Según el diario barcelonés «La Vanguardia» -casi el único que presta verdadera atención en todo el país a este tema crucial- podríamos estar ya ante un acuerdo prácticamente definitivo en el seno del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, tras más de tres años de debates y una lucha sin cuartel que ha llegado a tener al país en vilo. La sentencia validaría de alguna forma el Estatut, pero eliminaría todos los ingredientes de «confederalismo» en que, en su día, se sustentó el proyecto impulsado por Maragall y que contó con el apoyo cerrado de todas las familias del nacionalismo catalán, aunque no con el supuesto y pretendido «entusiasmo popular»: sólo un 36% de los catalanes lo apoyó en las urnas.
Según la información hecha ública por “La Vanguardia”, el acuerdo en el seno del TC, después de meses y meses de debates y ajustes, ya está alcanzado y la sentencia se dará a conocer después de las elecciones europeas de junio. El fallo no tumbará el Estatut, es más, lo validará como constitucional, pero introduciendo una serie de elementos de “interpretación” de ciertos principios y ciertas cuestiones, que supondrá de hecho eliminar los elementos de “confederalismo” que aún quedaron tras el “afeitado” (según palabras de Alfonso Guerra) que ya sufrió en la Comisión Constitucional del Congreso antes de ir a referéndum, un referéndum que, en vez de clausurar el tema, lo dejó abierto, al demostrar que no existía ese clamor popular que anunciaban los nacionalistas, sino más bien muchas dudas y mucho escepticismo por parte del pueblo catalán hacia una aventura política que interesaba más que nada a la clase política.Esos puntos que serán “reinterpretados” por el TC son, básicamente, la cuestión de la “bilateralidad”, pilar esencial del confederalismo, ya que equipara al gobierno de la Generalitat con el del Estado (rompiendo así el espinazo de la Constitución), y que de “principio” esencial quedará rebajado a la categoría de simple “método de trabajo”; la cuestión de la “nación” catalana, que quedará simplemente como una mención a un hecho proclamado por el Parlament, pero sin ninguna validez jurídica; o la lengua, donde se introducirán correcciones que permitan impedir la deriva de Cataluña hacia el monolingüismo a través de la marginación de la lengua materna de más del 50% de los catalanes: el español.En todo caso, y a salvo de detalles, la sentencia vendrá a ser el entierro definitivo de la pretensión maragalliana (con el respaldo de todo el nacionalismo catalán) de provocar, por la vía de la reforma del Estatut, una voladura de la Constitución de 1978, y la imposición de un modelo de “federalismo asimétrico” en el que Cataluña tendría más poder que el resto de las comunidades autónomas, incluida una relación bilateral entre su administración y la del Estado, que quedarían prácticamente equiparadas.Sobre esa base se reclamaba asimismo una financiación especial (y más favorable), poner límites a la solidaridad entre regiones pobres y ricas y obligar al Estado a un porcentaje de gastos en inversiones, dinamitando así no sólo la equidad y la justicia distributiva, sino la propia soberanía del Estado, que quedaba atado por el Estatut a cumplir inapelablemente las demandas de Cataluña.El fallo del TC, al elegir la vía interpretativa más que la condenatoria, para evitar así un choque excesivamente brusco, deja inevitablemente la puerta abierta a una miríada de conflictos futuros que auguran que todavía estamos muy lejos de un punto final sobre este tema.Pese al varapalo, el nacionalismo catalán no replegará velas y seguirá demandando punto por punto el cumplimiento del Estatut, según su versión y su interpretación, y desde luego no renunciará ni a demandar una financiación insolidaria ni a seguir construyendo su “embrión” de Estado ni a imponer el monolingüismo. La sentencia del TC no zanjará definitamente esta batalla. Pero sí pondrá en evidencia ante millones de catalanes y de españoles que este “viaje”, el viaje del Estatut, ha sido el viaje a ninguna parte. Una gran batalla que lo ha dejado casi todo en el mismo sitio, solo que peor.