria…) y la UE, bien llegando a acuerdos directamente con Washington (Georgia, Azerbaiyán, Kirguistán, Uzbekistán…).
Este antiguo coronel de la KGB y su guardia pretoriana -una cohorte de especialistas de los servicios de inteligencia soviéticos- tomaron con mano de hierro la dirección de Rusia, acabaron violentamente con las disputas de la oligarquía rusa, cogieron resueltamente la dirección de los principales monopolios del país, entre ellos los del clave sector energético y aplastaron a sangre y fuego las rebeliones en el Cáucaso (Chechenia o Georgia).
De la mano de Putin, Rusia fue escapando de los intentos norteamericanos por reducirla a una potencia de segundo orden. El empantanamiento de EEUU tras el fracaso de Bush en Irak permitió a Putin retomar la iniciativa.
Cogiendo el sector energético como la base de la economía y disparando un 700% sus exportaciones de petróleo y gas, la Federación Rusa fue dotándose de infraestructuras y fue impulsando la expansión de diversos oligopolios (gas, petróleo, aluminio…). También pudo reconstruir el sistema sanitario o de pensiones, y acometer una relativa mejora de las condiciones de vida de la población, que es la base del elevado y persistente suelo electoral de Putin. Y por último, la mejora de la base económica permitió al Kremlin volver a fortalecer su músculo militar.«La presencia e influencia de Rusia en Oriente Medio, y como un activo y agresivo jugador mundial, se ha convertido en hecho consumado»
Y entonces llegó el momento de usar de forma contundente el poder militar. En febrero de 2014, el ejército ruso se lanzó a intervenir militarmente en Ucrania ante el golpe de Estado contra el presidente prorruso Yanukovich. Es la señal de que Rusia no está dispuesta a seguir permitiendo el avance de EEUU y sus aliados de la OTAN en sus fronteras, arrebatándole a Ucrania de su órbita y condenando a Moscú a ser una potencia meramente asiática. El apoyo militar y el reconocimiento político de la independencia de las dos regiones del Este, así como la reincorporación de la península de Crimea –sede de la flota del Mar Negro– al Estado ruso fueron un punto de inflexión.
La réplica de Washington y la UE se redujo a fuertes sanciones económicas, pero descartando cualquier tipo de respuesta militar. Un triunfo incontestable de Putin que dio un golpe de audacia, colocando nuevamente a Rusia como actor de primera línea internacional.
Poco después (septiembre de 2015) vino el desembarco en Siria, donde las tropas y la aviación rusas pasaron a intervenir abiertamente en apoyo del régimen de Bachar Al Assad, cambiando completamente el curso de la guerra. Hasta ese momento el Gobierno de Damasco se veía incapaz de contener el avance del ISIS y de otras facciones apoyadas -abierta o subrepticiamente- por EEUU. A partir de ese momento, la guerra se ha ido saldando hacia la destrucción del Estado Islámico y hacia la pervivencia del régimen de Al Assad, cuya soberanía ha quedado satelizada bajo el poder de Moscú.
Y la presencia e influencia de Rusia en Oriente Medio, y como un activo y agresivo jugador mundial, se ha convertido en hecho consumado. El eje formado por Rusia, Siria e Irán, al que tienden a aproximarse Líbano o incluso la Turquía de Erdogan, se contrapone a la influencia norteamericana o de sus gendarmes israelíes o saudíes. Putin ha ignorado todos los llamamientos de la línea Trump a un acercamiento Moscú-Washington que pudiera acercar a Rusia a una especie de frente mundial anti-China.
Pero los pueblos del mundo han aprendido a guardarse las espaldas de la Rusia de Putin, una potencia imperialista agresiva y depredadora, heredera de una superpotencia hegemonista que llevó junto a EEUU al mundo al borde de la conflagración mundial. Sus alianzas y movimientos en el tablero internacional están marcadas exclusivamente por sus propios intereses geoestratégicos y económicos, y ha demostrado sobradamente (en Crimea, en Georgia o Chechenia) que no vacila en utilizar de forma brutal su fuerza militar si la situación lo requiere. Los movimientos de la Rusia actual son un peligroso factor de desestabilidad del panorama global.
Un régimen autoritario que busca perpetuarse
El notable fortalecimiento de la Rusia de Putin en estos últimos años no significa que Moscú no tenga problemas, e importantes, tanto internos como externos. A pesar de atesorar una notable estabilidad de su autocrático régimen político, la base económica rusa sigue adoleciendo de insuficiencias estructurales. Pese a sus avances, sigue siendo tan altamente dependiente de la exportación de gas y petróleo, que cualquier vaivén en la política internacional que provoque un descenso abrupto de su precio, puede dejarla nuevamente desnuda y sin recursos para mantener su actualmente ambiciosa presencia en el orden mundial.
Putin es consciente de esto e intenta dinamizar las estructuras económicas de su nación. Es la llamada idea del proryv, un término que Putin repitió varias veces en su alocución inaugural y que puede traducirse como “avance sustancial”, “salto” o “paso adelante”. Los planes de Putin para sus próximos seis años costarán al Estado ruso cerca de 127.000 millones de euros. Una ambiciosa suma de dinero para la cual el jefe del Kremlin ha colocado al frente del Ministerio de Finanzas a Alexéi Kudrin, un tecnócrata de corte liberal con una buena cartera de relaciones con las oligarquías financieras occidentales, cuya misión será atraer la inversión extranjera desafiando el laberinto de sanciones occidentales y de contrasanciones rusas.«Los pueblos del mundo han aprendido a guardarse las espaldas de la Rusia de Putin, una potencia imperialista agresiva y depredadora, heredera de una superpotencia hegemonista»
Entre los objetivos anunciados para la legislatura que comienza, está que Rusia logre un crecimiento superior a la media mundial, una inflación máxima del 4%, y situar la economía nacional entre las cinco primeras del mundo. Putin se ha planteado medidas para atraer a científicos extranjeros importantes, aumento la productividad laboral en un mínimo del 5% anual en las industrias medianas y grandes en ramas no relacionadas con las materias primas e incrementar el número de empleados en las empresas pequeñas y medianas en hasta 25 millones de personas.
Aunque el acento principal de la política de Putin va a seguir estando, según sus palabras, en «garantizar la seguridad y la capacidad defensiva” de Rusia -áreas que él mismo supervisa personalmente- el dirigente advierte la lenta pero perceptible erosión de su régimen político, y la aparición de una oposición, minoritaria pero cada vez más ruidosa opuesta a la autocracia del Kremlin, a la falta de libertades, y a unas grises condiciones de vida.
Por eso, ha prometido dar prioridad a una “nueva calidad de vida, el bienestar, la seguridad y la salud de la gente”. El Kremlin contempla construir cinco millones de viviendas anuales y aumentar las expectativas de vida media de los rusos (ahora en torno a los 72 años) a 78 años en 2024 y a 80 en 2030. Ha anunciado mejoras en el sistema sanitario y un aumento de las pensiones por encima de la inflación.
Pero en el plano interno, la promoción de un ultranacionalismo ruso, autoritario y con un inequívoco aroma al socialfascismo soviético, seguirán siendo la norma para encuadrar a la población. Bajo las formalidades de democracia electoral, el régimen de Putin sigue anegando al pueblo ruso con la difusión de los más degradantes y reaccionarios valores, fomentando el culto servil a la autoridad, el miedo y el ultranacionalismo como pensamiento único. El Kremlin utiliza machaconamente el mensaje de «Occidente está contra nosotros» y el de «hacer Rusia grande de nuevo» -en el sentido soviético de la palabra- para encuadrar ideológicamente a toda la sociedad rusa en torno a sus proyectos imperialistas. «Putin ha forjado un sistema autocrático en el que las autoridades políticas, judiciales y policiales actúan con impunidad contra cualquier oposición que se atreva a enfrentarse al poder»
Putin ha prohibido el servicio de mensajería instantánea Telegram, impone un claustrofóbico marcaje sobre los medios de comunicación o contra los partidos opositores. Las últimas manifestaciones de la oposición fueron reprimidas no ya solo por la policía, sino por una organización parapolicial de partidarios de Putin, el Destacamento Central de Cosacos, que había recibido apoyo financiero de la alcaldía de Moscú para entrenarse para disolver mítines.
Putin ha forjado un sistema autocrático en el que las autoridades políticas, judiciales y policiales actúan con impunidad contra cualquier oposición -política, mediática o social- que se atreva a oponerse al poder, ya sea en la figura del presidente, o la de un alcalde, mandatario regional, diputado o ministro. «Denunciar a la autoridad es ser un antipatriota». Quien lo hace es señalado y marcado, condenado a un kafkiano ostracismo, cuando no a una persecución legal o física, especialmente si quien se enfrenta al Estado omnipotente es miembro de una minoría étnica o sexual. La lista negra de periodistas o de opositores críticos con Putin encarcelados o asesinados lo atestigua.
Así pues, Moscú se va consolidando como un poderoso e inquietante jugador activo en el plano internacional, y un régimen opresivo y autoritario en el plano interno. Los pueblos del mundo haremos bien en no perder de vista a la Rusia del Zar Vladímir.
El Empecinado dice:
Pues el mundo estará mejor cuando el régimen autoritario de Putin y su camarilla caiga y Rusia alcance una verdadera democracia y se convierta en una sociedad con derechos y deberes plenos, con las libertades individuales de conciencia, de expresión y de asociación plenamente garantizadas.
Y que finalmente la URSS y todos los residuos de ese régimen social-fascista pasen a la historia. Y que todos los documentos secretos del régimen soviético y de Putin sean desclasificados y se puedan descubrir todos los crímenes cometidos por estos criminales.
Mi apoyo a la disidencia democrática y patriótica (no a los agentes desestabilizadores de EEUU).