Primero. Porque el origen de la crisis económica, una de sus causas fundamentales, se encuentra en el aumento de la desigualdad registrado en los capitalismos europeos desde que el neoliberalismo y los intereses que lo promovieron se apoderaron del denominado proyecto europeo. El estancamiento de los salarios y la concentración de la riqueza en las oligarquías están en la base de la economía del endeudamiento y del posterior crack financiero. También porque la gestión de la crisis realizada por el bloque dominante ha enriquecido a unos pocos y ha empobrecido a la mayoría, y de este modo están pagando la crisis los que no han tenido ninguna responsabilidad en su gestación.
Segundo. Porque la superación de la crisis actual, en la que todavía estamos atrapados, pasa por generar más y mejor empleo, asegurar salarios dignos, proteger a los grupos vulnerables, promover una economía social y materialmente sostenible y ofrecer servicios públicos que aseguren los derechos y libertades ciudadanos. Los recursos necesarios para alcanzar estos objetivos, ingredientes fundamentales de otro modelo económico radicalmente diferente del que ha imperado en las últimas décadas y que, en los aspectos fundamentales, ha salido robustecido en el los últimos años. Avanzar en esa dirección necesita recursos y esos recursos pueden y deben salir de un reparto de la riqueza equitativo. Reparto que sólo será posible cambiando las relaciones de poder y rompiendo la lógica de acumulación y distribución del excedente que ha beneficiado a las oligarquías.
Tercero. Porque sin equidad no hay democracia, y lo que queda de ella no es sino un cascarón vacío carente de legitimidad. La fractura social y la concentración de riqueza, que no han dejado de aumentar en los años de crisis, son incompatibles con una verdadera democracia, en la que nos reconocemos como ciudadanos. La degradación de las condiciones laborales, los recortes en los gastos sociales y el aumento de la pobreza producen hastío y frustración en amplio sectores de la población; contra la política y contra los políticos. Beneficiándose de esa apatía (promoviéndola, de hecho), las oligarquías se han apoderado de los resortes del poder, han puesto las instituciones a su servicio y han ocupado sin pudor lo público. Sus representantes están en los puestos clave del quehacer político y los políticos se pliegan o son simplemente servidores de sus intereses. Y todo ello impregna y determina las decisiones en materia de política económica.
Cuarto. Porque repartir, además de necesario, además de posible, es justo. Ni la economía ni los economistas debemos eludir o ignorar los criterios de justicia. La redistribución regresiva del ingreso que está surgiendo de la crisis económica es indecente e inmoral, y en consecuencia intolerable. Está premiando a los que la desencadenaron, que no sólo han conservado sino que han reforzado sus privilegios. Han convertido la crisis en un formidable y obsceno negocio.
Quinto. Porque la crisis económica ha revelado las contradicciones, inconsistencias y debilidades del capitalismo, de los sofisticados modelos que impulsaron la financiarización de los procesos económicos y de la enseñanza de la economía en las universidades. Y ha puesto de manifiesto la trascendencia de situar la distribución de la renta entre los grupos sociales en el centro del debate económico.
Los más interesados en ignorar el problema de la desigualdad son los ganadores de ese proceso, los de antes y los de ahora (los mismos, en gran medida). La austeridad presupuestaria, la devaluación interna, la competitividad, el rediseño institucional de la zona euro, el retorno al crecimiento…, todo vale, pues todo ayuda a levantar una enorme cortina de humo -sostenida por el ruido ensordecedor de unos medios de comunicación que, en su mayoría (los mayoritarios, por supuesto) revalidan cada día el lenguaje del poder-, que oculte la creciente inequidad a que está llevando el capitalismo (también el comunitario) y la necesidad de hacerla frente para superar la crisis.
Los perdedores, la inmensa mayoría, no pueden hacer suyo un diagnóstico, un lenguaje y unas políticas que han tenido costes enormes y resultados magros, y que sobre todo han beneficiado a las élites y las oligarquías. Tampoco los economistas que intentamos hacer una economía para comprender y cambiar el actual estado de cosas podemos pasar por alto la distribución del ingreso y de la riqueza, el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de unos pocos. Para la economía crítica, el reparto de la renta y la riqueza es la piedra angular de una buena teoría económica, necesaria para analizar la economía realmente existente, para entender diagnósticos, discursos y políticas, para develar el lenguaje y los intereses que oculta, para explicar el crecimiento, su contenido y sus límites. Esta perspectiva es necesaria, en definitiva, para abrir otro escenario.