El “relato” victimista del procés, que con tanto ahínco ha difundido Raül Romeva en sus embajadas catalanas, no hubiera sido posible sin el sustrato de la vieja y polvorienta leyenda negra.
Cría fama y échate a dormir, dice el refrán. Una vez creado el tópico, ya puedes correr si quieres deshacerlo. No hay nada más difícil que quitarse de encima un sambenito. Les pasa a las personas y a los países. Y si no se actúa con claridad para desmontarlos, el tiempo sólo hace que petrificarlos y los estereotipos acaban por suplantar la realidad.
El “relato” victimista del procés, que con tanto ahínco ha difundido Raül Romeva en sus embajadas catalanas, no hubiera sido posible sin el sustrato de la vieja y polvorienta leyenda negra. De la España terribilis de la inquisición y el genocidio americano, al “Madrid nos roba” y el “Estado franquista nos oprime”, sólo hay dos pasos. Llevamos años asistiendo al remake de una película bien conocida, la antigua hispanofobia, de la que hemos visto estas semanas, en la actual versión independentista, su capítulo culminante.
Recientemente, el escritor Antonio Muñoz Molina (“En Francoland”, El País, 13/10/17) escribía: La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos (…) A los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor a la opinión internacional.” En efecto, aunque el independentismo no hubiera tenido las dosis extras de munición que le regaló la torpeza política de las cargas policiales, su argumentario y su capacidad de difusión no habrían variado.
Desde Pujol, la reinvención de la historia de Cataluña y el discurso de los agravios se ha edificado tirando del mismo decrépito baúl, ése donde duermen los fantasmas que crearon los ingleses del siglo XVI para desacreditar a España en las pugnas imperiales de la época. Fantasmas y falsedades que han resultado ser una mina para encontrar siempre que se necesiten todo tipo de coartadas y justificaciones, aunque con los oportunos y renovados envoltorios. En definitiva, el nacionalismo separatista catalán ha aplicado el mismo enfoque que en los últimos dos siglos, desde Napoleón, han utilizado las potencias que querían fragmentar o intervenir en España: hay que salvar al país –en este caso a los catalanes– de unos demonios atávicos que lo sumen en el atraso y el oscurantismo.
Como explicaba la historiadora Elvira Roca Barea, en una entrevista a propósito de su libro Imperiofobia y Leyenda Negra (editado por Siruela):
La cronología de las ideologías asociadas a la leyenda negra va del protestantismo a la izquierda actual. La imperiofobia feroz que propició el protestantismo y los príncipes alemanes para luchar contra Carlos V, la encaja como un guante la Ilustración francesa, porque conviene a los intereses de su país, naturalmente. Pero con el cambio de dinastía, en el siglo XVIII, la hispanofobia se hace española. Nuestras élites, para ser modernas, imitan lo que viene de París; había que pensar que era cierta la barbarie española en América, que la historia de España es pura intolerancia, que este país era atrasado y bárbaro… Más tarde el liberalismo y los nacionalismos periféricos nacidos en el XIX, que son por definición hispanófobos, hicieron lo que faltaba para que la hispanofobia se asumiera en España. Y van ya tres siglos de hispanofobia asumida. Pero en determinadas ocasiones, en épocas de crisis y de incertidumbre, hay una recidiva. Ahora, el nacionalismo catalán se ha aliado con la izquierda antisistema, y se ha producido un rebrote.
Las reacciones de los medios internacionales al conflicto catalán han puesto de manifiesto estas semanas que, de entrada, las tendencias de valoración siguen imbuidas sorprendentemente de ciertos aspectos de la leyenda negra. Muñoz Molina señalaba en el artículo arriba mencionado: “Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura (…) Muchas veces, me ha tocado explicar con paciencia que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes”.
El problema es que si esta visión existe allende nuestras fronteras, y no se ha contrarrestado con voluntad y firmeza estas últimas décadas, es porque también persiste en ciertos sectores del país y sigue anclada más de lo que parece en nuestro propio tejido, no ya sólo político, sino también social y cultural. Como decía la historiadora Elvira Roca: “A España le ha pasado una cosa muy rara con sus élites intelectuales. A partir del siglo XVIII, asumieron todos los tópicos de la Leyenda Negra. Y eso se ha repetido generación tras generación. Se nota viendo la televisión.”
Una concepción de la propia historia que ha tenido además, como principal víctima, a gran parte de la izquierda. Una izquierda “oficial” siempre acomplejada para pronunciar el nombre de su país porque ha asumido como propia una leyenda impuesta desde fuera, porque ha aceptado sus sucesivas reediciones nacionales y nacionalistas. Y que en triste coherencia, se ha mostrado incapaz de poner en valor la herencia cultural española y de desplegar una política exterior ambiciosa y consecuente a largo plazo.
El triunvirato nacionalista de Pujol-Mas-Puigdemont, y esta es la clave de la situación actual, no hubiera llegado nunca tan lejos si hubiera tenido delante una izquierda vacunada y beligerante contra viejas y nuevas leyendas negras, que no hubiera negociado la perversión histórica, y mucho menos su supuesta pátina democrática y progresista. Podríamos hacer la crónica minuciosa de ese recorrido, delimitando responsabilidades, que empezó hace treinta años y llega hasta ayer mismo.
El independentismo ha construido una realidad paralela, una burbuja cultural, con su particular recreación de una vieja leyenda. Es imprescindible desmontarla, punto por punto. Pero hay que hacerlo resolviendo la fractura social, recuperando la unidad perdida y la confianza en un proyecto común e integrador de país. Hablamos de una larga tarea que tiene que recobrar los afectos históricos, sociales y culturales, en primer lugar entre los propios catalanes. El Estado tiene severas limitaciones para llevarlo a término, más allá de su función administrativa. Es la izquierda la que tiene un papel decisivo en este proceso. Pero sólo podrá ser una izquierda con cabeza propia, libre de fantasmas ajenos, orgullosa de su tradición cultural, que defienda la diversidad en la unidad.
Bernardo dice:
Muy lúcido y detallado en el análisis de los apectos tratados
pedro nuñez dice:
Entender es basico . Pero comprender el marco historico y cultural de un asunto q parece solo » economico » es imprescindible . gracias por el articulo ,gracias por la reflexion. Igual seria posible ahondar en el enfoque buscando la raiz historica de una o dos ideas aisladas .