Hace unas fechas, en un lugar de esta piel de toro de cuyo nombre mejor ni me acuerdo, se me abdujo para cenar en un restaurante oriental. Tan oriental que si tienes más de 50 años y nula experiencia en ellos tienes que pedir, por favor y por Tutatis, información previa sobre los ingredientes de cada plato antes de solicitarlo. No obstante es posible que en cuanto te lo sirvan te invada, como profecía que se cumple a sí misma, una especie de decepción parecida a la que sienten los votantes de Ciudadanos en este país, al comprobar que lo pedido, lo explicado y lo servido se parecen como una sobrasada mallorquina a un botijo de Talavera.
Antes de dar el primer bocado solicité, como siempre, agua del grifo. Una jarra de “fino cañerías” para acompañar tan orientales viandas. La camarera no tardó en mirarme contrariada adornándose con una mueca de incredulidad y variados gestos tipo kabuki intentando disimular su perplejidad. Como entendernos era imposible la camarera solicitó la presencia de su superiora y tal señora se pasó un rato sometiéndome a un tercer grado e intentando convencerme de la mala calidad del agua de grifo de ese lugar de cuyo nombre… bla, bla, bla en concreto y aledaños en general. Y claro uno tiene su corazoncito patrio y no es cuestión de que se lo descompongan, vía oriental, en números primos. Comprendo que una botella de agua (en plástico la mayoría de veces) es un negocio tipo pandero: redondo. Al final en roman paladino le indique que si no me servía agua del grifo tomaría las de Villadiego. Lo entendió. Es más, me quede con ganas de explicarle que en ese lugar de cuyo nombre… bla, bla, bla, en otros muchos sitios de este país y reticentes periferias, el agua no es que sea mala es que es escasa. Tampoco es que entrase en su restaurante a pedir solo un vaso de agua del grifo como hacía en cualquier bar cuando era niño. Y cobrármela, siendo cliente, hubiese sido como cobrarme el acceso al WC, donde por cierto se gasta mucha más agua que la que se puede pedir para beber.
Tengo mis motivos para consumir agua del grifo. En primer lugar porque favorece la protección de un bien común, un bien cardinal reconocido por las Naciones Unidas. Solicitándola y bebiéndola pongo de manifiesto mi derecho a su acceso universal, a su saneamiento y reclamo su función social y ambiental a la par que denuncio su mercantilización, su trasformación en un recurso generador de grandes beneficios solo para las empresas embotelladoras y algún que otro intermediario. Esas y otras conocidas empresas controlan nuestros acuíferos mientras perdemos su control público y las referidas funciones a la que está destinada. Que le pregunten sobre la sobreexplotación y el derroche de sus acuíferos a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Andalucía, o la Comunidad Valenciana, por ejemplo, sorprendidos y desarmados por quienes intentan hacerles creer que aún es posible seguir explotándolos de forma inmisericorde. Especial mención merece, los tengo muy cerca, incluso de un órgano vital con latidos, la Plataforma Salvemos el Arabí y Comarca, de Yecla, Murcia, en plena lucha por unos acuíferos que no solo pertenecen a su municipio sino también a otros municipios limítrofes. Los acuíferos que defiende esta plataforma, incluso ella misma, están sintiendo en sus carnes la dejadez, el abandono, la inercia y la falta de criterio por parte de algunos políticos de su propio municipio. Políticos que, citando a Bierce (el viejo gringo) “se comportan como anguilas en el fango primigenio: cuando agitan la cola suelen confundirse y creer que tiembla el edificio”. Sin embargo, añado, ese temblor no es más que una alarma que trata de avisarles desde su inutilizada conciencia. La sobreexplotación de nuestros acuíferos, sufrida en muchas regiones y comunidades españolas no solo supone la destrucción de los ecosistemas por parte de conocidas multinacionales agroalimentarias sino la pérdida de sostenibilidad y de futuro para nuestros hijos.
El agua del grifo es más saludable, tiene más controles microbiológicos y químicos que el agua embotellada. Esta última está regulada por la Ley de Minas y no por la Ley de Aguas que es más estricta con su calidad. Hoy se sabe que hasta el 100 % de las aguas embotelladas en plástico presentan disruptores endocrinos –Bisfenol-A– en su composición y casi el 94 % presentan micropartículas de plástico, que acaban en nuestro organismo, procedentes ambos del envase, del proceso de embotellamiento y de las características de la gestión posterior a su embotellamiento (tiempo de contacto agua-plástico, temperatura ambiental, exposición al sol, etc).
Beber agua del grifo reduce los residuos. Los más de 3.500 millones de botellas de plástico que los españoles generamos al año están ocasionando un grave problema ambiental del que numerosos medios de comunicación se han hecho eco. El 50 % de los mismos termina en vertederos, sin reciclar y otros muchos acaban alimentando las enormes extensiones –giros subtropicales- que flotan en el mar y van depositándose en el fondo lentamente. Cada año se depositan unos 8 millones de toneladas que al final terminan en la cadena trófica instalándose en la cadena alimentaria de la cual formamos parte.
Algunos son consecuentes y creen que el consumo de agua de grifo pasa por aumentar la información y la concienciación ciudadana sobre los aspectos aquí tratados. Una ciudadanía con tales características aumentaría la presión y la demanda social sobre las instituciones públicas y sobre los establecimientos de restauración para que ofreciesen prioritariamente agua de grifo. Sabemos que hay países europeos con legislaciones que obligan a servir agua de grifo en la hostelería mientras que en España solo algunas autonomías han iniciado este proceso (Andalucía, Baleares, Navarra y Cataluña). Pensamos que deberían ser las instituciones autonómicas y locales, sobre todo, las que deben fomentar su consumo.
Los nuevos gobiernos municipales deben establecer medidas que vayan en la dirección sugerida. La iniciativa ha de estar dirigida a implicar a las familias, a los colegios e institutos y resto de instituciones académicas y a los empresarios de la hostelería, la restauración y el turismo. Los mismos consistorios han de implicarse gestionando actividades como las que despliegan aquellos municipios acogidos a la marca de calidad ProGrifo, lanzada por la Asociación Española de Operadores Públicos de Abastecimiento y Saneamiento. Esta marca identifica a los ayuntamientos y empresas (incluidas las de turismo, hostelería y restauración) que defienden el consumo responsable de agua pública de grifo. Cualquier consistorio ha de marcarse como objetivos incrementar el acceso gratuito al agua potable en los recorridos y lugares habituales por los que transita o acude la población en sus actividades cotidianas de trabajo, ocio o deporte; optimizar la red de fuentes de agua potable, en la vía pública y en los espacios abiertos y en los edificios e instalaciones que gestiona, así como facilitar su incorporación en otros de carácter privado. Además debe trasmitir las cualidades y la idoneidad de la titularidad pública de la misma para, a su vez, favorecer que la población se identifique y se sensibilice con su correcto uso.
En España ya hay ayuntamientos que realizan repartos sistemáticos de botellas de cristal a los vecinos, instalan fuentes dispensadoras de agua gratuita conectadas a la red de abastecimiento público en las dependencias municipales y en las académicas y dan ejemplo disponiendo, para quien las solicite, botellas o decantadores de cristal y vasos del mismo material para su uso en las sesiones de plenos, en las juntas locales de gobierno, ruedas de prensa o cualquier acto público. Es más, hay ayuntamientos en este país (Sevilla y Córdoba) que tienen aprobado un mínimo vital de agua (estimado en cien litros por persona y día) que permite subvencionar a las personas o familias en exclusión social entendiendo que la nueva etapa municipal debe, ante todo, dar una inexcusable solución al problema social de muchas familias españolas.
Sin pretender enmendar la plana a nadie, las corporaciones municipales, a falta de una norma superior que provenga de sus Comunidades o del gobierno central, han de establecer sus propias normas. Una de ellas, ha de establecer que en los establecimientos de restauración se oferte a los clientes agua de grifo, fresca y en recipiente de cristal y los vasos del mismo material para su consumo, de forma gratuita y complementaria a la oferta del propio establecimiento. Los municipios que se convierten en Comunidades Azules, otro dia tocaremos este tema, adoptan resoluciones para reconocer el acceso al agua y a su saneamiento, públicos, como derechos humanos.
No sé si algún dia, por propia voluntad, volveré al citado restaurante sito en un lugar de cuyo nombre…bla, bla, bla. Nunca se puede decir de este agua embotellada no beberé, ese cura no es mi padre o si alguien algún día, abducido, volverá a votar a Ciudadanos.