El actual presidente francés, Emmanuel Macron, ha ganado claramente las elecciones francesas contra su oponente, la ultraderechista Marine Le Pen, que por contra ha sacado los mejores resultados de su historia. Macron dirigirá los destinos de la segunda potencia europea durante cinco años más. Pero lo hará sobre profundos antagonismos sociales y políticos, sobre un país enormemente hastiado y polarizado y en el que el bipartidismo ha volado por los aires. Y gobernará con una correlación de fuerzas parlamentaria que aún está por decidirse en las elecciones legislativas de junio.
Macron, el candidato de la gran mayoría de la clase dominante francesa y de los centros de poder europeos y atlánticos, ha ganado holgadamente las elecciones con un 58,54% de los votos, frente a un 41,46% de la candidata de extrema derecha. Las clases dominantes, en París, en Berlín, en Bruselas y en Washington, respiran aliviadas. Se cumplen las previsiones, y se evita una victoria electoral de la extrema derecha que habría sido un terremoto político aún mayor que el Brexit para la Unión Europea y para el área de dominio norteamericana, en un momento de gran turbulencia internacional (guerra en Ucrania, crisis post-pandemia, etc…)
La victoria de Macron no admite discusión, pero viene con dos importantes ‘avisos a navegantes’.
Primero, por una enorme desafección política: la abstención en la segunda vuelta ha alcanzado la cota más alta en 50 años, una abstención que entre sectores obreros y trabajadores, o entre la juventud, ha superado el 40%. Se trata de sectores que, a pesar de su veto visceral a las políticas ultras de Le Pen, tienen un no menor frontal rechazo a todo lo que representa Macron, un presidente no sólo arrogante y personalista, sino representante de las políticas más antipopulares de la oligarquía financiera francesa. Un presidente que ha impulsado reformas laborales antiobreras, el alargamiento de la edad de jubilación, duras políticas migratorias, recortes en sanidad, educación y políticas sociales, aumento de impuestos indirectos o del precio de los combustibles…
Y segundo, porque la ventaja que separa a Macron de Le Pen (17 puntos) es considerablemente menos contundente que la de 2017, cuando sacó 32 puntos a la ultraderechista, duplicándola en votos.
Esta victoria de Macron ha sido posible por contar con una base de 9,7 millones de votantes bastante estable, porque con el voto moderado suma hasta 12,8 millones, y sobre todo porque ha recibido casi 6 millones de votos desde la izquierda, presumiblemente votantes de Mélenchon. Votantes que detestan a Macron y a las políticas oligárquicas y antipopulares que representa, pero que temen aún más a una extrema derecha ultrareaccionaria y xenófoba. Aún así, muchos antilepenistas se han quedado en casa porque se negaban a apoyar a Macron.
Francia detesta a Macron… solo un poco menos de lo que teme a Le Pen. Así podríamos resumir un resultado electoral. El país enormemente fracturado, ha tenido que elegir entre dos candidatos que levantan un profundo rechazo, y una gran parte del electorado ha votado a la contra del otro candidato. Macron ha ganado las elecciones, pero gobernará cinco años sobre un polvorín de contradicciones.
Francia detesta a Macron… solo un poco menos de lo que teme a Le Pen. Así podríamos resumir un resultado electoral.
Una ultraderecha en ascenso y «normalizada»
La extrema derecha francesa saca el mejor resultado de su historia, con el 41% de los votos y el 27% del censo. Los resultados de Le Pen en la segunda vuelta suman 2,6 millones más que la suma de la ultraderecha en la primera vuelta, es decir, hay un trasvase nada despreciable de apoyos desde sectores populares de la izquierda hastiados con Macron. El veto republicano se resquebraja y ha funcionado a duras penas. Si descontamos a Hungría y Polonia, en ningún otro país de Europa la extrema derecha tiene tanta pujanza.
Pescando en el rio revuelto del enorme océano del descontento francés, Le Pen ha conseguido capitalizar millones de votos de estos ciudadanos enfadados y hastiados. Lo ha conseguido dando a su discurso y a su programa de todo un barniz «social», planteando medidas como bajar la edad de jubilación, hablando del incremento de la pobreza o del sufrimiento de los trabajadores. . Ha criticado la uberización de la economía, los bajos salarios o la pobreza a través de un discurso estudiadamente moderado para no asustar al votante.
Todo ello -presentarse como rojiparda- forma parte del modus operandi habitual de la extrema derecha. La extrema derecha sigue siendo tan peligrosa como siempre, y -como en el caso de Donal Trump- de «outsider» tiene solo la apariencia. Por más que no cuente con el respaldo de la gran mayoría de la clase dominante francesa, Le Pen nunca habría llegado tan lejos sin contar con el impulso de importantes sectores de la oligarquía financiera gala, por no hablar de sus nexos con la extrema derecha norteamericana -Steve Bannon y The Movement- o con el Kremlin, cuyos bancos rusos financiaron generosamente en 2017 a esta ultraderechista.
Pescando en el rio revuelto del enorme océano del descontento francés, Le Pen ha conseguido capitalizar millones de votos de estos ciudadanos enfadados y hastiados.
Una polarización a tres bandas
Basta con ver un mapa electoral de la segunda vuelta para apreciar que Le Pen tiene sus feudos electorales en no pocas provincias de la Francia periférica. Por el contrario, en ciudades como París -donde arrasó Mélenchon en la primera vuelta y Macron en la segunda- la ultraderechista apenas consigue el 5% de los votos.
Pero quien quiera ver en el resultado de estas elecciones una sola fractura -entre la Francia «cosmopolita y urbana» que representa Macron y la Francia «rural, tradicionalista y euroescéptica» que representa Le Pen, está pecando de un enorme simplismo, o está deslumbrándose por la distorsión del sistema electoral francés. Francia no está entre Macron y Le Pen.
Los resultados de conjunto, de la primera y segunda vueltas, nos dicen dos cosas. Primero, que el viejo bipartidismo imperante en Francia durante décadas está muerto y enterrado. La derecha republicana no llega al 5% de los votos, y el Partido Socialista, que hace 6 años gobernaba Francia, no alcanza el 1,8%. Segundo que el espacio político francés queda ahora configurado en tres grandes bloques.
El primero es un bloque oligárquico moderado y europeísta, con un Macron que prácticamente ha hegemonizado el centro y el espacio político de las antiguas fuerzas del bipartidismo (republicanos y socialistas).
El segundo es espacio oligárquico de ultraderecha, que si bien no cuenta con el apoyo de la mayoría de la clase dominante, no podría existir sin el apoyo de algún sector de la oligarquía. Este bloque, que sigue en ascenso, ha encontrado la manera de «normalizarse» en la figura de Le Pen, y representa un problema para el sector mayoritario de la oligarquía, para Berlín y Washington, porque podría crear graves problemas en la UE o en la OTAN dadas sus intenciones de distanciar a Francia de su compromiso comunitario y con la Alianza Atlántica, y dadas sus notables complicidades con Moscú.
Pero el tercer espacio es completamente diferente. Es un conglomerado de fuerzas de izquierdas -cuya principal referencia es la Francia Insumisa de Mélenchon, pero que agrupa a verdes, comunistas, anticapitalistas, sindicatos, movimientos sociales, parte de los chalecos amarillos y la juventud manifestante…- que no se puede encuadrar en los márgenes «domesticados» del Partido Socialista, que rechaza furibundamente a todo lo que Macron y la oligarquía francesa representa, y que exige cambios radicales que favorezcan a las clases populares y trabajadoras.
Este último polo tiene una fuerza más que formidable, como se lleva viendo en los permanentes estallidos de indignación y lucha popular de los últimos años -huelgas generales, movilizaciones estudiantiles, La Nuit Debóut, los chalecos amarillos- y va a seguir desplegando una intensa actividad en los próximos años.
Macron no lo va a tener nada fácil estos cinco años. Su primera son las elecciones legislativas en Francia del 12 y el 19 de junio.
La batalla electoral no ha terminado
Macron no lo va a tener nada fácil estos cinco años, y su primera encrucijada es dentro de dos meses, cuando se celebren las elecciones legislativas en Francia (12 y el 19 de junio). Por más que en este país haya una «monarquía presidencialista» donde el Presidente de la República tiene un más que notable poder, está por ver si Macron podrá retener su mayoría de 269 escaños de la Asamblea Nacional, o si -ya libres de tener que elegir entre «Guatemala o Guatepeor»- los franceses le propinan un severo revés.
En esto último confían tanto Le Pen como Mélenchon. La primera podría concurrir junto al -aún más ultraderechista- Eric Zemmour y su 7% de votos, o incluso con el ala derecha de los republicanos. El segundo ya declarado que aspira a unir a la izquierda bajo su tutela y obtener una mayoría en las legislativas que obligue a Macron a nombrarle primer ministro y gobernar con él en cohabitación.
El resultado, en un momento de gran turbulencia internacional, está más que abierto. Veremos en junio.
Carlos dice:
De programa social de Macron os podéis ir olvidando. No me extraña que haya tanto disturbio en las calles. Es lo mismo que le pasó a UPyD y C’s, mucho unidad de España pero de programa social cero. Ah!! Internet gratuito, jojojo.os doy mi palabra que me daba vergüenza pedirles el voto
Para prograna social el de Recortes Cero
Macron, recortes y privatizaciones para la Rothschild
Castellano dice:
Es preocupante la influencia de Rusia.
Carlos dice:
Pues si Macron era banquero de la banca Rothschild, qué política quieres que haga?
https://youtu.be/JokmYxBNu2M