El nuevo tablero mundial (5)

El reinado del gran duque Vladimir

Hace diez años que Vladimir Putin se convirtió en el hombre fuerte de Rusia. Entonces, tras la implosión soviética y el caótico legado de los gobiernos de Yeltsin, Rusia era un inmenso agujero negro sin aparente retorno. Una década después, bajo la dirección de Putí­n, el cirujano de hierro procedente del KGB, Rusia ha recuperado el protagonismo global perdido, e incluso se permite intentar recuperar parte del terreno perdido ante Washington en su ex glacis imperial en Asia Central o Europa Oriental.

El renacer del oso ruso -disuesto, como ocurrió en Georgia, a dar zarpazos imprevisibles- es uno de los más peligrosos factores de desestabilización del tablero mundial. El cirujano de hierro del KGB Putin emergió hace diez años como la única opción para estabilizar el caótico maremagnum en que se había transformado el Estado y la burguesía rusa. Procedente del KGB, donde alternó su labor entre el Primer Directorio –encargado de la inteligencia extranjera- y el Quinto Directorio –cuya misión era la represión de la disidencia interna-, Putín ha sido el cirujano de hierro que ha vuelto a colocar en el mapa a Rusia. Cuando durante la era Yeltsin, la feroz competencia entre los sectores de la burguesía rusa había desembocado en una crisis de autoridad del Estado, los “silovikí” (la cúpula de los servicios secretos, el ejército y el ministerio del interior) impusieron el nombramiento de Putin como primer ministro. Y éste empezó a gobernar empuñando los métodos del KGB. Primero desatando una feroz ofensiva militar en Chechenia. Al precio de un genocidio sobre la población civil, Moscú selló su poder sobre la república rebelde. El punto de mira se dirigió entonces hacia los oligarcas demasiado ambiciosos. Las tropas del KGB asaltaron las oficinas de Media-Most, grupo de empresas de comunicación de Vladimir Gusinski. Y más tarde Jodorovski, propietario de la petrolera Yukos, daría con sus huesos en la cárcel. A partir de ese momento, la dictadura del KGB se extendió por todo el cuerpo social. Los medios de comunicación críticos con el kremlin fueron cerrados, y sus periodistas, como Anna Politkovskaya, asesinados. Con Putin, el KGB se ha convertido en el único fiel del poder ruso. Tres de cada cuatro altos cargos de la política y la economía proceden del KGB, actuando de forma coordinada, como un Estado dentro del Estado. Bajo este puño de hierro, Rusia salió del marasmo y volvió a sentarse en la mesa del poder mundial, como una potencia con las que todos deben contar. Los zarpazos del oso ruso Putin ha impuesto en el seno del Estado y la oligarquía rusa la organicidad y centralización imprescindibles para aspirar a rememorar viejos laureles imperiales. Y, a diferencia de Yeltsin -dispuesto incluso a aceptar un creciente grado de dependencia hacia EEUU a cambio de su incorporación al “mundo occidental”-, Putin ha defendido con uñas y dientes la autonomía de Moscú para trazar su propio, y polémico, camino. Sobre esta nueva fortaleza política, Moscú ha sido capaz de reconstruir todo el aparato económico, pasando de ser un “paria internacional” dependiente de los préstamos de las potencias occidentales a una potencia económica emergente. Las inmensas potencialidades de Rusia -primer productor mundial de gas natural y segundo de petróleo- han sido explotadas para levantar un gigantesco sector energético que bombea toda la economía rusa. Pero, sobre todo, Moscú ha sido capaz de aprovechar los sucesivos giros de la situación internacional para ganar protagonismo. Si en los momentos posteriores al 11-S contempló como EEUU ganaba pieza tras pieza en el antiguo glacis imperial soviético, el fracaso norteamericano en Irak fue el pistoletazo de salida para la “reconquista” rusa. Desde entonces, Putín no ha dudado en utilizar cualquier medio -el envenenamiento del presidente ucraniano, el chantaje energético hacia Europa Oriental, la invasión de Georgia…- para recuperar influencia en lo que considera su patio trasero. El inicio del ocaso imperial norteamericano está dando lugar a una nueva ofensiva rusa, aprovechando la debilidad de Washington. Poco a poco, Rusia ha reconstruido una espesa red de relaciones económicas, políticas y militares con las ex repúblicas soviéticas, que le están permitiendo asomarse como uno de los jugadores más activos en el estratégico escenario de Asia Central. La creación de una fuerza rápida, comandada por Moscú, en el seno de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que agrupa al conjunto de repúblicas ex soviéticas de la zona, es el último hito de esta carrera. Un factor imprevisible Pero las características rusas convierten a Moscú en uno de los más peligrosos e impredecibles factores que se asoman en el tablero mundial. La invasión de Georgia en agosto del año pasado, anticipándose a la quiebra de Lehman Brothers y aprovechando los momentos más delicados de la crisis en EEUU, demostraron que el oso ruso está dispuesto a llevar sus zarpazos más allá del límite previsible. China es un peligro mucho mayor que Moscú para los intereses norteamericanos. Pero la élite dirigente china ha dado sobradas muestras de una estabilidad, sabiduría y prudencia política que brillan por su ausencia en Rusia. El Comité Central del PCCH es la expresión de unos núcleos dirigentes unidos en torno a un proyecto a largo plazo, que no sufre alteración alguna por los vaivenes de la situación internacional o los recambios de líderes, y que, en los hechos, ha actuado en las últimas décadas como un factor de estabilidad en el mundo. Las élites rusas presentan unas características antagónicas. La necesidad de forzar la constitución para mantener a Putín como presidente en la sombra, desde su cargo actual de primer ministro, demuestra que, aunque impuesta con mano de hierro, la unidad y centralización en la burguesía rusa se sostiene sobre la dictadura unipersonal del cirujano del KGB. Al mismo tiempo, frente al firme pero tranquilo avance del proyecto de desarrollo chino, la emergencia de Rusia está poseída por un elevado grado de aventurerismo y agresividad, que, como sucedió en Georgia, no se detiene ante las posibles consecuencias cuando se presenta una oportunidad para avanzar. Por eso, la actuación de Rusia es hoy un factor de riesgo que puede provocar imprevisibles episodios que agudicen la tensión en el tablero mundial.