La ultraderecha ha perdido, sí. Pero su derrota no ha sido nada concluyente. Partidos xenófobos, ultranacionalistas y antieuropeos han sido los más votados en cuatro de los seis grandes países de la UE: Francia (con Marine Le Pen), Inglaterra (con el Partido del Brexit, de Nigel Farage), Italia (con Matteo Salvini y La Liga) y Polonia (con el gubernamental Ley y Justicia).
También han ganado en Hungría, con Orban. En cambio, en países como Alemania, Austria, España, Holanda, Finlandia, Grecia… sus candidaturas han obtenido, por lo general, menos votos que en las pasadas elecciones.
En total, las fuerzas euroescépticas y de ultraderecha (que además no han llegado a unirse en un solo grupo, dadas sus diferencias internas) tendrán el 24% de los escaños del Parlamento. No es la cifra que esperaban, no ha supuesto el “asalto” planificado por Bannon (el exconsejero de Trump, que ha dirigido todo el proceso), pero no deja de ser una cifra importante, que revela el descontento de muchos países y muchos europeos ante la marcha de la política europea.
Y que podría ser más influyente de lo que las propias cifras indican si tenemos en cuenta que los dos grandes pilares de lo que ha sido la arquitectura política europea de los últimos decenios, el Partido Popular europeo y la Socialdemocracia, han salido seriamente “tocados” de estas elecciones.
El PPE ha perdido 41 escaños, pasando de 221 escaños a 180; y la socialdemocracia ha perdido también 45 escaños, pasando de 191 a 146. Por primera vez en la historia del Parlamento europeo, ambos partidos no suman más del 50% de la cámara. Los mayores beneficiarios de este retroceso no han sido las fuerzas ultraderechistas, sino otras fuerzas democráticas y europeístas, como los liberales (que han crecido hasta los 109 escaños) o los verdes (70 escaños) y otras fuerzas de izquierda.
La crisis del bipartidismo europeo ha coincidido con una cierta movilización de las clases medias y populares, que le han visto “las orejas al lobo” ultraderechista, pero no han corrido a guarecerse en los refugios tradicionales (el PP y los socialistas), sino que amén de frenar la ofensiva populista demandan cambios significativos en la política europea. Las heridas dejadas por la política de ajustes durante la crisis han pasado factura a sus artífices y ha castigado la poca o nula resistencia de muchos partidos socialdemócratas, que han caído de forma espectacular (en Alemania los verdes han superado al SPD, en Francia el PS pasa con dificultad la barrera del 5%…), excepto en los países (Portugal, España…) en que han mostrado cierta oposición a las políticas de austeridad.
Los resultados electorales van a poner en dificultades los planes de Merkel de ver nombrado a su hombre, Manfred Weber, al frente de la UE. Lo que parecía ya hecho, ahora no está tan claro. Liberales, socialistas y verdes podrían imponer un candidato más respaldado que el del PPE y acabar con muchos años de gobierno conservador en la UE. Son muchos los eurodiputados que ya piensan que sin resolver los abismos que se han creado entre países ricos y pobres y entre los sectores más poderoso y los más dañados de cada país, en definitiva, sin redistribuir la riqueza, será imposible que la UE tenga futuro.
De momento se ha conjurado la amenaza de la ultraderecha aliada de Trump, pero ese no es el único peligro que acecha a una UE plagada de descontentos y damnificados.