Fracturas al borde del agujero negro

Obama y los republicanos sumidos en una enconada disputa sobre la elevación del techo de la deuda, que de no resolverse antes del 2 de agosto obligarí­a al gobierno norteamericano a dejar de pagar los intereses de la deuda pública a los paí­ses acreedores.

Sería advertencia de Pekín –mayor oseedor del mundo de bonos del tesoro estadounidense– a Washington sobre las consecuencias sistémicas para el dólar de este chantaje intolerable.Irritación extrema en la Comisión Europea por la decisión de la agencia norteamericana Moody’s de rebajar la deuda portuguesa al nivel de bono basura y amenaza de crear una agencia de calificación europea.Crecientes síntomas de rebelión en los países denominados PIGS, en los que crecen las voces que se niegan a aceptar la dureza de los planes de ajuste dictados por el FMI,…Grietas y fracturas en el actual orden mundial se revelan por todas partes, apuntando a la perspectiva de su desmoronamiento. Los síntomas que presagian la llegada de otro orden, de otra etapa, de un nuevo reparto del mundo regido por otras reglas, se multiplican sin cesar. ¿Cuándo, de que forma, con qué estructura? No es posible preverlo todavía, pero los indicios que dibujan este horizonte como cercano son cada vez más insistentes.Y en el centro de todos ellos, el agujero negro de la deuda norteamericana, con un déficit anual que alcanzó ya el pasado mes de mayo los 14,3 billones de dólares autorizados para este año, y que acumula una deuda pública superior a los 100 billones de dólares, un 686% del PIB norteamericano. Un agujero negro que, como los que ocupan el universo, tiene la capacidad de atraer todo lo que se mueve en su órbita, devorándolo para hacerlo desaparecer. Y cuanto más devora, más aumenta su insondable densidad y masa. ¿Es pensable que este mecanismo sea infinito o tiene un límite?En la actual correlación de fuerzas del mundo, este mecanismo de endeudamiento ilimitado sólo es posible sobre la base de la ventaja militar acumulada por EEUU desde la IIª Guerra Mundial. En primer término, porque las potencias emergentes, y en especial China, desean evitar a toda costa cualquier crisis bélica que les aparte de su espectacular camino de crecimiento y desarrollo. Y también porque las viejas potencias imperialistas de segundo orden mantienen una desventaja sideral con la superpotencia en este terreno.Pero al mismo tiempo, esa ventaja acumulada por EEUU se sostiene sobre una doble ficción. En la última década, cada vez que Washington ha puesto en marcha su maquinaria militar, sólo ha sido capaz de cosechar fracasos. Y además, todo el mundo sabe que son los demás los que financian las aventuras militares del imperio. Que si sus acreedores dejaran de comprar títulos del Tesoro, las tropas norteamericanas no aguantarían una semana más en Afganistán. Se calcula que mantener un soldado en territorio afgano le cuesta a EEUU un millón de dólares por año. Mantener a un guerrillero talibán apenas cuesta una mínima cantidad diaria de arroz, carne de cabra y leche.Desde hace décadas, la política de Washington ha sido la de endeudarse sin fin para mantener el aparato político-militar que asegura su hegemonía mundial. Durante la Guerra Fría, las áreas entonces económicamente emergentes –el núcleo asiático articulado en torno a Japón, y el europeo nucleado en torno a Alemania– financiaron el endeudamiento sin límites de Reagan. En ello les iba su propia supervivencia frente a la amenaza militar soviética, porque dada su condición de “gigantes económicos, enanos políticos y gusanos militares”, su dependencia de Washington era, y es, extrema. Pero hoy este escenario ha cambiado radicalmente. Las nuevas potencias emergentes –encabezadas por China y dotadas de un amplio margen de independencia y autonomía de EEUU– son las que disponen de los recursos que la superpotencia necesita. Y cuanto más crecen, más importancia tienen en el mundo y más se ven obligados a contribuir a sostener la ficción de un sistema internacional en el que EEUU gasta lo que no tiene para mantener su estatus y sus privilegios como cabeza de la cadena imperialista, mientras ellos pagan sin ver reconocida su nueva posición y su derecho a formar parte de quienes establecen las reglas del juego.Cuanto más aumentan las necesidades de financiación y endeudamiento de EEUU y más crecen las economías de los países emergentes, más inestable se vuelve el actual orden, más grietas y fisuras se abren, más riesgos de cuarteamiento aparecen. Y si el momento del Gran Estallido aún no ha llegado es por la simple razón de que el mayor acreedor de EEUU, Pekín, no está dispuesto a romper la baraja y crear una inestabilidad mundial aún mayor.Pero las advertencias de Pekín a Washington están subiendo de grado: no se puede vivir indefinidamente de los demás y querer ser, al mismo tiempo, el único que impone las reglas del juego.

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