Salud pública

El sí­ndrome tóxico, 28 años después: la epidemia olvidada

Las causas que ocasionaron el envenenamiento masivo de treinta mil conciudadanos en la primavera de 1981 han seguido hasta hoy, bajo diferentes formas e intensidad, consumiendo la salud y la vida de la población. La impunidad de los grandes monopolios y/o la razón de estado, que exigen ocultar la verdad por encima de todo, reaparecerán en posteriores crisis sanitarias: el mal las vacas locas, la leucemia por uranio empobrecido, el cáncer por las antenas de telefoní­a móvil o el envenenamiento por fármacos. Al remontarnos a lo acontecido hace veintiocho años, no estamos más que viajando a las entrañas del presente.

Resiratoriao digestiva La mañana del sábado día 2 de mayo de 1981 el doctor Antonio Muro y Fernández-Cavada acudió a su trabajo como director en funciones del Hospital del Rey de Madrid, centro especializado en enfermedades infecciosas. Al revisar el parte de urgencias del día anterior le llamó la atención que cuatro niños de una misma familia de Torrejón de Ardoz habían ingresado juntos con el diagnóstico de pneumonía. Resulta casi imposible que varios miembros de una familia enfermen de pneumonía a la vez. Cuando descubrió que otros dos hermanos habían sido ingresados, uno de ellos ya cadáver, en el Hospital La Paz con los mismos síntomas, supo percibir que se encontraba ante una patología nueva y peligrosa. Tres días después de dar la voz de alarma, el 5 de mayo, ya surgió la polémica entorno a si la vía de entrada del agente causante era respiratoria o digestiva. La primera versión oficial del gobierno de Calvo Sotelo fue que se trataba de pneumonía por legionella, basándose en el aislamiento de dicha bacteria de un enfermo. Inmediatamente el Dr. Muro invitó a un equipo de especialistas en legionella que acudió el día 6 de mayo al Hospital del Rey y descartó totalmente que se tratara de la enfermedad del legionario (no cuadraba ni el cuadro clínico, ni el radiológico, ni la edad de aparición). En realidad el Dr. Muro sospechaba que, aunque los síntomas de los enfermos eran respiratorios, la enfermedad se transmitía por vía digestiva. Primero, porque es muy difícil que una infección respiratoria afecte a unos miembros de la familia y respete a otros, característica común de todos los casos iniciales. Y segundo, en su opinión la peculiar imagen en la radiografía de tórax que permitía diagnosticar la enfermedad no era propia de una pneumonía sino de un edema de pulmón (encharcamiento pulmonar) parecido al que se da en los enfermos del corazón. Ante esta encrucijada el Ministerio de Sanidad puso en marcha grupos de trabajo microbiológicos, clínicos y epidemiológicos, coordinados por el Dr. Ángel Pestaña Vargas, en aquel entonces coordinador científico del CSIC, para buscar virus o bacterias que confirmaran la vía respiratoria, y se convocó una comisión clínica con los directores de los hospitales de Madrid para unificar su actuación. Epidemia sin epidemiólogo El sábado 9 de mayo se reunió la comisión clínica y se pusieron en común los 23 casos ingresados en varios hospitales hasta el momento. Descartada la legionella, la comisión etiquetó la enfermedad como “pneumonía atípica” (dado que no se podía establecer su causalidad) y se empezó a hablar de otro microorganismo, el micoplasma. Aunque formalmente el Ministerio organizó equipos de trabajo para coordinar la acción y contrastar los estudios que se estaban llevando a cabo en los campos asistencial, epidemiológico, microbiológico y ambiental, el Dr. Muro constató el desinterés real por estudiar los mecanismos de transmisión del agente patógeno: “la primacía la tenían los bacteriólogos, porque creían que era la única posibilidad existente. Pero por la noche, al contemplar en el mapa la distribución de los casos, ya me quedé yo con un grupo a los que les hablé de que quizá fuera conveniente empezar en la vía digestiva. El día 10 por la mañana, en la reunión del piso de epidemiología, el Dr. Urbistondo y el Dr. Plaza comentaron la posibilidad de que se tratase de una enfermedad por vía digestiva. Entonces yo insistí (…) Dimos una serie de razones, y nos sorprendió que cuando los grupos se reunían en distintas plantas, al bajar al plenario, todo aquello que se había comentado sobre la vía digestiva no fue recogido por el portavoz del grupo epidemiológico (…) hubo un señor que dijo que los epidemiólogos, pese a los días transcurridos, no habían hecho absolutamente nada.” El domingo10 de mayo tres niños y un adulto habían muerto como consecuencia del mal y otras cuarenta personas (en su mayoría niños) estaban afectadas en distintas poblaciones de la provincia y barriadas de Madrid. Ese mismo día, y ante la desidia oficial, los colaboradores del Dr. Muro realizaron una primera encuesta entre los familiares de los afectados para averiguar qué hechos comunes y diferenciadores explicaban por qué caían enfermos unos y otros no en la misma familia, en el mismo bloque de viviendas, en el mismo barrio, en la misma ciudad, en la misma provincia. El resultado de la encuesta sobre 11 familias de pueblos diferentes mostró que todos compraban en el mercadillo ambulante que rotativamente se instalaba cada día de la semana en uno de los pueblos afectados: los lunes en Alcalá de Henares, los martes en Alcorcón, los miércoles en Torrejón de Ardoz, los jueves en Carabanchel, los viernes en San Fernando, Coslada, los sábados en Getafe y los domingos en la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de Hortaleza. Inmediatamente fue informado el director general de Salud Pública, Luis Valenciano, quien hizo caso omiso. En esos mercadillos, según el informe, “se expenden sin ningún control sanitario una serie de productos perecederos, entre los que destacan las hortalizas de consumo en crudo (todas las familias declararon haber adquirido lechugas y cebolletas), que fueron adquiridas en dicho mercado por todos los afectados sin excepción. Este hecho abre, en opinión de los que suscriben, un campo de investigación que estiman debería tenerse en cuenta.” En la reunión conjunta de todos los equipos del domingo día 11 estos datos no fueron tenidos en cuenta. Punto y aparte. El buencamino El mismo 10 de mayo, durante la maratón de reuniones entre altos cargos del Ministerio y representantes de hospitales madrileños, el Dr. Muro propuso medidas al Secretario de Estado para la Sanidad ante el hecho previsible de que la enfermedad se extendiera fuera de la provincia de Madrid siguiendo las rutas de los mercadillos: “Creo que se deberían de llamar a los jefes provinciales de Sanidad; es costumbre en esta Casa (…) que cuando hay algo tienen que venir a dos cuestiones; primera a informarse y segunda a ayudarnos, porque nos pueden hacer falta”. Entonces dijo que no le parecía bien, lo cual, pues muy respetable; como el que manda, manda, mi obligación como técnico era sugerir y su obligación como político era decidir. Entonces yo le dije que yo llamaría a Ávila. Se vuelve y me dice: “¿Y por qué a Ávila?” le respondo que tengo la impresión de que debe venir Ávila.” La impresión de que la enfermedad se extendería a las provincias vecinas se confirmó al poco: “Me llama por teléfono el Dr. Germaín y me dice que cree que tiene casos, le digo que me traiga las radiografías para decidirlo y que aunque no esté invitado, que yo me comprometo a traerlo a la reunión del Ministerio. Le traigo a la reunión del Ministerio, que ya fue el día 11, lunes, y le digo al Dr. Sánchez-Harguindey que como yo le había dicho que iba a pasar en Ávila, que aquí estaba el jefe de Ávila con las radiografías de los casos de Ávila. Pese a ello tampoco se llamó a los jefes provinciales.” Después, por la tarde de aquel lunes día 11 se celebró una reunión sobre las primeras seis autopsias, en la que se confirmó que la enfermedad afectaba a más órganos aparte del pulmón y que los ganglios intestinales estaban inflamados, lo que indicaba que el agente causante había entrado por ahí tal como intuía el Dr. Muro: “Mi preocupación fue que me dijeran cómo estaba el aparato digestivo, como estaban los ganglios linfáticos del aparato digestivo; y, en efecto me confirmaron que había hiperplasia en las placas de Peyer. Me costó mucho trabajo que cuando se describió el patrón anatomopatológico se incluyera: “hiperplasia de las placas de Peyer”, porque toda la necropsia iba dirigida a pulmón.” Quedaba así definitivamente confirmado que la vía digestiva, la posibilidad de una intoxicación alimentaria relacionada con los mercadillos ambulantes, era el camino a investigar. El secuestrador secuestrado ¿Cómo es posible que el mismo gobierno que anunció el 10 de junio de 1981 por TVE que el causante era el aceite de colza adulterado vendido en los mercadillos ambulantes, se opusiera el 10 de mayo a investigar dichos mercadillos empeñado en la vía respiratoria? La respuesta no es sencilla. Es innegable la ventaja que para Calvo Sotelo reportaba la versión oficial de la infección respiratoria, puesto que eximía a su gobierno de responder penalmente de la falta de control sanitario sobre el mercado alimentario en un caso de intoxicación a gran escala y con muertos. Por otro lado, la hipótesis de la intoxicación alimentaria obligaba a responder interrogantes (¿quién? ¿por qué?) cuyas respuestas tocaban intereses sensibles del estado (ingreso en la OTAN, entrada en la CEE) de las que Calvo Sotelo era un mero servidor y rehén. Sea como sea, y esto nunca hay que perderlo de vista, su gobierno secuestró en aquellos primeros días de mayo un tiempo valiosísimo para encontrar el foco, prevenir nuevos casos y curar a los enfermos. En la próxima entrega nos adentraremos en el inesperado giro que pega la enfermedad a partir del día 12, giro que conllevará la fulminante destitución del Dr. Muro y la aparición en escena de los científicos de los CDC de EEUU. Hasta Junio. ¿Quién era Antonio Muro? Antonio Muro ocupaba en el momento de la aparición del síndrome tóxico el cargo de director en funciones del madrileño Hospital del Rey, institución prestigiada en la especialidad de enfermedades infecciosas. Era por aquel entonces un hombre de la casa, un profesional sanitario con una larga experiencia y conocimiento del sistema sanitario desde que en 1953, a los veintiocho años, ingresó con el número 3 en la oposición, en la Sanidad Nacional. Llegó a ser jefe insular de Sanidad de la isla de La Palma, jefe provincial de Sanidad de Teruel y Castellón, jefe de Medicina Social de la Dirección General de Sanidad hasta 1975, director de los servicios de Informática Sanitaria hasta 1977 y subdirector del Hospital del Rey de Madrid hasta el 15 de mayo de 1981, pasos dados, todos ellos, a través de concursos-oposición, lejos de cualquier clientelismo o enchufismo. Aunque Antonio Muro era militante del PSOE nunca tuvo el respaldo de la dirección o del gobierno González ni de su aparato mediático, el grupo Prisa. Sus conclusiones están avaladas únicamente por su infatigable trabajo y, sobre todo, por su integridad e independencia. Todos sus estudios fueron costeados de su propio bolsillo y el de sus colaboradores, que fueron varios millones de pesetas. Hasta el momento de su muerte en 1985 a causa de un cáncer trabajó, tal como afirmaría su propio hermano, “sábados y domingos, durmiendo escasamente seis horas diarias, e incluso sus vacaciones estivales las dedicó por entero al estudio de sus posibles causas.” Y no dudó, como vamos a ver, en arriesgar carrera y prestigio antes que renunciar al principio de salvaguardar la salud de la población y la verdad científica por encima de la razón de estado. * El periodista Andreas Faber recogió el testimonio de Antonio Muro y el de otros tantos protagonistas en su libro Pacto de Silencio, al que pertenecen los entrecomillados.

Deja una respuesta