Con unidad, todo es posible. Sin ella, estamos a merced de nuestros enemigos. Esta sencilla verdad -sobradamente corroborada por la experiencia histórica- está en el corazón de la situación política de nuestro país. El 90% rechazamos unas medidas de recortes y ajustes que no hacen mas que empobrecernos a la mayoría, pero ellos no cesan de incrementarlas, en una feroz espiral de ataques que parece no tener fin. ¿Hasta cuándo, hasta dónde?
Según todas las encuestas, el 90% de la oblación se opone a la reforma de las pensiones y al conjunto de medidas que desde hace año y medio no hacen más que rebajar salarios y pensiones y empeorar nuestras condiciones de vida. Más de un 70% de los votantes –incluidos los del PSOE– declaran no tener ninguna confianza en Zapatero. Una proporción incluso mayor dice no tenerla tampoco en Rajoy. El movimiento generado por el 15-M y sus reivindicaciones gozan de la simpatía de dos de cada tres españoles. Y sin embargo, todo el mundo da por hecho que el PP ganará las próximas elecciones –si no con mayoría absoluta, muy cerca de ella– y que el PSOE seguirá siendo el principal partido de la oposición. ¿Por qué? Ante todo, la unidad Sencillamente, por falta de unidad. Porque no hemos sido capaces, hasta el momento, de levantar un amplio frente de unidad que proporcione un cauce político al enorme caudal de descontento, de rechazo y de lucha que existe ente nuestro pueblo. Ese es el problema principal al que nos enfrentamos y el reto que tenemos ante nosotros: construir una amplia unidad entre todas las fuerzas políticas, sindicales, sociales, ciudadanas,… que nos oponemos en mayor o menor medida a los ataques que sufre nuestro pueblo. Levantando esa unidad sobre la amplísima base del rechazo, el descontento y la rebelión que se extiende entre sectores y capas sociales cada vez más amplias. Unidad que no abarca sólo a la izquierda, aunque a la izquierda nos corresponda el primer paso y dar ejemplo de consecuencia, combatividad, audacia y espíritu unitario. Unidad que tampoco es un asunto exclusivamente sindical, aunque los sindicatos tienen que ponerse a la cabeza de su exigencia y adquirir el protagonismo que les pertenece. Unidad que el movimiento del 15-M debe levantar como una de sus banderas principales. La batalla en la que estamos por frenar las agresiones y ataques contra los intereses del 90% de la población es una batalla en la que pueden y deben participar absolutamente todas las organizaciones sindicales, sociales, ciudadanas, políticas, las personalidades e intelectuales progresistas del país. A todos nos afecta por igual. Y unidos debemos enfrentarla. Unidad por arriba, pero unidad también por abajo. Unidad para que pueda abrirse paso la alternativa de otro camino de salida a la crisis en beneficio de la mayoría. Pero unidad en un mínimo común denominador, que permita unir hasta la última fuerza posible –por pequeña, vacilante o contradictoria que parezca– para dar la batalla. ¿Cuál debe ser este mínimo común denominador? ¿En torno a qué ejes, a que puntos básicos de programa se debe articular el frente amplio de unidad? A nuestro juicio, hoy en día son tres los puntos básicos que, al mismo tiempo que golpean en el centro del proyecto de nuestros enemigos, constituyen un amplio campo de unidad entre todos quienes nos oponemos a ellos. 1.- Para acabar con el paro, elevar el poder adquisitivo de la mayoría y activar la demanda y el consumo aplicar un programa de redistribución de la riqueza, de las rentas y los salarios. Si a los miles de millones de beneficios que tienen cada año bancos, monopolios y multinacionales y a las grandes fortunas les aplicáramos un sistema impositivo de tipo progresivo como el que tiene, por ejemplo, Suecia, el Estado recaudaría cada año 200.000 millones de euros más. Lo que daría no sólo para acabar de un plumazo con el déficit público, sino para poner en marcha un plan nacional de desarrollo que dé un puesto de trabajo productivo y de utilidad social a todos y cada uno de los 5 millones de parados. Medida que hay que completar con una redistribución salarial en la que no haya ningún salario por debajo de 1.000 euros y ninguno por encima de 10.000. 2.- Ampliación de la democracia aumentando la participación, la capacidad de decisión, el control ciudadano y la transparencia en los asuntos públicos. Y cuyo primer punto debe ser dotar al pueblo de la capacidad de decidir, a través de referéndum, sobre asuntos de particular importancia, como la reforma de la Constitución. 3.- La defensa de la soberanía nacional para poder decidir de forma autónoma y de acuerdo con nuestras necesidades lo que más conviene a los intereses de la mayoría del país. Frente a que la política económica de nuestro país –que afecta a la vida y el futuro de todos nosotros– pueda decidirse y dar un giro de 180 grados por la simple llamada telefónica de Obama; o que la Constitución pueda reformarse siguiendo las exigencias de Merkel, necesitamos ejercer nuestra soberanía nacional. Sin que el FMI o Bruselas, Obama o Merkel nos impongan una política y un conjunto de medidas que sólo sirven a sus intereses de saqueo. ¿Que fuerza progresista no comparte estos tres puntos? ¿Qué sindicato no está de acuerdo con ellos? Pocas asociaciones ciudadana tendrán ningún reparo en apoyarlos. En su esencia, constituyen el centro medular de las reivindicaciones del 15-M. ¿Qué esperamos entonces para empezar a levantar la unidad en torno a estos tres puntos básicos? Una enseñanza de nuestra historia Desde el final del franquismo y el inicio de la Transición, uno de los objetivos principales del imperialismo y las fuerzas reaccionarias del país ha sido evitar a toda costa la unidad de las fuerzas populares en un frente unitario y común. Razones no les faltan para ello. La última vez que esto ocurrió, con la formación del Frente Popular el 15 de enero de 1936, que ganaría las elecciones sólo un mes después, se vieron obligados a dar un golpe de Estado, desatar una guerra civil y mantener una sangrienta dictadura durante 40 años para contener la energía transformadora y la voluntad de cambio de la mayoría del pueblo. Mucha gente cree que la formación del Frente Popular tuvo que ser necesariamente un proceso complejo y laborioso, que se debieron necesitar meses de discusión para alcanzar un programa de gobierno común. Nada más lejos de la realidad. Bastaron tres semanas de reuniones entre Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, PCE, UGT, Juventudes Socialistas, Partido sindicalista y el POUM –a los que en Cataluña se sumó ERC– para formalizar el pacto. Y el acuerdo del Frente Popular no era, en sentido estricto, un programa de gobierno, sino un programa de puntos básicos, mínimos, de unidad entre las fuerzas republicanas progresistas, los partidos de izquierdas y los sindicatos. Fue precisamente esta simplicidad y sencillez del programa lo que permitió arrastrar a una gran masa de anarquistas –que habitualmente se abstenían– a votar por él y conseguir una victoria rotunda. Su programa, básicamente, se puede resumir en tres puntos: 1.- La concesión de una amplia amnistía de los delitos políticos sociales cometidos posteriormente a noviembre de 1933 2.- Transformaciones económicas basadas en “la redención del campesino y del cultivador medio y pequeño”, la potenciación de la inversión pública como un “medio potente para encauzar el ahorro hacia las más poderosas fuentes de riqueza y progreso” y la puesta de los recursos de “la Hacienda pública y la banca al servicio del empeño de reconstrucción nacional”. 3.- La consideración del régimen republicano como un régimen de libertad democrática impulsado por motivos de interés público y progreso social.