El nuevo gobierno griego habrá de decidirse en una repetición electoral, previstos para el 25 de junio. En las pasadas elecciones parlamentarias del 21 de mayo, el candidato de la derecha de Nueva Democracia y actual primer ministro, Kyriakos Mitsotakis se quedaba cerca de la mayoría absoluta con un 40,8%de los votos, pero se negaba siquiera a intentar formar gobierno con el único que quizá hubiera aceptado, los socialdemócratas del PASOK, la otra pata del otrora bipartidismo griego.
Así pues, Mitsotakis decidía repetir los comicios para poder beneficiarse de los 50 escaños extra que la ley electoral griega concede a la lista más votada, buscando que el voto se concentre y poder gobernar en solitario para poder aplicar sin estorbos su programa neoliberal y privatizador.
Se esperaba un resultado ajustado en las elecciones parlamentarias de mayo, una dura pugna entre la derecha de Nueva Democracia y la izquierda (Syriza) de Alexis Tsipras, que gobernó el país (2015-2019) en los durísimos años de la austeridad, los recortes y el chantaje que la Troika impuso al país heleno.
Pero la realidad ha sido otra. Mientras que la derecha ha consolidado -y levemente ampliado- su base electoral, obteniendo 2,4 millones de votos (un 40,8%) y quedando como primera fuerza política, Syriza y Tsipras han tenido un severo descalabro, perdiendo casi 600.000 votantes, un tercio de su base electoral. Han pasado de un 31,53% de los votos a un 20%, perdiendo 11 puntos y 15 escaños.
Aún así, Syriza conserva el segundo puesto como principal referente del voto progresista, por delante del que fuera durante décadas la «pata izquierda» del bipartidismo griego, el Pasok, que recupera más de 200.000 votos (presumiblemente desde la base de Syriza) y logra un tercer puesto con el 11,5% de los votos. Sin embargo, todo parece indicar que nunca más volverán a ser la socialdemocracia que aglutinaba más de 3 millones de votos (2009)
Los cuartos en el ránking son los comunistas del KKE, una fuerza antaño prosoviética y hoy pro-Putin, que declaró que bajo ninguna circunstancia pactaría con Syriza (y menos con el Pasok) para formar gobierno. Ganan 127.000 votos, mejoran un 42% su base electoral y aumentan en 11 escaños.
Los últimos en obtener representación parlamentaria son la ultraderecha de Solución Griega, los indisimulados herederos políticos del ilegalizado partido neonazi Amanecer Dorado, con un discurso antiinmigración, ultrareligioso y por cierto también pro-Putin. Sacan más de 262.500 votos, aumentando los que en 2019 obtuvo Amanecer Dorado, pero lejos de los 440.000 votos que llegaron a sacar los neonazis en 2012.
Algunas claves del laberinto
Grecia atraviesa un panorama de severa inflación que condena a la pobreza a cientos de miles de griegos -la pérdida de poder adquisitivo es del 7,4%-; una brutal subida del precio de la vivienda (un 40% en los últimos años); permanentes casos de brutalidad policial contra las manifestaciones y protestas obreras y estudiantiles, o de violaciones de los derechos humanos por parte de los guardias fronterizos en el Mar Egeo o en la frontera greco-turca. A todo ello hay que añadirle hasta escándalos de espionaje gubernamental con el software Predator y trágicos accidentes ferroviario, como el de Tempe, que causó la muerte de 57 personas y fue provocado por la falta de inversión en seguridad e infraestructuras.
Muchos se preguntan cómo es posible que en un contexto donde las políticas antipopulares y neoliberales de Mitsotakis están castigando a las clases trabajadoras helenas, el conservador haya salido indemne, mientras que ha sido el principal partido de la oposición el castigado.
En este caso no puede achacarse a un aumento de la abstención focalizado en la desmovilización de los votantes progresistas. La participación en esta convocatoria se situó en un escaso 60,57%, tres puntos más que en 2019, cuando fue del 57,78 %.
En la izquierda griega hay un cierto grado de sectarismo y de sentimiento de revancha contra una Syriza a la que culpan de haber acabado cediendo al chantaje de la Troika, cuando tras haber convocado y ganado el referéndum contra las exigencias del FMI, el BCE y la Comisión Europea, el primer ministro Tsipras tuvo finalmente que ceder ante los instrumentos de tortura que se cernían sobre Grecia: las «democráticas» autoridades europeas amenazaron con expulsar inmediatamente a Atenas del euro, algo que hubiera hecho quebrar de inmediato la economía griega y hubiera recrudecido hasta extremos impredecibles el infierno social que ya vivía el país.
Syriza necesita hacer una reflexión profunda sobre sus errores del presente y del pasado, y encontrar la manera de recomponer acuerdos, alianzas y puentes con otras fuerzas de la izquierda. Porque la alternativa son cuatro años más de un gobierno Mitsotakis, dispuesto a cumplir con los proyectos privatizadores y neoliberales que le dictan desde el extranjero, desde Washington, Berlín y Bruselas.
Todo ello en un momento donde desde las instituciones europeas vuelven a desempolvar la «disciplina fiscal» y las políticas de austeridad que tan duramente castigaron a Grecia durante la crisis anterior.
La salida del laberinto heleno es complicada, pero consiste en en que la izquierda logre tejer un hilo de Ariadna, un frente lo más amplio posible por redistribuir la riqueza y recuperar la perdida soberanía nacional para oponerse a los dictados de la Troika, cuyos hombres de negro siguen instalados en los ministerios griegos.