Todavía es pronto, sin embargo, para saber hasta donde van a llegar estos cambios, o para ser más precisos, hasta donde le van a permitir a Trump llegar. Los primeros mensajes están siendo, en apariencia, contradictorios, muy contradictorios. Y auguran un feroz enfrentamiento interno en Washington. Nunca ha resultado fácil cambiar las líneas fundamentales de la política exterior de la superpotencia. Que se lo digan a Kennedy en los 60, a Nixon en los 70 o a Clinton en los 90.
En toda su campaña, Trump ha puesto en primer plano la necesidad de suavizar las relaciones con Rusia, como primer paso para llegar a un entendimiento con el Kremlin. Una especie de alianza táctica que por un lado cierre un frente de hostilidad en Europa, creando además mejores condiciones para resolver el caos de Siria, y por otro permita el mayor distanciamiento posible, o al menos torpedee la sólida alianza que hoy mantiene Moscú con Pekín. Una alianza entre dos grandes potencias –la una económica, la otra militar– que es un auténtico quebradero de cabeza para Washington, que ya no posee las capacidades para librar conflictos en un frente tan amplio como poderoso.
El restablecimiento de las relaciones amistosas de Washington con Moscú tendría unas consecuencias de hondo calado en el orden internacional. Si para China significaría un importante contrapié, para las potencias europeas podría significar un auténtico cataclismo, quedando relegadas a jugar un papel de ”parias” en el orden mundial, viéndose obligadas a “mendigar” su seguridad con Washington y Moscú y a tragar los acuerdos e imposiciones, en contra de sus intereses, que éstos dicten.
Sin embargo, nada está decidido todavía en este asunto, que puede convertirse en una de las piedras de toque de la capacidad de Trump para imponer su línea. El hecho de que Mitt Ronney –ex candidato presidencial republicano en 2008 y furibundo partidario de la política de hostilidad hacia Rusia– esté sonando como posible candidato a ocupar la secretaría de Estado es un claro indicador de las negociaciones, cesiones y equilibrios que Trump se va a ver obligado a hacer en estas y otras cuestiones. Mucho más cuando senadores y congresistas de ambos partidos ya están movilizados para oponer una dura resistencia al acercamiento a Rusia.
“La batalla en Washington para detener la primavera rusa de Trump comenzó la semana pasada”, afirmaba hace unos días el Washington Post. Añadiendo que “muchos en Washington están apostando por una combinación de presión y persuasión sobre la administración entrante para detener el próximo reset con Rusia antes de que empiece”.
La resabiada burguesía francesa ha sido, tras la británica, la primera en olfatear la dirección de estos nuevos tiempos y reaccionar apresuradamente. La holgada victoria de Fillon en la primera vuelta de las primarias para elegir al candidato presidencial así parece indicarlo. Fillon, cuya candidatura no destacaba especialmente en las encuestas, ha arrollado a Sarkozy y sus demás rivales. Una de sus promesas de campaña ha sido la de acabar con la política de hostigamiento hacia Rusia y la recomposición de relaciones con ella. La consigna del momento parece ser la de “reanudemos la amistad con Moscú antes de que los otros se nos adelanten”.
Asimismo, Francia fue la primera en reaccionar ante el triunfo de Trump proponiendo de inmediato dar saltos en la política común europea en seguridad, defensa y armamento. Un camino que le permitiría compensar hasta cierto punto el enorme desequilibrio que ha acumulado con sus vecinos de la otra parte del Rhin. Vecinos que parecen apostar por aquello del “virgencita que me quede como estoy”, empujando a Merkel a presentar su candidatura para un cuarto mandato.
Respecto a las promesas de Trump de elevar un 45% los aranceles a las mercancías chinas con el propósito de que las grandes corporaciones –especialmente las tecnológicas, las de mayor fuente de plusvalías actualmente– repatrien sus empleos industriales a EEUU, las negociaciones y concesiones prometen ser todavía mucho más duras, pues han de hacerse con la misma realidad.
La globalización económica ha provocado que corporaciones como Apple, Dell, Microsoft o HP, no sólo hayan externalizado su producción a China, sino que, como consecuencia, han propiciado la creación de una gigantesca cadena industrial de fabricación de componentes electrónicos que se extiende por todo el Lejano Oriente, desde Taiwan hasta Corea del Sur. Otro tanto ocurre con la industria de la automoción y numerosas ramas de la industria manufacturera. Cambiar esa realidad es algo que Trump no podría hacer ni en dos mandatos. Habrá que ver, pues, en que quedan finalmente sus promesas proteccionistas.
Una descarnada lucha se ha abierto en el seno de la burguesía monopolista yanqui. División y disputa que viene de lejos, pero que la elección de Trump no ha hecho sino profundizar y radicalizar. Del resultado de esa pugna interna va a depender en gran medida los cambios en el orden mundial. Lo que es seguro es que, sea cual sea su resultado final, el mundo ha entrado en un período de incertidumbre y convulsiones.