Tras un año y medio de reforma, el local del Ateneo21 vuelve a abrir en Madrid con el objetivo de ofrecer un programa de actos culturales con sello propio: unir la cultura popular con lo más avanzado del pensamiento, desde la más amplia pluralidad, recogiendo la tradición de la Residencia de Estudiantes o La Barra de Lorca. Y que mejor manera que hacerlo con el pintor Antonio López, con el que hemos compartido tertulias y entrevistas a lo largo de estos años, además de una gran amistad que preñó todo el acto y la cena-tertulia posterior.
Al principio el agradecimiento. A las socias y socios, por hacer posible el proyecto. A las organizaciones presentes en el acto, con quienes la redacción de Foros21 compartimos luchas, como la Unión Sindical Obrera, el Sindicato de Técnicos de Hacienda, la Unión Democrática de Pensionistas, el Consejo General de Trabajo Social, la Confederación Sindical Independiente FETICO, la Federación de Sindicatos de Periodistas o la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid.
Y a Antonio López, con la proyección de un vídeo que recoge todos los momentos que hemos compartido con él estos 25 años de amistad.
Es difícil dudar de que es el mejor pintor español de nuestro tiempo. Pero quienes tuvimos la suerte de estar presentes vivimos en directo, como si estuviéramos contemplando el misterio del arte del que no para de hablar, una lección inacabable de sensibilidad y pensamiento hondo. Esta primera parte se corresponde al diálogo del pintor con Juan Carlos Torres, músico, compositor y miembro fundador del Ateneo21.
No se conformen con estas páginas. Busquen el vídeo en el canal de YouTube de DeVerdadTV.
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A veces lo menos conocido es cómo empieza un artista de tan larga trayectoria, cuáles son los inicios, cómo se va gestando el pensamiento, las preferencias, las prioridades artísticas…
Empecé muy joven porque se podía, no existía la selectividad. Bellas Artes no era universitaria, sino una escuela superior. Yo no tenía el bachillerato. Ingresé a los 14 años, como se hacía entonces con el dibujo de una estatua que les gustara.
Yo tuve la suerte de tener cerca al hermano de mi padre, mi tío Antonio López Torres, que no es un pintor conocido a un nivel popular como pueda serlo Tàpies o Gordillo, pero fue un pintor maravilloso. Eso ocurre en el mundo de la pintura, gente que es verdaderamente excelsa, grande, grandísima, pero que no tiene los focos puestos sobre ellos. El caso es que Dios me lo dejó allí al lado y es el que convencía a mi familia para que hiciera Bellas Artes.
El verano del 49, en Tomelloso, hice unos trabajos bajo su dirección. Había copiado láminas y mi tío nunca me decía nada. Yo tenía 11 años. No me cansaba de dibujar. Y llegó un momento, con 13 años, que me dijo, ‘mira, todo eso que haces no es muy bueno, debes trabajar el natural’. Ahí empezó todo.
Entonces me colocó un bodegoncito en la casa de los abuelos donde vivía un hombre soltero. Y me sorprendió lo fácil que me resultaba dibujar. Pensé que el arte era una cosa muy sencilla, con lo complicado que es.
Yo veía a mi tío y a mi padre hablar sobre mí. Y decidieron que tenía que ser pintor. A mí nunca me preguntaron nada. En octubre de ese mismo año me trajeron a Madrid para preparar el ingreso. Acabé con 19 años.
Eso fue la primera página. Después vienen muchísimas páginas más. Y enseguida llega el conflicto de pensar que no es copiar bien, y al mismo tiempo qué es pintar bien si no es copiar bien. Y ahí empezó todo el lío en que vive el mundo del arte desde hace ya siglo y medio. Y ahí seguimos.
‘Me costó mucho entender la pintura española’
Cuando viajaste a Italia, he leído que tuviste cierta decepción…

Yo había acabado los estudios y ya había entrevisto qué es el misterio del arte. Qué cosa es. Pero el primer susto que me pegué fue preparándome en la escuela.
Estaba tan contento, me salían los dibujos sin demasiados problemas. Y llegué, después de las vacaciones de Navidad. Estaba preparándome en el Casón del Buen Retiro. Pues que no me salía el dibujo. Hacía unas rayas y me parecía que era una cosa torpe y tosca. Volví a hacer rayas… y me entró una angustia horrorosa.
Entonces pensé que esto no es un grifo que le das así y sale el agua. Aquí hay algo inexplicable que hace que salga o no salga. Desde muy joven entendí eso.
Y a los dos años de estar en la escuela pasé un año fatal, porque yo sabía que copiar nada más no era el camino, pero no sabía qué era lo que tenía que hacer. Nadie me lo decía. Había visto ya cosas de Picasso, había visto cosas de Sagal, cosas de Dalí… tenía una idea de lo que era el arte moderno, y pensé que eso era lo que tenía que aprender primero, pero no los podía ver. Y luego estaba el Museo del Prado, que yo no lo entendía. Ver a Velázquez, a Goya, a Rubens, a Tiziano… yo no sacaba nada de ahí.
Lo veía muy lejano, muy oscuro. No veía la realidad como la pintaban ellos.
Esos años me formé en una devoción enorme al mundo antiguo, al arte de Mesopotamia, de Egipto, de Grecia, de Roma… Había una copia en la escuela de Andrea Mantegna, que era un pintor anterior a Rafael, a Miguel Ángel, como un siglo anterior, que no me cansaba de mirarlo, que me ayudó muchísimo, y que sigue ahora en la Facultad de Bellas Artes.
Y luego me formé en el arte moderno. Esa conjunción del arte moderno con el arte antiguo, es lo que fue para mí como una guía para encontrar lo que tenía que hacer.
Cuando pasa eso, te colocas en una calle, y sientes una gran emoción al mirarla a cierta hora, o a una persona, o a unas flores, o a un niño, notas que puedes pintarlo.
Ahora, 1952 fue muy complicado. No conservo nada, porque no me salía nada. Pensaba que había llegado al final sin haber empezado. Es un oficio de riesgo, pero muy hermoso.
A mí me costó mucho entender la pintura española, qué es lo que ha hecho España. Entendí mucho antes la pintura francesa, la italiana, los griegos, los egipcios, el mundo entero… Y ahora lo español me resulta fantástico. Me costó tanto entender el arte español como entender el mundo real.
¿Al descubrir el arte español es cuando conectaste con el realismo?

En la posguerra, la modernidad deslumbrante de Lorca, de la Generación del 27, y también de la del 98, había sido destruida. Eso tuvo mucha fuerza para mí. Además de la presencia de mi tío. El que gustara lo que yo hacía a mis padres, que no sabían nada de pintura, y no disgustarles con hacer algo que no entendían, a mí eso me desazonaba muchísimo.
Prevaleció en mí la voluntad de hacer algo interesante y moderno, con todas las comillas y con todos los paréntesis que quieras, pero que no fuera abstracto, que fuera figurativo. A mí me hubiera gustado muchísimo, en ese momento de dudas tan grandes, conocer toda la figuración fantástica que se hizo en el siglo XX. Pero la idea era que estábamos solos, Francisco López, Julio López, Isabel Quintanilla, Mari (María Moreno, la mujer de Antonio López) y yo. Pensábamos que éramos unos despistados, que estábamos aquí haciendo algo indebido. Pero me cogió una galería moderna, Juana Mordón, en 1960, la misma galería en la que estaban Saura, Millares, Lucio Muñoz… gente moderna.
Creí que el realismo era un camino lleno de seducción, fantástico y extraordinario. Que no había que asustarse, que había que hacerlo bien.
Hay miles de años de figuración, de figuración fantástica, maravillosa, y hay que crear un sobresalto en el contemplador, algo que le sorprenda. Hacer realismo era poner una pica en Flandes. Esto me llevó tres años de mi vida.
Ya en el año 53 sabía que tenía que pintar en el lenguaje figurativo. Ese año pinté un cuadro de Tomelloso en las vacaciones, con todo el solezón de la tarde de la mancha, y a mí eso me parecía algo tan fantástico que no lo podía dejar de hacer.
Cuando dibujaba las estatuas, los listos de mi clase me decían, ‘ya verás tú, cuando trabajes ante el natural, como ya no vas a poderlo hacer así’. Siempre en tela de juicio… bueno, la figuración sigue estando en tela de juicio, ahora más que nunca.
Hoy en día hay un enconamiento enorme, porque hay más pintores, más follón, más voces, más ruido, y porque todo el mundo tenemos que vivir y resolver nuestra vida. La gente se defiende como puede y hay, bueno, una lógica en la que cae hasta la gente muy inteligente. Alberto Giacometti, en conversaciones que tiene, habla de que después de la fotografía, ¿cómo se va a hacer realismo? Eso lo dice también Bacon.
‘El realismo es un camino lleno de seducción’
Has desarrollado una visión sobre la pintura española a partir del realismo, sobre la figuración, sobre la posición del artista ante su obra. Y me acordé de un texto de María Zambrano, en la Casa de México, en el 39, que luego dieron forma al libro ‘Pensamiento y Poesía en la Vida Española’, donde ella habla del realismo español como una fuente de conocimiento del mundo. Y habla del materialismo español como una forma particular de conexión con la materia, con la materia viva.
La palabra materialismo, yo no la veo bien usada.
Pero la utiliza refiriéndose a la capacidad creadora que tiene acercarse a la materia, a la realidad y entregarse a ella. Y cómo eso había sido una característica en particular de la pintura y de la literatura española.
Antes me preguntabas por mi viaje a Italia. Estuvimos un mes recorriendo el país soñado por nosotros. Nos parecía lo más grande. Pero me cansé enseguida y hablábamos con nostalgia del Prado.
Werner, Leonardo, Miguel Ángel y Velázquez son muy grandes, pero son artistas muy distintos. El español tiene un punto de partida histórico muy cercano al mundo real. Tiene una capacidad para entender y emocionarse con el mundo real, con Sancho Panza, con Don Quijote, con la ciudad de Tormes, con el aguador de Sevilla… Es verdaderamente impresionante, porque en ese momento toda Europa estaba haciendo fantasías a Venus, hermoseando la realidad porque les parecía grosera.

Pues resulta que a los españoles la realidad les parecía interesante. Y ni siquiera se dieron cuenta. Tuvo que llegar el siglo XIX, Manet, venir al Prado y hablar de Velázquez.
Grecia creó el concepto de la belleza. La belleza era lo primero. Durante miles de años ha sido el norte. Todo eso ha cambiado muchísimo, y ahora el norte es la verdad. ¿Qué belleza tiene en el arte moderno Bacon?, pues que es verdad: el hombre contemporáneo destrozado, sin fe, sin creencias.
Hay otra pata que es la política, de la que podemos hablar otro día, pero la pata grande es la naturaleza. En un mundo donde estamos tantos, con tantas necesidades, con tan poca sensibilidad, atropellándolo todo, es cuando el aire empieza a faltarnos. El agua empieza a dejar de ser limpia. A ver qué hacemos. Vamos a ir a Marte a buscarla, a Júpiter. A ver qué hacemos con nuestro planeta. Yo pienso que eso va a ser el próximo dios.
‘Antes la belleza era lo primero, ahora es la verdad’
El problema es si uno va buscando una belleza que le aísla de la realidad o quiere encontrarse con ciertas verdades que pueden ser incómodas. Aunque la belleza también fue verdad en su momento. Y también sigue siendo verdad.
Yo veo la pintura que hizo Mari, mi mujer, la escultura y los dibujos de Francisco López y las pinturas de Isabel Quintanilla, y son verdad. Pero tienen una hondura en la belleza y en la dignidad enorme. Pero no es Bacon. Trata bien a las personas. No las quiere ofender. Las trata bien porque merecen ser bien tratadas. Y hay un arte así.
Nosotros nos hemos acercado a ese arte, el que trata bien a las calles y a las flores. Se fija en las cosas hermosas del mundo. No están los dioses. Pienso que el español descubrió esto muy pronto, y confió en él. Goya, Zurbarán y Sánchez Cotán lo demuestran.
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Tertulia con Antonio López
La belleza de la decadencia
Joanen Cunyat

En la parte final del acto, tuve la oportunidad de hacerle una pregunta a Antonio López y su respuesta puede ilustrar una década de lucha
Como algunos lectores saben, además de director de esta casa, soy coportavoz de la Mesa Estatal por el Blindaje de las Pensiones (MERP) –blindarlaspensiones.es-. Una plataforma que cuenta con el apoyo de Antonio López desde que inició su andadura hace ahora 12 años.
Acabando la tertulia con él, quise preguntarle por aquello que le permite saber cuándo ha acabado una obra. Es difícil encontrar un mejor homenaje al paso del tiempo y toda la belleza que emana de él, y que da sentido a que en la vejez está contenida toda la sociedad. Lo que hagamos con ella es el futuro de todo lo que conocemos como bueno.
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¿Cuándo decides que has acabado una obra?
Antes lo tenía muy claro. Quería que la pintura equivaliera a aquello que equivale como mundo real. Y yo ahora me conformo a veces solamente con empezar. Porque no puedo dejar de empezar. Y pienso que a lo mejor en estos años mi trabajo va a ser obra empezada. Otro concepto.
Antes sabía lo que era acabar. En algunos dibujos que hice de habitaciones, que yo cerraba las persianas, era un mundo privado mío, y tenía mucho control sobre él. Podía llegar hasta unos límites enormes. Me pasaba el tiempo viendo las cosas, dibujándolas sin que cambiara el tema, que la niña no crezca, que la flor no se marchite… que el natural te siga mucho tiempo, todo el tiempo que tú necesites. Sé lo que es eso porque lo he experimentado.
Pero para eso hay que tener menos años. El concepto del tiempo que yo tengo, que es muy bueno para ver las cosas, es malo para hacer un seguimiento. Antes me decían ‘el año que viene’, pues bueno, prosigo el año que viene. Pero ahora, ‘el año que viene’, madre mía, ¿eso qué es?, así que me dedico a empezar cosas con una ilusión enorme. Si puedo, las sigo porque mi ideal es que quede completa, como es el mundo real.
Ve el mundo de una manera como un joven nunca podrá verlo
El arte lo ha hecho la gente joven. Fíjate Altamira. Era todo gente muy joven, muy fuerte, con muy buena salud. Pero ahora pienso que el mundo de los viejos es también muy interesante. ¿Quién llega a viejo? Goya, que hizo un dibujo de un viejo, con una garrota y dice ‘sigo aprendiendo’. Su etapa de vejez es impresionante. Ve el mundo de una manera como un joven nunca podrá verlo.
Las flores es un tema que a mí me gusta mucho, siempre frescas, con su aroma, su belleza. Pero cuando las pintas, las ves cómo van declinando, cómo se van muriendo. Y cuando se van muriendo, abandonas. Pero ahora veo la decadencia de la flor y me parece muy hermosa también.
Me gusta ver en lo que se convierte cuando el agua se evapora del cacharro y aparecen los troncos metidos dentro, sin agua ya. Y es un tema que yo, de joven, ni se me hubiera pasado por la cabeza.
Me está pasando con muchas cosas. La decadencia de las cosas.
Los pintores se sintieron amenazados por la fotografía, porque hacían un cuadro de Isabel II con muy buena técnica, pero llegaba un fotógrafo y lo clavaba. Lo pintado tiene que tener algo que tiene que ver con la pintura para que se tenga de pie. Y que ha existido siempre. No ha surgido para diferenciarse de la fotografía, sino que el pintor de verdad hace pintura.