El precio del petróleo ha bajado en los mercados globales de más de cien dólares a menos de setenta en cuatro-cinco meses, no es de verdad poca cosa, y el trend no parece para nada agotado. En las subprovincias itálica e hispana se habla poco de esto y sobretodo mal, con interpretaciones preconfecionadas –con raras excepciones- que separan la cuestión del cuadro de conjunto de las tensiones geopolíticas globales. Como siempre por estos lares se evita con mucho cuidado levantar cuestiones políticas que se vuelven candentes, si es verdad que aquellas tensiones están aumentando con toda evidencia en un crescendo no alejado de posibles puntos de precipitación.
En otros lugares se dan al menos un par de interpretaciones. La primera es más estrictamente económica y ve esta bajada en función de la disminución de la demanda mundial debido al estancamiento de la economía occidental y a la ralentización de los BRICS y teniendo en contra un incremento de la oferta también por el aumento de la producción estadunidense gracias al fracking.
Ahora bien, el mecanismo “puro” de la oferta y la demanda puede convencer tal vez a algún economista académico, mas esta lectura es poco consistente, tanto más para una materia prima crucial como el petróleo, cuyo precio ligado al dólar sigue desde siempre una dinámica financiera y geopolítica estrechamente entrelazadas: ¿queremos recordar el ’73, el ’79, el ’85, el ‘90? Además, si así fuera, no se entenderían los ritmos tan acelerados y los plazos de la bajada, ni porque la respuesta de la OPEP, léase Arabia Saudita, ha sido la de aumentar la producción en lugar que de cortarla a costa de pérdidas netas. Ciertamente la ralentización global de la economía mundial con el consiguiente incremento de la competitividad es el escenario que posibilita lo que está sucediendo al precio del petróleo, sin embargo los extraños mecanismos de transmisión hay que rastrearlos de forma más plausible en otro lugar.
Es decir en los factores geopolíticos. Más precisamente: está actuando un acuerdo [1] entre Washington y Arabia Saudita in primis contra Rusia, en segundo lugar contra Irán. Con esta clave de lectura, ya en octubre Thomas Friedman escribía en el New York Times que estamos delante de una auténtica “guerra del petróleo” (http://www.nytimes.com/2014/10/15/opinion/thomas-friedman-a-pump-war.html?ref=opinion&_r=0) [2].
Los escenarios están bajo la mirada de todo el mundo. El “contencioso” ucraniano desatado por Washington contra Moscú y que desde el pasado febrero presenta una escalada –cuyo último episodio es el nombramiento del “gobierno de los extranjeros” en Kiev (http://temi.repubblica.it/limes/in-ucraina-nasce-il-governo-degli-stranieri/67527)– dirigido a provocar una intervención militar rusa con todas las consecuencias del caso para Moscú (aislamiento internacional, definitiva ruptura con Europa, posibles problemas en el frente interno, dificultades económicas, etc.). Y, mucho más vinculado al primero de lo que parezca, el creciente caos “pilotado” en Oriente Medio donde detrás del ambiguo, cuando menos, conflicto del así llamado califato por parte de la renovada coalición USA-Arabia Saudita está en realidad el objetivo de regresar a Siria y derribar el régimen de Assad apoyado por rusos e iraníes (http://www.infoaut.org/index.php/blog/global-crisis/item/12839-il-califfato-non-esiste).
Ahora bien, no es ningún secreto que los ingresos por exportaciones de petróleo y gas para Rusia (e Irán) suman la mitad del total. El hundimiento de los precios significa casi de inmediato un recorte brutal de los presupuestos estatales y paraliza cualquier estrategia económica independiente, también más allá de las sanciones aprobadas a causa del asunto ucraniano y de las crecientes dificultades de financiación en los mercados internacionales. Del resto, de esto se habla desde hace tiempo de forma abierta en la prensa americana. Y lo sabe muy bien el gobierno ruso que por boca del ministro de Exteriores Lavrov ha explícitamente hablado de la estrategia estadunidense en pro de un régimen change en Moscú (http://libertyblitzkrieg.com/2014/12/01/tensions-between-the-u-s-and-russia-are-worse-than-you-realize-remarks-by-foreign-minister-sergey-lavrov/). Todo esto no hace sino añadirse a las debilidades estructurales de la economía rusa [3].
La estrategia saudita es regional: atacar la presencia chiita en todas sus formas y hundir al régimen iraní, tras haberse deshecho de los rivales suníes Hermanos Musulmanes (ver la normalización manu militari de Egipto post Tahrir) y redimensionado las aspiraciones turcas. Atención: el activismo saudita, reforzado por la capacidad de manipulación aparentemente infinita de las formaciones militantes salafistas, es cada vez más autónomo. La renovada alianza con Washington es de conveniencia –tras los profundísimos contrastes a lo largo de la así llamada primavera árabe– a la espera del final anunciado de un Obama pato cojo y cada vez más blanqueado por las movilizaciones de los negros en política interior. Mientras se hace cada vez más profunda, aunque obviamente no estratégica, la tácita alianza con Israel que por su parte presta apoyo, ahora ya sin demasiados fingimientos, a los combatientes islamistas anti-Assad (http://www.lastampa.it/2014/12/08/esteri/fra-i-feriti-siriani-sul-golan-torneremo-a-combattere-lHAWjlS0K1RbfChjmHNcjK/pagina.html).
En la vertiente estadunidense la nueva cruzada anti-rusa [4] tiene múltiples implicaciones y objetivos. En extremada síntesis: frustrar la estrategia de “unión económica euroasiática”, insertar una cuña en la relación con Alemania, quebrar la primacía del abastecimiento energético a Europa, hacer imposible todo contrapeso militar en Oriente Medio.
Mas en general, para Washington se trata de retomar el control global de los flujos energéticos, volviendo a engordar el flujo de petrodólares y contribuyendo a garantizar el dominio global del dólar en contra de los intentos en curso de desdolarización de parte del comercio mundial que, a pesar de pivotar sobre China, ven en Rusia un importante actor. El fracking -que ha permitido una considerable reducción de las importaciones de EE.UU., con notables costes ambientales y la creación de una gran burbuja especulativa– hay que considerarlo un hecho interno de esta estrategia de conjunto, antes y más que un ámbito “innovador” de inversión que garantizaría a los EE.UU. una supuesta independencia energética.
Y entonces, Washington, asume también en sus cálculos el desplazamiento -con un precio del petróleo a la baja, de parte de los pozos “hazlo-tu-mismo” de shale oil (esquisto bituminoso) de los últimos años, y de algo de finanza-papel- en favor de los productores de la península arábiga, así como que para estos es admisible la pérdida transitoria de petrodólares a cambio de la perspectiva de debilitar peligrosos competidores respeto al mercado europeo (ver el proyecto de oleoducto qatarí, contra el iraní, hacia el Mediterráneo a través de Siria previo el hundimiento de Assad) y a la diversificación de las importaciones energéticas chinas. La primera “víctima” de todo esto es el proyecto South Stream que tenía que haber llevado el abastecimiento ruso a Europa centro-meridional bypasando Ucrania (para Renzi: it’s ok!). Lo relevante es que Europa está deviniendo un campo de batalla de estrategias decididas en otro lugar: ¿Berlín dirá por fin algo?
En suma, no es poco lo que hay detrás de aquello que Mike Whitney en Counterpunch ha definido como el estallido de una guerra económica abierta contra Rusia (http://www.counterpunch.org/2014/12/01/defending-dollar-imperialism/). ¿Por qué los EE.UU. están acelerando? En el escenario de fondo, o no tan de fondo, la “contención” americana de China: en extrema dificultad el intento de catalizar contra China las naciones asiáticas, militarmente mediante el Pivot to Asia y económicamente con la Transpacific Trade Partnership -como ha evidenciado la reciente cumbre APEC de Bejín- Washington está pasando a la estrategia de tierra quemada alrededor de la reorientación china away from the dollar, lejos del dólar, como titula el Financial Times (http://www.ft.com/intl/cms/s/0/4ee67336-7edf-11e4-b83e-00144feabdc0.html#axzz3LZpUkvnH), que es un intento de crearse una red de relaciones que bypase Occidente. En este sentido, Rusia es una pieza importante del puzle, no solo por la energía.
La pausa de dos años de la crisis global está saltando por los aires, vientos de guerra vuelven a dejarse oír… ¿Una izquierda anti sistémica tiene algo que decir de suyo o, en el caso que no se excluya una guerra abierta en Ucrania, está lista a acomodarse en la izquierda liberal?