Una inundación de solidaridad

Habladle de los voluntarios

Cuando alguien en los años venideros recuerde de la terrible dana de Valencia, habladle de la riada de los voluntarios. Esto debe quedar grabado para siempre en la memoria. En los trances duros, nuestro pueblo da lo mejor de sí mismo.

En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.

Antonio Machado

«Estos que ves ahora, deshechos, maltrechos, sucios, cansados, hechos un asco, destrozados, son, no lo olvides nunca, lo mejor de España»

Max Aub (dramaturgo franco-alemán afincado en Valencia)

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El desastre de la dana en Valencia dejará para siempre imágenes de horror en nuestra retina. Pueblos anegados. Vidas truncadas. Vecinos desolados, hogares deshechos. Escenarios apocalípticos entre el barro y los escombros.

Pero toda tragedia tiene sus héroes. Como en la pandemia, desde el primer momento, miles y miles y miles de valencianos llegaron antes que nadie a las localidades afectadas a ayudar, con con sus palas, con sus escobas, con sus manos desnudas, a sus vecinos, a sus paisanos.

La imagen del que ya para siempre será el ‘puente de la solidaridad’ -esa pasarela peatonal que cruza la V30 y el Plan Sur, conectando Sant Marcell con el Barrio de la Torre- nos llena de confianza en la fuerza del pueblo, en su ternura, en su infinita energía para crear de la nada redes de ayuda y solidaridad hacia los que más lo necesitan, justo cuando las autoridades les están fallando.

Al día siguiente de la catástrofe, un aluvión de palas y escobas, de garrafas de agua, de gente a pie o en bici, con carritos de la compra o con mochilas cargadas de comida, la mayoría jóvenes, pero otros peinando canas, se lanzó a las calles llenas de barro y coches de Benetúser, de Sedaví, Aldaia o Paiporta para ayudar a la gente que aún estaba atrapada en sus casas.

El ya renombrado como ‘Puente de la Solidaridad’, lleno de voluntarios

Antes de eso, en las horas más negras del desastre, ya se habían producido incontables actos de heroísmo. Gente -con cuerdas, con sábanas, con cortinas- jugándose el pellejo desde un primer piso rescatar a otros que, subidos a un coche arrastrado por la brutal corriente, estaban en peligro mortal.

Como los vecinos de Utiel, que desafiando la fuerza del agua rompieron puertas y ventanas a puñetazos y patadas para rescatar a personas que se estaban ahogando.

O como las 10 trabajadoras de la residencia de mayores que cargaron sobre sus propios hombros a 124 ancianos hasta una segunda planta, salvando la vida de todos.

O los camioneros que sacaron a los conductores de sus coches, en la A3, para meterlos en sus remolques, poniéndolos a salvo.

No todos lo contaron. «Mi marido murió por salvar a una mujer», dice entre lágrimas la esposa de José, en Catarroja.

Son tantos, y tantos y tantos.

Las enfermeras que salvaron la vida a 124 ancianos al cogerlos en brazos y subirlos al primer piso

La riada de solidaridad tienen muchos acentos. Mujeres refugiadas de las guerras de Siria y Afganistán que se ponen a cocinar en la calle, para dar comida caliente a sus vecinos, al pueblo que antes del desastre los había acogido a ellas. Un pelotón de senegaleses, salidos de no se sabe dónde, que sin descanso y cantando, mano a mano con la Guardia Civil, sacan cubos y cubos de barro de un garaje. Un grupo de indios sijs, con su llamativo turbante y sus espesas barbas, que limpia calles y reparte comida entre los vecinos.

Un equipo de senegaleses quitando barro, mano a mano con un agente de la Guardia Civil

Y jóvenes, jóvenes, jóvenes. Gente joven, por doquier. Hasta niños, hasta capitanes de 15 años, repartiendo agua y comida de puerta en puerta. Esos a los que han llamado despectivamente «generación de cristal». Esos a los que siempre pintan pegados a una pantalla de móvil, o individualistas e indolentes. La dana también ha arramblado con todos esos prejuicios, mostrándonos a una juventud generosa y abnegada, solidaria, trabajadora y empática, dispuestos a esforzarse hasta la extenuación para al día siguiente seguir otra vez.

Llauraors de la huerta valenciana, ponen sus tractores para quitar el barro

Otros cuya ayuda ha sido inestimable: els llauradors. Agricultores de toda la huerta valenciana han acudido, todos los días, con cientos de tractores, para ayudar ‘als seus germans de l’Horta Sud’, a quitar barro, escombros, coches destrozados. Aportando sus propias maquinas pesadas para hacer lo que no puede la fuerza humana.+

Y más. Fruteros o farmacéuticos -los del barrio, los de toda la vida- que sacan de su tienda arrasada el género que pueden salvar, y lo reparten gratuítamente entre sus vecinos. Electricistas, mecánicos, fontaneros, profesionales que ponen generosamente su oficio, sin coste alguno, al servicio de los afectados.

No hay espacio para contar todo, ni palmas para aplaudir tanto altruísmo, ni lágrimas para llorar tanta bondad. Pero esto debe quedar grabado para siempre en la memoria. En los trances duros, nuestro pueblo da lo mejor de sí mismo.

Cuando alguien en los años venideros recuerde de la terrible dana de Valencia, habladle de la riada de los voluntarios.

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El aluvión de ayuda del resto de España

Todo el país te arropa, Valencia

M.B.

Toda España está conmocionada. Toda España es Valencia. Toda España es Utiel, y Picanya, y Cataroja, y Benetúser.

La solidaridad que ha llegado a los pueblos afectados no sólo viene de Valencia, o de la Comunitat Valenciana. Llega de Galicia y Extremadura, de Canarias y Madrid, de la Rioja y de Córdoba, del Pirineo aragonés o de Baleares.

Recogida de ayuda para Valencia en Vigo

La hemeroteca de estos días está salpicada de ejemplos de solidaridad que encierran muchos kilómetros de distancia. Una generosidad que se mide en muchas horas de carretera. Como la de un matrimonio de recién casados que decidieron celebrar su luna de miel en Valencia para ayudar a los afectados por la dana.

O la de un empresario de Madrid que llama al Centro Logístico de ‘La Cantina’, ofreciendo de su bolsillo una veintena de bombas de achique. «Si me dais unos días, consigo más», dice al colgar el teléfono.

Recogida de ayuda para Valencia en Cáceres

Camiones cargados de ayuda de Galicia, de Almería, de Logroños. Otras dos furgonetas de Broto, un pueblo de 500 habitantes en lo alto del pirineo oscense. «Una vecina nos dio 300 euros, y compramos dos bombas de achique», cuenta Javier Guiu.

En Sevilla, las hermandades recogen toneladas de ayuda para Valencia. En Vallecas es la hinchada del Rayo, y así hasta treinta puntos por todos los barrios de la capital. Las asociaciones de vecinos de Soria recogen víveres para enviar al lugar de la catástrofe, lo mismo que el cabildo de la isla de La Palma. «Recibimos mucha ayuda de la Comunidad Valenciana cuando el volcán», recuerdan.

Toneladas de ayuda en Murcia son cargadas en camiones. La misma imagen en la margen izquierda en Bilbao. 2000 kilos de material llegan desde Cáceres.

Desde todas las provincias, desde las grandes ciudades y pueblos pequeños.

Todo el país te arropa, Valencia.

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