Modernos de otros Siglos

Francisco de Quevedo: “No he de callar”

Esto nos dice Quevedo en su Epístola al Conde-Duque de Olivares, el hombre con más poder del mundo en el siglo XVII.

No he de callar por más que con el dedo ya tocando la boca o ya la frente silencio avises o amenaces miedo”. En los primeros versos de esta poesía se concentra un rasgo esencial del carácter de Quevedo: defender lo que consideraba justo más allá de las consecuencias personales que le pudiera conllevar.

Francisco de Quevedo es uno de los grandes escritores del Siglo de Oro, pero fue también un hombre profundamente preocupado por la situación política de la España que le tocó vivir, dueña de un imperio mundial, pero con señales palpables de su declive.

Fue un hombre de acción. Buscó influir políticamente de la mano de nobles como el duque de Osuna, con el que le unía amistad y pensamiento. Llegó a actuar como agente secreto en Italia a las órdenes de Osuna, organizando una conjura contra el gobierno de Venecia. La conspiración fue descubierta y los canales de Venecia se llenaron de cadáveres de todos aquellos que eran sospechosos de estar implicados. Se cuenta que Quevedo se salvó huyendo disfrazado de mendigo, gracias a hablar el dialecto veneciano, con los mismos que le perseguían para matarle.

Fue un hombre de acción política, llegando a ser espía en Italia.

El arma del humor

Quevedo pasó su infancia en la Corte, su madre era dama de la reina y su padre secretario de la hermana del rey. Nació cojo y con una severa miopía. Se entregó a la lectura y también aprendió a defenderse. Fue uno de los mejores espadachines de su época, pero todavía mejor que la espada manejó el arma del humor. Antonio Gala le definió como un “golpe de risa, amargo, interminable…”.

Uno de sus libros más conocidos es La vida del Buscón, llamado don Pablos, una obra maestra de la sátira y la ironía. Su ironía tiene un propósito no sólo cómico sino crítico, a través de la vida de su protagonista Quevedo ataca con mordacidad las injusticias y vicios de la sociedad de la época. Vale la pena recordar la descripción del licenciado Cabra, un clérigo que tenía por oficio criar a hijos de hidalgos y que prácticamente los mataba de hambre: La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era… parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte… al fin, era archipobre y protomiseria”

Quevedo critica y se ríe de la sociedad, de la iglesia, de los nobles, de él mismo y de casi todo. Un buen ejemplo es su obra Gracias y desgracias del ojo del culo, en la que dice: «Llega a tanto el valor de un pedo, que es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído en la cama, no tengo por acertado el amancebamiento; también declara amistad, pues los señores no cagan ni se peen, sino delante de los de casa y amigos».

Ardiente defensor del “conceptismo”

Ha pasado a la historia de la literatura española la batalla entre Quevedo, como defensor del conceptismo, y Góngora, del culteranismo. El culteranismo busca la belleza y la perfección estilística; el conceptismo, la profundidad e ingenio de las ideas, con un lenguaje sintético y sutil pero lleno de paradojas y juegos de palabras propios del estilo barroco.

Y en esta búsqueda de la profundidad y el ingenio Quevedo, igual que escribe sobre las bondades y perjuicios del culo, es autor de algunas de las poesías más bellas de nuestra literatura sobre el amor, antes y más allá de la muerte.

En su soneto “Definición del Amor” describe “Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no se siente, / es un soñado bien, un mal presente, / es un breve descanso muy cansado” y en “Amor constante más allá de la Muerte” dice “Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, más tendrán sentido; / Polvo serán, más polvo enamorado”

Antonio Gala le definió como un “golpe de risa, amargo, interminable…”.

Quevedo en la cárcel

Las implicaciones políticas de Quevedo y sus versos, a menudo hirientes, provocaron admiración y también grandes enemistades. Sus enemigos en la Corte, nunca le perdonaron. Estuvo varias veces en la cárcel, la más cruel fue en 1639. Cuando tenía 61 años, fue detenido en plena noche, conducido hasta el Convento de San Marcos y encarcelado sin juicio. Estuvo preso cuatro años, durante varios meses en una celda oscura y fría, con grilletes.

Al cabo de un tiempo le trasladan a un aposento con mejores condiciones, tendrá libros y una mesa donde Quevedo no “callará” y seguirá escribiendo sin cesar. Finalmente, el Conde Duque de Olivares en 1643 dejará de ser valido del rey y Quevedo será liberado.

Este convento, en 1936 será utilizado también durante la guerra civil española, por el ejército de Franco como un campo de concentración de prisioneros republicanos, allí murieron 3.000 presos del franquismo. Personas que podrían hacer suyos los versos de la “Epístola al Conde Duque de Olivares” por donde hemos empezado…

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No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, ya la frente,
Me representes o silencio o miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Francisco de Quevedo

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