Tras siete años llenando de fango y crispación la política brasileña, la Operación Lava Jato -el escándalo en el que se acusaba al expresidente Lula de corrupción y que acabó condenando y encarcelando al líder del PT- ha terminado por revelar la enorme montaña de mentiras y prevaricación sobre la que estaba construida.
Game Over. El equipo anticorrupción que nació en la ciudad de Curitiba y que -junto al juez Moro- se erigieron como «martillo anticorrupción» contra el expresidente Lula, ha sido disuelto tras revelarse cientos de conversaciones que mantuvieron el magistrado y el entonces jefe del equipo de investigación, Deltan Dallagnol.
Las conversaciones comprometedoras ya habían sido reveladas en junio de 2019 por el prestigioso periodista Glenn Greenwald, ganador del Premio Pulitzer por hacer públicas las revelaciones de Edward Snowden sobre las prácticas de la NSA. Los mensajes evidencian hasta qué punto el juez Moro y el fiscal Dallagnol, intercambiaron mensajes de texto durante la investigación del caso para coordinar su estrategia contra Lula, algo prohibido por la Constitución y el Código Penal brasileño.
Moro recomendó al fiscal que cambiara el orden de unas etapas de la investigación, dio consejos estratégicos y pistas informales de investigación y sugirió recursos al Ministerio Público como si él fuera un superior jerárquico de los fiscales y de la Policía Federal.
En varios pasajes de las transcripciones, queda claro que la labor del juez y de los fiscales nada tiene que ver con la investigación de un delito: tienen objetivos plenamente políticos. “Ando muy preocupado por una posible vuelta del PT, pero he rezado mucho para que Dios ilumine a nuestra población y que un milagro nos salve”, dice el fiscal Dallagnol al juez Moro.
Ahora, un magistrado del Supremo ha admitido esos mensajes como prueba, y ha permitido su publicación en Brasil, algo que pone en bandeja la anulación por prevaricación de los juicios y la condena contra Lula.
Este juez y fiscal -ahora desacreditados- no fueron sino los brazos ejecutores de una trama mucho más profunda, que hunde sus raíces en las entrañas del Estado brasileño y que tiene su fuente más profunda en los negros proyectos de la superpotencia norteamericana por reconducir el rumbo de Brasil.
El desenmascaramiento de esta trama golpista no sólo es un triunfo de la labor de investigación de periodistas honestos como Greenwald, sino el fruto de la lucha, durante años, de millones de personas de la izquierda brasileña, que no han dejado de movilizarse estos años para denunciar esta farsa y proclamar la inocencia de Lula.