“Adiós, procés, adiós”. Así titulaba un periódico su crónica sobre las elecciones catalanas. No ha sido desde Madrid, sino los votos de los catalanes los que han enviado el procés a los libros de historia.
Las caras largas durante la noche electoral en Junts y ERC eran la viva imagen de su derrota. El independentismo ha tocado suelo. Y el procés abierto en 2017 ha sido finiquitado.
Este es el principal legado del 12-M. Que va a tener hondas consecuencias en Cataluña, y también en el conjunto de España.
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Los peores resultados de las fuerzas del procés
Del retroceso al hundimiento
Las urnas en Cataluña han lanzado un grito contundente: Basta ya. Y han dictaminado que se deben celebrar las exequias del procés.
Gracias a una ley electoral que les beneficia, los partidos independentistas podían presumir de tener una mayoría de diputados en el Parlament catalán. Ahora han perdido ese privilegio.
Las fuerzas que apoyaron el procés se han quedado en 61 escaños. A siete de la mayoría, fijada en 68. Son 12 menos de los que obtuvieron en 2021.
La debacle es de tal magnitud que para encontrar un resultado peor de las fuerzas partidarias de la ruptura en Cataluña hay que retroceder a 1980, hace casi 50 años. Entonces, en los primeros pasos de la transición, el nacionalismo catalán presidido por Pujol se quedó en 57 diputados.
El independentismo ha perdido un tercio de los votos que alcanzó en 2017, su cénit de apoyo social. Son más de 700.000 catalanes que han decidido retirar su voto a las fuerzas del procés.
Convirtiéndolas en una minoría mucho más exigua. En 2017 les votó el 37,4% del censo. Solo uno de cada tres catalanes. Ahora ese apoyo se ha reducido al 25%. Apenas uno de cada cuatro.
El epitafio del procés estaba dictado incluso antes de conocerse los resultados de las urnas. Durante la campaña catalana la independencia apenas ha sido objeto de debate. Ha primado el eje social, la discusión sobre problemas que nos afectan. Así lo ha exigido la sociedad, acuciada por el alza de precios o alquileres.
Sucedió algo similar en Euskadi, donde en las pasadas elecciones la independencia quedó excluida del debate electoral.
Con su voto, Cataluña ha dicho claramente que hay que cerrar definitivamente el procés. Quienes atacan la unidad están más débiles que nunca. Y la defensa de la unidad obtiene una decisiva victoria.
Esta es la mejor noticia que nos deja el 12-J. Las élites del procés no solo han dividido y enfrentado al pueblo. También han sido los ejecutores de unos recortes que en Cataluña han sido más duros que en el resto de España.
Cataluña ha hablado. Y lo ha hecho para defender la unidad y exigir que se ponga fin a un procés que sembró la división y el enfrentamiento.
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De Girona a Santa Coloma
¿Dónde tienen las fuerzas del procés su bastión electoral?
En la provincia de Girona, más rural, las fuerzas independentistas han alcanzado el 61,35% de los votos. En la de Barcelona, más obrera, ese apoyo se reduce al 40%.
Por el contrario, donde más se concentra el pueblo trabajador, mayor ha sido la debacle del procés.
El voto a las fuerzas independentistas es menor en las comarcas y municipios más poblados, en el cinturón obrero de Barcelona. En la comarca del Baix Llobregat las fuerzas independentistas solo suponen un 17,4% del censo. Y en Santa Coloma, Hospitalet o Cornellà apenas alcanzan el 10%.
El voto del pueblo trabajador ha sido clave para poner fin al procés
El terremoto político que ha dictado el epitafio del procés ha sido impulsado por el pueblo trabajador catalán. Así lo revelan los resultados electorales. Son las zonas más pobladas, en las que se concentra la clase obrera, las han abanderado el rechazo al procés.
Y si las fuerzas independentistas conservan un importante poder político, su principal base está en la Caataluña interior, tradicionalmente más conservadora.
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Una preocupante abstención
¿Y de lo nuestro qué?
La alta abstención, que supera el 42%, es una de las notas negativas de estos comicios. Hasta tres millones de catalanes han decidió no acudir a las urnas.
No debemos atribuir esa conducta al “pasotismo”. En 2017 solo se abstuvo el 20% del censo. Ahora esa cifra se ha duplicado. Muchos de los que entonces, en el momento más crítico del procés, se movilizaron, hoy se han quedado en casa.
En los diferentes análisis se carga la abstención sobre las filas independentistas. Y es evidente que muchos de los que votaron por la ruptura en 2017 se han desmovilizado tras evidenciarse el fracaso del procés.
Pero los números nos dicen que la abstención abarca muchos más sectores.
En la provincia de Barcelona, donde menos porcentaje de voto cosecha el independentismo, se acumulan 1,6 millones de abstencionistas, más de la mitad del total de Cataluña. Y en las ciudades más obreras la abstención supera la media. En Santa Coloma, donde las fuerzas del procés apenas han recibido el apoyo de uno de cada diez electores, la abstención escala hasta el 48%, seis puntos más que la media catalana.
La alta abstención no puede explicarse solo por el desencanto del votante independentista. Hay que entenderla desde una Cataluña más empobrecida, donde amplios sectores han visto recortadas sus condiciones de vida a golpe de subida de precios, hipotecas y alquileres.
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La paradoja de Junts
Este no es el mismo Puigdemont
Durante la campaña en los mítines de Junts, protagonizados por un Puigdemont que ha trasladado su residencia desde Waterloo al sur de Francia, no hemos escuchado ninguna referencia a volver al 1-O y la DUI.
Por el contrario, el tono de la campaña de Junts ha estado definido por dos hechos.
Diez días antes de las elecciones, una delegación de Foment del Treball Nacional, la gran patronal catalana, visitó a Puigdemont.
Y en el mitin final de Junts apareció un nonagenario Pujol reclamando el voto para Puigdemont.
De las bravatas rupturistas hemos pasado a la intención, nada disimulada, de convertir a Junts en una reedición de la Convergencia pujoliana.
Puigdemont ha archivado sus sueños de ruptura para poder acogerse a la amnistía, y ahora pone en primer plano su carácter derechista, que nunca ha abandonado.
Una cosa está clara. Puigdemont no será investido president de la Generalitat. Deberíamos recordarle su promesa de abandonar la política si no conseguía presidir el gobierno catalán. Esa sería otra de las positivas consecuencias del 12-M