La balanza de la economía mundial se inclina cada vez más del lado del enfriamiento e incluso de la contracción. Los pronósticos del Banco Mundial para este año no pueden ser más desalentadores: augura un desplome del crecimiento global hasta el 2,5%, frente al 3,1% de su anterior estimación, y la entrada en recesión de Europa, región para la que hace apenas unos meses anticipaba un incremento del 1,9%.
Las predicciones no son infalibles, como evidencia la áspera rectificación del propio organismo multilteral, pero qué duda cabe de que el hondo deterioro del escenario en Europa, inmersa en una crisis de deuda soberana que a duras penas consigue mitigar y en un proceso de consolidación fiscal que está lastrando su crecimiento, ha terminado propagándose como un virus al resto del mundo, amenazando también la prosperidad de las economías emergentes.