EL OBSERVATORIO

Esta bruma insensata

La novela transcurre en un momento bien reconocible: los tres días de octubre de 2017 que estremecieron Cataluña

Nada menos inocente que los títulos de las novelas de Vila-Matas, autor que cuida hasta el menor detalle de sus libros y que no deja al azar más que la incertidumbre del lector, obligado a navegar sin brújula por unos textos que, a la vez que llevan la marca de aguas genuina y bien discernible de su estilo inconfundible, nos abocan una y otra vez a inesperados y difíciles retos. En el caso de “Esta bruma insensata”, el reto es múltiple y la dificultad se acrecienta, porque el autor se desdobla y baila en el espacio incierto de una dualidad en la que su narrador se confronta con el espejo más complicado: el de su propio hermano.

Podría cometerse el disparate de hablar de una novela freudiana, de que Vila-Matas al fin se psicoanaliza, de que asistimos a un combate esperado entre sus dos yos, que con gran espíritu de contradicción pueblan casi todos sus libros. Pero no, el libro no va de eso, no va de psicología, ni de temperamento, ni de caracteres, sino… de literatura… y de los conflictos que ella desata, mientras vive (como el protagonista de la novela) al borde de un precipicio, en una casa ruinosa que se tambalea… y en la que ya no se puede vivir.

La literatura, como el mundo, discurren al borde de ese precipicio… perdiendo poco a poco conexión con esa realidad que se difumina, cuyos contornos se desdibujan en la niebla, y que ya solo brilla en su aparatoso (fatuo y falso) reflejo virtual.

Una de las más complejas novelas de Vila-Matas, una de las más metaliterarias y una de las más radicales

En esa realidad insensatamente brumosa, Vila-Matas escenifica un drama tan apasionadamente literario que podría abrumar al lector. Pero, para evitar precisamente eso, el escritor barcelonés tiene la habilidad de hacer discurrir la novela en un momento bien reconocible: los tres días de octubre de 2017 que estremecieron Cataluña (y España) con la proclamación/no proclamación de la brumosa República catalana y la consiguiente confrontación de los nacionalismos. Este aparatoso conflicto, que ha producido hasta hoy más ruido que nueces, es el escenario tenso y absurdo que sirve como telón de fondo sobre el que se plantea el duelo al que aboca el reencuentro de los hermanos Schneider, dos catalanes de apellido alemán, que encarnan dos ideas y dos praxis de la literatura… y del fin de la literatura. Porque más allá de estos dos modelos antagónicos, lo que sobrevuela en todo el libro es otro conflicto mayor, la tensión entre la fe en la escritura y el rechazo incondicional de esta, amén de otros temas adyacentes, como la visibilidad y la invisibilidad del autor, el éxito y el fracaso, la incertidumbre entre continuar la escritura o abandonarla para siempre.

Simon Schneider, el hermano mayor y narrador del relato, es un escritor fracasado, que publicó en un pasado remoto una novela que no tuvo el menor eco, y que desde hace muchos años desempeña el trabajo de proporcionar citas literarias por encargo a un autor de éxito que se hace llamar el Gran Bros y que vive oculto en Nueva York casi dos décadas, sin que nadie haya llegado a desentrañar su identidad. Pero este Gran Bros, como muy bien sabe Simon, no es otro que su hermano Rainer Schneider, que llevó una vida de escritor mediocre en Barcelona hasta que, tras su huida a la gran manzana y la publicación de sus cinco “novelas veloces”, se ha convertido en un escritor famoso, un superventas, avalado por la crítica más sesuda.

Simon vive esta realidad entre el asombro, la perplejidad… y la secreta convicción de que el éxito de  su hermano se debe sobre todo a él, a su trabajo, no solo como “hokusai” (proporcionador de citas), sino también merced a las “crípticas” indicaciones que le ha estado enviando en los correos y que, a su parecer, han influido decisivamente en la mejoría de sus novelas.

La novela comienza con uno de esos momentos “exclusivamente vila-matianos”, y que marcan la singularidad de su narrativa: Simon se ve de pronto obstruido e incapaz de culminar una cita. Angustiado por la situación, abandona la casa al borde de un precipicio que ha heredado de su padre y emprende un errático paseo hacia la población de Cadaqués, mientras en el ambiente flota el enigma de “una Cataluña al borde del abismo”. El “paseo walseriano” de Simon es una viaje más interno que externo: un viaje a sus pesadillas, a sus obsesiones, a sus dudas, a sus elucubraciones, tan errático como su caminar. La mente brumosa de Simon va de acá para allá, pero en esos vaivenes va construyendo, casi sin querer, el catálogo de reproches y divergencias que le enfrentan a su hermano oculto y que dibujan, al final, dos ideas del quehacer literario, que el lector va capturando paso a paso, al ritmo de las digresiones que asaltan la mente del narrador.

El paseo reflexivo de Simon (que consume más de un tercio del libro, 130 de las 309 páginas) funciona como un adecuado y complejo prólogo de lo que se prepara en la parte final de la novela: el encuentro (que no llega a ser un duelo de western, pero casi) entre los dos hermanos y sus dos ideas y dos horizontes de lo literario en el marco de Barcelona, “la gran ciudad neurasténica, admiración de tantos forasteros”.

“Esta bruma insensata” es seguramente una de las más complejas novelas de Vila-Matas, una de las más metaliterarias y una de las más radicales, pues toda ella camina sobre un inestable alambre colgado sobre el vacío en el que el funambulista se cuestiona si seguir o no seguir, si persistir en la fe y seguir caminando, o saltar al abismo.

Simon, el hombre que conoce el fracaso, que ha recopilado todas las citas (y sabe que nada es original) y que sobrevive en precario (como un Vicent Van Gogh de la literatura), es el “héroe” vila-matiano por excelencia, pues justo en su inadecuación total para el éxito y la fama encuentra la secreta razón para continuar, mientras su famoso hermano se aboca al abandono y la renuncia.

Novela adictiva para los lectores habituales del escritor, no resultará fácil de digerir para otro tipo de públicos, a pesar de que el libro está plagado de guiños e imágenes seductoras, situaciones cómicas y hasta hilarantes, giros surrealistas y, como siempre, una mirada honda y descarnada sobre la realidad. Una lectura literaria para paladares exigentes.

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