Si se alarga la vida de Garoña, pasaría a ocupar el décimo lugar en el ránking de las plantas nucleares más antiguas del mundo y el primero en Europa. ¿Puede de verdad tener la máxima garantía técnica para evitar las emisiones de radioactividad?
En los próximos meses se proclamará el Ministerio de Energía acerca de la reactivación de la central nuclear de Santa María de Garoña. En esta decisión está en juego, no sólo el destino de la central burgalesa, sino de la energía nuclear en España y en consecuencia, nuestro medio ambiente y salud pública.
En 2012, tras 41 años de funcionamiento, se paraliza la actividad de la central nuclear de Garoña. Tres años atrás, en 2009, el Consejo de Seguridad Nuclear había dado el visto bueno para alargar la actividad de la central una década más. Sin embargo, la planta fue cerrada por las eléctricas para evitar pagar los impuestos de los residuos radiactivos. Dos años más tarde solicitan su reapertura hasta 2031.
Las organizaciones ecologistas denuncian persistentemente el peligro que supone alargar la vida útil de las plantas nucleares más de 40 años. Sin embargo, como si tal riesgo no existiera (o más bien, percibido como un “daño colateral”), el CSN ya ha dado su aprobación.
Si se alarga la vida de Garoña, pasaría a ocupar el décimo lugar en el ránking de las plantas nucleares más antiguas del mundo y el primero en Europa. ¿Puede de verdad tener la máxima garantía técnica para evitar las emisiones de radioactividad?
Nucleares en España
Endesa e Iberdrola parecen discrepar a cerca de la viabilidad económica de reabrir Garoña, pues apenas produjo un 6% de la energía nuclear española en su último año de actividad. Sin embargo, ambas coinciden, junto con Gas Natural, en la “necesidad” de ampliar la vida de la central nuclear de Almaraz, que debería acabar en 2020.
La central extremeña generó casi el 30% de la energía nuclear en 2015, y supuso el 20% del total de la energía consumida en el país. A tres años de la expiración de la licencia, las eléctricas mueven ficha para alargar la actividad de la planta una o dos décadas más.
Si se abre la veda de los 40 años (se habla de posponerla a los 60) para Garoña, también se abrirá para Almaraz y las otras cuatro centrales activas que tenemos en España, la más joven de ellas con 29 años de edad.
Raquel Montón, responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace España, explica los peligros que tiene alargar la actividad de las nucleares. En referencia a la central de Almaraz, señala cómo la ampliación de su vida útil, así como el aumento de la potencia, disminuye los márgenes de seguridad diseñados originalmente y aumenta el riesgo de fallos.
Además denuncia que Almaraz carece de válvulas de seguridad para prevenir una explosión de hidrógeno, de medidas eficaces de gestión de accidentes, de evaluación de los riesgos naturales, de sistemas de ventilación con filtro,… y otras exigencias derivadas de las Pruebas de Resistencia realizadas tras el accidente nuclear de Fukushima en 2011. “La situación es para preocuparse”, concluye.
Queremos plantas, pero no nucleares
Los residuos nucleares son altamente contaminantes para el medio ambiente. Las centrales suponen una amenaza para la salud pública, alargar la vida para la que fueron diseñadas sólo multiplica los riesgos. Por no hablar de la capacidad destructiva de los accidentes nucleares. Una vez más, los monopolios de las eléctricas parecen ser los únicos beneficiados.
Hoy, más que nunca, hay que ser firmes en el no a las nucleares. La salud y el cuidado del medio ambiente deben ir por delante de cualquier interés económico. Debemos exigir el desmantelamiento progresivo de las centrales y luchar, una vez más, por impulsar las energías renovables. España puede y debe generar energía limpia, aprovechando sus valiosos recursos naturales y avanzando en el desarrollo sostenible de la sociedad.