La potente, creciente y fortalecida izquierda carioca se ha galvanizado tras dos años de golpe blando. Se equivocan quienes piensan que metiendo a Lula entre rejas se resuelve nada.
La entrada de Lula en prisión podría producirse en los próximos días, produciéndose así el peor desenlace para el ex-presidente más popular de la historia de Brasil. Se daría paso así al tercer acto del golpe blando en Brasil -instigado desde Washington y los sectores más reaccionarios y proimperialistas de la oligarquía carioca- que tuvo su comienzo en el impeachment golpista que desalojó ilegítimamente a Dilma Rousseff del gobierno y que continuó con un juicio-farsa para arrastrar por el barro la figura de Lula y desgastar su enorme prestigio. Sin embargo, no está nada claro que las fuerzas reaccionarias puedan impedir que el PT -con Lula como favorito indiscutible en las encuestas, sea elegible o no- se imponga en las cercanas elecciones presidenciales de octubre.
Tal y como estaba previsto, el Tribunal de Segunda Instancia de Porto Alegre, que hace ahora dos meses ratificó la condena por corrupción al expresidente Lula da Silva y aumentó la aumentó la pena de prisión inicial de nueve años de cárcel a 12 y un mes, ha dado luz verde para que el juez Sérgio Moro -instigador de la cacería judicial contra el líder petista- ordene su ingreso en prisión en los próximos días.
El juicio de Moro es un cúmulo de irregularidades y prevaricaciones flagrantes, un ejemplo puro de lo que en el campo el Derecho se conoce como ‘lawfare’: la mala utilización y el abuso de las leyes del procedimiento jurídico con fines políticos. Moro y la Fiscalía han hecho uso -como si de artillería se tratara- de los medios de comunicación para filtrar informaciones no contrastadas, acusaciones infundadas que no se sostienen, en mentiras que repetidas mil veces se convierten en una montaña de fango, en un clima de opinión asfixiante que busca desprestigiar al presidente más popular de la historia de Brasil (acabó su mandato con el 85% de aprobación), y que a pesar de todo se ha mantenido como claro favorito en las encuestas para las presidenciales de 2018.
La sentencia de este juez ha dictaminado que Lula da Silva sería el dueño oculto de un apartamento en la costa de Guarujá que le habría dado la constructora OAS a cambio de que el ex presidente intercediera para conseguir tres contratos entre la constructora y la estatal Petrobras. Pero no hay pruebas de tales acusaciones. No ha podido comprobarse jamás que Lula recibiera dinero, título de propiedad alguno, ni ventaja indebida cualquiera de OAS o de Petrobrás. Moro jamás logró señalar cuál fue el acto de oficio, de corrupción pasiva, practicado por Lula a favor de la constructora OAS. No hay nada. Cero. Humo.
El magistrado Moro escuchó a 73 testigos que aseguraron que Lula no era dueño de ese apartamento. Sin embargo todo su auto se basa en la declaración del ex ejecutivo de OAS, Leo Pinheiro, encarcelado por el propio Moro. Este preso, que cambió su declaración tres veces y que finalmente aceptó una delación premiada a cambio de reducción de pena, ha sido clave en la sentencia. Hasta medios internacionales como los británicos de The Guardian han contado cómo se ha presionado a los presos para dar el nombre de Lula da Silva. La ley brasileña no permite que una condena se base exclusivamente en la confesión de un reo, y menos aún que éste no aporte prueba alguna. La Corte Interamericana de Derechos Humanos es muy clara al decir que una condena no se puede basar en el testimonio de un preso porque convierte al proceso jurídico en en inconstitucional, ilegal, fuera del Estado de Derecho. Hasta cien juristas brasileños han denunciado la ilegalidad de la sentencia de primera instancia. Pero el Tribunal de Segunda Instancia ha avalado las tesis de Moro.
No es de extrañar que Lula, al conocer la sentencia, haya declarado que «descubrí con el impeachment golpista que la democracia en ese país es algo temporal. No es la regla, sino la excepción». Lo dijo además en el marco de una gira por el sur de Brasil en la que su caravana ha sido tiroteada a balazos, sin heridos por el momento. En la capital del Estado de Paraná se han congregado grupos de extrema derecha fascista, adeptos del diputado Jair Bolsonaro, ex-militar, torturador y defensor de la dictadura que asoló Brasil hasta 1985. Bolsonaro no ha parado de arengar a sus seguidores a que organicen acciones contra el PT, y no ha ocultado su desdén por las recientes y multitudinarias movilizaciones contra el asesinato de la concejala izquierdista de Rio de Janeiro Marielle Franco, conocida por su lucha contra el racismo, las discriminaciones y su encarecida denuncia de los atropellos policiales en las favelas.
Conforme el movimiento de la izquierda cobra fuerza y vigor, toman cuerpo los grupos paramilitares y terroristas vinculados a las cloacas del Estado carioca. “Espero que tengamos seguridad, que la policía nacional y la del Estado, así como los servicios de inteligencia, puedan cumplir su papel para que podamos manifestarnos de forma pacífica y democrática como siempre lo hemos hecho”, ha dicho la presidenta PT, Gleisi Hoffmann, que viajaba junto a Lula en el coche tiroteado.
Pero a pesar de la guerra sucia de mentiras, balas y sentencias judiciales -instigada por los mismos centros de poder que maniobraron para derribar ilegítimamente el gobierno de Dilma Rousseff y colocar al lacayuno Michel Temer en Planalto- no está nada claro que lo tengan todo «atado y bien atado».
No, porque a pesar de la montaña de cieno vertida sobre su fugura, Lula sigue liderando con notable ventaja las encuestas de intención de voto. Puede ser que en octubre Lula esté cumpliendo condena e inhabilitado para el resto de su vida. O puede ser -si prospera el habeas corpus presentado por la defensa del expresidente- que todavía tenga tiempo de presentarse como candidato y hacer campaña. Legalmente, el Tribunal Superior Electoral lo tendrá muy difícil para impedírselo. Sea desde la celda, o sea con la espada de Damocles pendiendo sobre él; sea como candidato presidenciable o como candidato inhabilitado, Lula y el PT tienen una enorme capacidad de movilización, y darán la batalla hasta el final y en cada rincón de Brasil.
La potente, creciente y fortalecida izquierda carioca se ha galvanizado tras dos años de golpe blando, se ha forjado en las dificultades, ha cerrado filas ganando conciencia, organización y radicalidad. Se equivocan quienes piensan que metiendo a Lula entre rejas se resuelve nada.