La “telaraña”: la conexión entre las élites del procés y los centros de poder globales

Entregando Cataluña al mejor postor

La “internacionalización” del procés es un hecho. A lo largo de este serial hemos comprobado como al estudiar la “cuestión catalana” encontramos permanentemente la intervención de “organismos internacionales” como la Comisión Europea, el gobierno norteamericano… o la OTAN.

La sociedad española vive de espaldas a esta realidad, que afecta a algo tan sensible como la unidad territorial. Pero las élites del procés son muy conscientes. Desde hace años han impulsado un planificado esfuerzo por “colocar el conflicto catalán en la agenda global”. Siempre con un mismo objetivo: que un centro de poder global ampare una “independencia” que en realidad significaría entregar a Cataluña al mejor postor, volviéndola mucho más dependiente.

Sin internacionalizar el procés no hay independencia

El 29 de septiembre de 2014 se presentó en el Palau de la Generalitat el Llibre blanc de la Transició Nacional, que trazaba una “hoja de ruta” hacia la independencia. 

Su eslabón clave, sin el cual todo lo demás no era posible, era el capítulo dedicado a la “Internacionalización de la consulta y del proceso de autodeterminación de Cataluña”. Proponiendo medidas para “justificar el procés ante los actores internacionales (Estados, instituciones y organizaciones, actores no estatales y medios de comunicación extranjeros”), con el objetivo de “preparar el estadio del reconocimiento de Cataluña como Estado independiente”.

Las razones de la necesidad imperiosa de “internacionalizar” el procés nos la explican dos de los más destacados representantes de las élites independentistas. 

David Madí -miembro del “gobierno en la sombra” que dirigió el camino al 1-O y la DUI- planteaba en 2016 que “nunca convenceremos a los españoles de que nos den la independencia, así que tenemos que crear un estado de opinión internacional para que presionen a España”, con el objetivo de alcanzar “la carambola de una mediación internacional y de ahí a la independencia”.

Ese mismo año, Artur Mas argumentaba en Londres “la necesidad de diseñar una estrategia muy potente para derrotar al Estado español, porque ha demostrado su resiliencia en el pasado. Lo han puesto contra las cuerdas matándole generales y coroneles y no ceden”. Depositando todas sus esperanzas en la intervención de un poder global que quebrara la resistencia española.

Las élites de procés no pueden imponer la ruptura a un país como España, la cuarta economía de la zona euro y el 14º por volumen de PIB en el mundo. Pero tampoco pueden torcer la voluntad de la sociedad catalana donde el apoyo a la independencia nunca sobrepasó el 38% del censo.

Ni pueden hacer efectiva la independencia por sí mismos, ni pueden ganarse el apoyo popular necesario. Por eso buscan, a cualquier precio, una intervención internacional -de poderes más elevados que España- como única tabla de salvación.

Una clase con relaciones internacionales

En su libro La telaraña. La trama exterior del procés -un documentado estudio sobre las relaciones internacionales de las élites independentistas catalanas- el periodista Juan Pablo Cardenal nos presenta “una tupida red de instituciones públicas, entidades sociales, empresas privadas e individuos, todos ellos conectados de un modo u otro entre sí, que impulsaron en sus ámbitos la independencia de Cataluña”.

Cada uno de ellos actuó para “internacionalizar” el procés, pero no pueden entenderse por separado. Toda telaraña está tejida conscientemente por una araña madre. Cardenal nos desvela como  la mayoría de esos organismos “brotaron al calor de la Administración autonómica catalana, bien como instituciones u organismos públicos o semipúblicos, o gracias a las subvenciones directas y a los contratos concedidos por la Generalitat, lo que ha permitido a ésta tener un control directo o indirecto de todo ese mundo”.

Con una rígida centralización, al frente de la cual están los jerarcas de la Generalitat. En enero de 2016, la Generalitat creó el  Departamento de Acción Exterior, Relaciones Institucionales y Transparencia (CAE-RIT), encargado de coordinar la acción exterior. De él dependen todos los organismos con proyección internacional, desde las delegaciones catalanas en el exterior a la Secretaría de Acción Exterior y de la Unión Europea (SAEUE) o el Diplocat, consorcio público-privado creado en 2012 para activar una diplomacia abiertamente independentista.

Todo engrasado por dinero procedente de los presupuestos autonómicos. Según el Tribunal de Cuentas la Generalitat gastó 421 millones en acción exterior entre 2011 y 2017, una cantidad mayor que lo ingresado por el copago farmacéutico o el doble del gasto anual del gobierno catalán en I+D.

Todo es fagocitado y utilizado como apéndice de la telaraña exterior del procés. Desde la Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo -llegando a utilizar parte de los fondos de ayuda al Tercer Mundo para financiar el procés- al Institut Ramon Llull, aprovechado para cultivar círculos independentistas en algunas de las principales universidades norteamericanas o europeas.

La “telaraña” pretende abarcarlo todo. Subvencionando los “casals” de catalanes en el extranjero para convertirlos en plataformas pro-procés. O controlando organizaciones cuyos fines recaban apoyo social. Es el caso de Linguapax, presentada como organismo para promover la diversidad lingüística, pero que depende al 100% de las subvenciones de la Generalitat, y que ha tenido como presidente a Agustí Colomines, de infausto recuerdo al defender que “sin muertos la independencia tardará más”.

No es tal o cual organización o personalidad independentista quien actúa en el tablero global. Sino las élites del procés, funcionando como un todo orgánico, como una clase, que utiliza el poder político y económico de la Generalitat como “pal de paller”.

Por eso, porque representan a una clase, han tenido relaciones internacionales de alto nivel. Solo por citar algunos ejemplos, de 2015 a 2017 constan en el Registro de Agentes Extranjeros de EEUU hasta 207 reuniones de miembros de la delegación de la Generalitat con instituciones norteamericanas, desde el Congreso a funcionarios del Departamento de Estado. Artur Mas viajaba cada año a reunirse, al margen de las autoridades españolas, con altos funcionarios catalanes en la UE, entre ellos Amadeu Altafaj, jefe de gabinete de Olli Rehn, entonces vicepresidente de la UE y abanderado de los recortes más duros. Y en 2013 y 2015 delegados de la Generalitat se reunieron con altos mandos de la OTAN para solicitarle que apoyara el proceso independentistas, ofreciendo a cambio albergar en Cataluña una subsede de sus cuarteles generales y varias bases militares.

Vendepatrias sin complejos

En su aspiración de convertirse en virreyes, que tengan más poder para vampirizar las enormes riquezas de Cataluña, las élites del procés están dispuestas a entregar la misma soberanía que dicen defender. 

Artur Mas fue a EEUU para declarar que “una Cataluña independiente sería un aliado clave de la OTAN”. Más tarde, Puigdemont ofreció a la OTAN “la situación geográfica estratégica de Cataluña”, mostrándose dispuesto a “aportar todos los recursos materiales y humanos que le correspondan”. Mientras Victor Terradelles, secretario de relaciones internacionales de la ex-Convergencia y comisionado por Puigdemont para misiones internacionales, planeaba entregar la formación del ejército catalán a Dyncorp, gigante norteamericano especializado en movilizar mercenarios para operaciones internacionales, desde Bosnia a Irak o Yemen, que han sido acusados de violaciones de los derechos humanos allí donde han actuado.

Ha sido Terradelles quien ha expresado con más claridad hasta donde están dispuestas a llegar las élites del procés, en una conferencia titulada “Aproximación a una geopolítica para Cataluña”.

Planteando en primer lugar que  “a EEUU le gustan los procesos de emancipación porque ven más fácil tratar con pequeños Estados nación que no con viejos imperios multinacionales”. Para defender que “esta percepción puede ser propicia al reconocimiento del nuevo Estado catalán”. Llamando a actuar “sin ningún tipo de complejo” para aprovechar que “somos oportunos y útiles para EEUU por nuestra situación privilegiada”.

Entregar Cataluña como base de intervención norteamericana a cambio de la independencia.

Pero las élites del procés no tienen problemas en entregarse a otro padrino internacional. Por eso Terradelles desprecia a  “los Estados jacobinos -España y Francia- o centralistas -Italia-”, y clama por que “Alemania y sus landers abandonen definitivamente los complejos y el sentido de culpa que arrastran desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”, afirmando que “la creación del Estado catalán ha de evidenciar y augurar un reforzamiento de la Europa que lidera Alemania”.

La triada de “padrinos” internacionales de la independencia se completaría según Terradelles con Israel. Ya desde Pujol esta ha sido una relación especialmente cultivada. El gobierno catalán llegó a contactar con el Mossad israelí demandándoles apoyo para crear “el CNI del futuro Estado independiente”. 

Un periódico como El País concluyó que “los nacionalistas catalanes consideran que el proceso soberanista sería más fácil si actores internacionales como Israel, con gran ascendiente sobre Estados Unidos, lanzaran algún guiño a favor”.

Cuando Trump ganó las elecciones en EEUU, Terradelles formuló que Cataluña debía ofrecerse a Washington como «muro de contención occidental en el sur de Europa, codo a codo con Israel, el país que más en serio sigue el proceso catalán». No era una opinión personal. Mas llegó a difundir un video donde consideraba que la llegada de Trump a la Casa Blanca creaba mejores condiciones para la independencia, demostrando que «lo que a veces parece imposible, acaba pasando».

Su “independencia” significa más dependencia, una Cataluña más sometida al dominio de los grandes centros de poder.

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