Europa

Europa: la necesidad de una política exterior

El deterioro de la relación con EEUU (que podría ser irreversible si Trump revalida su mandato el próximo 3 de noviembre) y el agravamiento y multiplicación de los conflictos externos a que tiene que hacer frente  en sus fronteras directas (crisis migratoria en el sur, Brexit al norte, Bielorrusia y Putin al este, Turquía o Líbano en el Mediterráneo oriental…) y en el tablero global (por la apabullante emergencia de China), están obligando a la UE a plantearse la necesidad de una política exterior propia.

Desde 1945, las burguesías monopolistas que rigen los estados europeos, por fuerza o de grado, han renunciado a tener una política exterior propia y han subordinado sus atisbos de autonomía a la estrategia dictada por Washington para todo el mundo occidental. Las pequeñas o grandes discrepancias que se han producido durante más de sesenta años respecto a esa norma, han sido anomalías o excepciones que siempre han acabado confirmando la regla general. La voluntad imperial de EEUU ha guiado la política exterior europea, salvo en momentos puntuales o ante crisis que, tarde o temprano, se han acabado cerrando sin que se cuestione la preeminencia de EEUU. 

No obstante, dicho esto, es necesario resaltar también que, desde el comienzo del nuevo milenio, las distintas estrategias diseñadas por Washington para que EEUU conserve la hegemonía mundial y contenga la expansión de China, han ido encontrando una creciente oposición por parte de algunos países y líderes europeos (como muestra, el encontronazo de Chirac y Schroeder con Bush a propósito de la invasión de Irak). 

Pero todo este diseño estratégico, válido desde la II Guerra Mundial, ha comenzado a saltar por los aires tras la llegada de Trump a la Casa Blanca en 2016. La pretensión de Trump de “rebajar de categoría” a los países europeos, dinamitar la UE promoviendo el Brexit, exigir nuevos y exorbitantes tributos imperiales (como la obligación de gastar el 2% del PIB en defensa) y utilizar a Europa como moneda de cambio en las relaciones con Rusia, han colocado a la UE en una situación inédita: o plegarse ante unas exigencias imperiales que suponen aceptar un saqueo y una intervención humillantes por parte de EEUU… o atreverse a trazar su propio camino, sin romper del todo el vínculo económico y militar con USA, pero estableciendo sus propias líneas de acción, sobre todo en aquellos conflictos que atañen de forma directa a sus intereses vitales.

El Consejo Europeo celebrado en Bruselas la semana pasada parece que le ha dado un impulso definitivo a la segunda opción. Al menos así lo ha proclamado: Europa debe dotarse de un diseño estratégico propio para su política exterior, independiente de EEUU.

Las razones que han empujado a la UE a dar este paso son muchas y la necesidad de hacerlo es cada vez más imperiosa. Europa afronta en este momento un rosario de retos y conflictos que podrían destrozarla si no los aborda pronto y con decisión. Algunos de estos “puntos calientes” mantienen literalmente a la UE “rodeada” por los cuatro costados.

Conflictos al Norte y al Sur

Por el norte, sigue la fractura interminable del Brexit, agravada por la decisión de Boris Johnson de violar el acuerdo que él defendió y aprobó en el Parlamento, y con el reloj de la cuenta atrás recortando día a día las posibilidades de un pacto amistoso que regule las futuras relaciones entre Londres y la UE. Johnson parece de vueltas a su posición primigenia de un Brexit salvaje, que aboque la ruptura a un caos sin reglas, lo que supondría pérdidas muy serias para los países de la UE y la reanudación del conflicto irlandés. Aún no está claro si la idea de Jonhson es tensar al máximo la cuerda para que Bruselas haga concesiones o romperla definitivamente. Además, sobre el premier pende la incertidumbre de las elecciones en EEUU: si gana Trump, tendrá asegurado el apoyo de USA a su pulso con la UE y la garantía de un  rápido tratado comercial; pero si gana Biden, este ya le ha anunciado que no permitirá que viole los acuerdos firmados, y que un futuro acuerdo comercial con USA pasa por el respeto a lo pactado con la UE. Antes del 31 de diciembre debe sellarse el nuevo acuerdo y, de momento, todo está en el aire. Si un divorcio amistoso evitaría vivir en un conflicto permanente con Gran Bretaña y sería menos dañino para la UE, un divorcio “salvaje” podría ser la antesala de décadas de peleas de vecindad y de pérdidas económicas muy cuantiosas, amén de un estímulo para que se reavive el conflicto irlandés. Una pesadilla para la UE, que podría ver nacer al otro lado del canal de la Mancha un peligrosísimo “paraíso fiscal”, que actuaría como imán para atraer capitales europeos, lo que no es desdeñable dado el escaso o nulo “patriotismo” de las grandes fortunas europeas.

Pero si el “problema del norte” es peliagudo (e incluso podría ser contagioso, si a Gran Bretaña le fuera bien), el “problema del sur” resulta aún más inquietante. La “ola migratoria” que se inició hace dos décadas, no solo no va a decrecer en los próximos años, sino que se va a acrecentar, sobre todo si en años venideros África se convierte en un continente objeto de disputa y reparto por las grandes potencias, y si EEUU termina por poner sus ojos en él para “impedir la expansión incontrolada de China” (como dice el Pentágono). La “cuestión migratoria” es no sólo uno de los grandes problemas “exteriores” de la UE, sino también un “problema interno” de muchos estados. La emergencia de una potente extrema derecha, que ya ha entrado en el gobierno de algunos países y aspira incluso a gobernar con mayoría en otros, tiene la cuestión migratoria como su mayor baza electoral y su principal recurso para obtener respaldo social, ayudados además por Trump. La UE sigue atrapada entre su deseo de limitar y controlar el alud procedente a la vez del África magrebí y subsahariano y de las guerras en Oriente Medio, y su presunta filosofía humanitaria, recordada un día sí y otro también por las ONGs que intentan paliar un drama que ya ha costado miles de vidas y que no cesa. La UE quiere controlar la inmigración, no cerrar del todo sus fronteras, pues necesita mano de obra ante el envejecimiento de su población, pero es imposible poner puertas al campo cuando millones de personas huyen de sus países para impedir que las maten, para no morir de hambre, o porque no tienen ningún futuro allí. El incendio del campo de refugiados de Moira, los asaltos periódicos a la valla de Ceuta y Melilla, la llegada incesante de pateras, el goteo de muertes en el Mediterráneo, el aumento del poder de las mafias que trafican son seres humanos y que ya constituyen un negocio de miles de millones de euros… No basta con cerrar los ojos y mirar para otra parte, no es de recibo financiar campos de refugiados que son pequeños campos de concentración, no dará resultado acelerar las órdenes de retorno para los refugiados que no reúnan los requisitos de acogida (como acaba de aprobar la comisión europea)… Una política de represión y control (muros a la Trump) no acabará con el problema. Y sin afrontarlo, Europa será siempre vulnerable.

Los retos del Este

Y si peliagudo es este asunto, no son menores los retos a los que se enfrenta la UE en su frontera oriental. A la amenaza constante que representa un Putin cada vez más crecido y autoritario, sobre todo tras su reciente victoria militar en Siria, y a los riesgos potenciales y siempre latentes de la guerra enquistada en Ucrania, hay que añadir ahora los desafíos que plantes la revuelta popular en Bielorrusia contra el régimen autocrático de Lukashenko, aliado de Putin.  La UE no puede dejar de respaldar a los manifestantes prodemocracia, que además cuentan con el apoyo decidido de los líderes de los estados bálticos y Polonia, pero a la vez no puede dejar de tener en cuenta que está interviniendo en el “patio delantero” de Putin, que aún sigue siendo el mayor proveedor de gas y petróleo de Alemania y de los países de la antigua Europa del Este, amén de que el líder ruso tiene “muy malas pulgas”: más de un analista ha relacionado la revuelta bielorrusa con el envenenamiento del líder opositor ruso Navalni. Putin se habría puesto la venda antes de la herida, eliminando del juego al posible líder de una revuelta popular en Rusia, previsible si la de Bielorrusia tenía éxito y acababa derrocando a Lukashenko. Ahora Navalni está en Berlin, donde se ha confirmado su envenenamiento con Novitchok, un agente de guerra biológico que solo tiene el ejército ruso, lo que obliga a la UE a tomar alguna decisión sobre su política frente a Moscú..

Y para cerrar el círculo, la UE se está viendo envuelta en un conflicto creciente con su antiguo aliado turco. Al enfrentamiento, que ha bordeado el conflicto militar entre Grecia, Chipre y Turquía por la nueva delimitación de las aguas jurisdiccionales llevada a cabo por el gobierno de Erdogan (en busca de gas y petróleo), se ha sumado estos días la guerra abierta entre Azerbaiyán (con apoyo turco) y Armenia, por el  control del enclave de Nagorno-Karabaj. Turquía busca convertirse en un jugador regional y ello solo se consigue alterando el status quo, lo que a su vez provoca reacciones de los que ven menoscabados sus intereses. Tras el reciente encontronazo entre Rusia y Turquía en Libia, con cada país dando apoyo militar a uno de los bandos, este nuevo enfrentamiento en el Cáucaso enciende muchas alarmas. En Europa se mira con desasoiego la actuación del líder turco, que podría haberse visto implicado en una triple aventura militar en muy poco tiempo: Libia, Grecia y Nagorno-Karabaj. Alemania, donde viven cinco millones de turcos, frena cualquier medida drástica de la UE contra Turquía, pero ello no satisface a Grecia y Francia, que exigen mayor contundencia contra un jugador que muestra una agresividad creciente en una zona bastante explosiva. 

Con todas estas razones de peso, a la UE no le queda otra que remangarse y formular una política exterior propia. Pero, ¿cabe pensar en una posición unánime donde hay tantos intereses diversos y aun contrapuestos? ¿O será necesario acabar con la regla de la unanimidad? Y en ese caso, ¿no se crearán nuevas divergencias con los que queden en minoría en uno o varios problemas? El reto es  mayúsculo. Pero la otra alternativa, seguir a expensas de lo que dicte EEUU, puede ser directamente suicida. 

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