Las movilizaciones sociales más grandes y amplias desde que Macri llegó al poder crecen sin cesar -a pocos meses de una cita electoral decisiva- espoleadas por las protestas contra la desaparición de un joven activista, Santiago Maldonado, que participaba en una movilización mapuche en la Patagonia. Como en los tiempos de la dictadura, las sospechas de la implicación de la policía y los aparatos del Estado son clamorosas.
Ya ha pasado un mes desde que nadie volviera a saber nada de Santiago Maldonado. El joven de 28 años, de aspecto hippie y desaliñado, participaba en un corte de carretera junto a un grupo de indígenas mapuches que han ocupado unas tierras de la multinacional Benetton en la Patagonia, cuando los antidisturbios de la Gendarmería Nacional irrumpieron violentamente para disolverlos. Algunos testigos afirman que fue capturado por la policía, y las sospechas de que las fuerzas del orden lo mataron y ocultaron el cadáver en algún lugar de la inmensidad de la pampa son un clamor. El Gobierno lo niega tajantemente y defiende a los agentes, a los que ni siquiera ha apartado del cargo. La investigación, llevada por el juez Guido Otranto, conocido por su animadversión a la causa mapuche, no avanza.
Las semanas han ido muriendo y las pistas de la investigación se han ido -¿o las han ido?- enfriando. Exactamente lo contrario que ha ocurrido con la ola de indignación que se ha levantado en toda Argentina. En una movilización que -salvando las distancias- recuerda a las de Miguel Angel Blanco en la España de 1997, todo el país se ha apoderado del rostro del joven Santiago Maldonado para hacerlo su hijo, su hermano, su compañero, su amigo. Todo el mundo reza por él, grita por él, exige que sea encontrado con vida, que se investigue hasta el fondo. En un país en el que la dictadura dejó 30.000 desaparecidos y donde los aparatos represivos nunca fueron depurados, la desaparición -todo apunta que forzosa- de Maldonado ha vuelto a abrir una herida subterránea y vertebral, que duele como una vieja cicatriz en el corazón de todas las familias de Argentina.
Centenares de miles de personas han desfilado estos días por Buenos Aires, muchos de ellos militantes de la izquierda que busca derribar a Macri, pero también miles de ciudadanos sin pancartas, recién salidos de sus trabajos o acompañados de sus hijos, exigiendo que aparezca Santiago sano y salvo, y gritando “desaparecidos, ¡Nunca Más!”. La marcha, que culminó en la emblemática Plaza de Mayo, alcanzó su temperatura de ebullición cuando Sergio Maldonado, hermano de Santiago, atacó desde el estrado a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, que ha protegido en todo momento a los agentes implicados. La plaza rugió «fuera, fuera, que se vaya» -como en los días del argentinazo contra el corralito- y «asesinos, asesinos» contra el Ejecutivo. «Yo sabía, yo sabía, que a Santiago Maldonado, lo llevó gendarmería», cantaban los grupos más combativos.
Pero el movimiento de denuncia de la desaparición de Maldonado no es una simple movilización radicalizada por la izquierda o el kirchnerismo. Su cantidad y amplitud socava los mismos cimientos de la base electoral de Macri y mueve a una enorme variedad de sectores sociales. Desde Los Angeles, el músico argentino Gustavo Santaolalla (ganador de dos Oscars), se ha solidarizado con la familia. Lo mismo que numerosos clubes de fútbol o el mismísimo entrenador de la selección nacional, Jorge Sampaoli. En las fábricas, en las oficinas, en las escuelas y universidades, en los actos públicos se repiten muestras de protesta. En todas las ciudades argentinas y frente a las embajadas argentinas de numerosos países se celebran sin cesar concentraciones de denuncia, de un caso que lleva un mes dando la vuelta al mundo.
Tristemente, los desaparecidos forzosos parecen haber vuelto a la Argentina de Macri. Es la otra cara de la moneda de las políticas antipopulares y de la entrega del país al capital extranjero. Para explotar, hay que oprimir. «Con Macri, la policía volvió a sentirse habilitada para reprimir, estigmatizar y discriminar”, denuncia un manifestante en la Plaza de Mayo. “En un país con nuestra historia, con miles de desaparecidos, decimos Nunca Más».
Trinidad dice:
Es urgente la «globalización de la solidaridad» para enfrentar los abusos del poder globalizado. Propongo organizar manifestaciones frente a las embajadas argentinas en España. Creo que se podría incluir también un No al referendum catalán. Desde mi punto de vista va todo en el mismo paquete.