La crisis económica ha llegado a los presupuestos del Pentágono. Bien pudiera pensarse lo contrario, ya que en cifras globales, el presupuesto total del Pentágono aumenta un 4% para 2009, hasta el medio billón de dólares. Pero si tenemos en cuenta los hipermillonarios contratos armamentísticos y los costosísimos proyectos que el Departamento de Defensa ha decidido archivar para tiempos mejores, efectivamente los militares norteamericanos han decidido apretarse el cinturón, para agravio de la poderosa industria armamentística. Pero no se trata sólo de una cuestión cuantitativa sino cualitativa. El Pentágono ha presentado un plan que redirige las prioridades del gasto hacia los retos militares reales q los que EEUU habrá de enfrentarse en el futuro inmediato: no una guerra convencional -contra ejércitos estatales-, sino la guerra contra enemigos difusos como la insurgencia afgana o iraquí.
El secretario de Defensa de EE UU, Robert Gates resentó las nuevas partidas presupuestarias del Pentágono que suponen, según dijo, un "cambio fundamental" en las prioridades militares de Estados Unidos, y un giro con respecto a la estrategia seguida en los últimos años por la administración Bush –de la que él mismo fue responsable de Defensa tras la defenestración de Rumsfeld-. Gates anunció que se reducirán los fondos destinados a programas armamentísticos tradicionales en favor de otros que tienen como finalidad llevar a cabo guerras contra movimientos insurgentes, como los de Irak y Afganistán. En números brutos, el brazo militar norteamericano aumenta de musculatura. Pero sobretodo se afina donde gastar los ingentes recursos que posee la superpotencia. "Estados Unidos debe reequilibrar sus fuerzas y sus capacidades militares para hacer frente a las guerras del presente y a las del futuro", dijo Gates. Aumentan las plantillas del ejército, en concreto: el Ejército de Tierra pasará de los actuales 498.000 efectivos a 547.000 miembros y la Infantería de Marina –los temidos marines- de 178.000 a 202.000, aunque se congelan en sus cifras actuales los contingentes de la Marina y la Fuerza Aérea. Estos refuerzos de tropas (un 10% más de las actuales) costarán 11.000 millones adicionales. Además, se dota con 2.000 millones extra las partidas para equipamiento de inteligencia y vigilancia, con nuevos encargos de “dones” o aviones no tripulados Predator y Reaper, dirigidos por control remoto. Otras partidas incluyen más helicópteros para el Ejército y un incremento de la capacidad de transporte aéreo de las Fuerzas Especiales, y de los buques de asalto anfibio y embarcaciones rápidas. Los presupuestos están claramente redirigidos a adaptar al US Army a nuevos tipos de conflictos contra enemigos irregulares –guerrillas urbanas e insurgentes-, que requieren otro tipo de armamento para ser librados. Pero cambiar las concepciones estratégicas –y por tanto las presupuestarias- no se ha conseguido sin que se librara una feroz batalla en el seno del Pentágono entre los partidarios de que el Ejército más poderoso del mundo no baje la guardia en ningún terreno y siga aumentando, cueste lo que cueste, la sideral distancia que le separa de otras potencias como Rusia o China, y aquellos que someten a la institución a la cruda realidad financiera de la superpotencia.Los recortes son cuantiosos, y significan un duro golpe para muchos monopolios del complejo militar-industrial que tienen en los presupuestos del Pentágono una de sus principales fuentes de entradas. Uno de los grandes damnificados es el cazabombardero F-22, fabricado por un consorcio Lockeed-Martin y Boeing, uno de los aviones de alta tecnología que posee la US Airforce, pero que apenas ha participado en las últimas guerras. Actualmente tiene 187 aviones de este modelo, y sólo se ampliará en cuatro su número, a pesar de que las Fuerzas Aéreas situaban su número requerido en unos 250. Otro costosísimo programa descartado es el llamado ‘Future Combat System’, proyecto de modernización de los sistemas de combate del ejército. La tijera afecta también a la construcción de buques para la Armada, al desarrollo de un nuevo bombardero y a un nuevo sistema de comunicación por satélite. Las cuentas del Pentágono han de ser aprobados por el Congreso, y es más que previsible que el lobbie armamentístico presente batalla, a pesar de que no cuentan precisamente con las simpatías de la opinión pública y la situación económica avale al secretario Gates. En los medios de comunicación ya afilan sus espadas: “nos arriesgamos a enviar nuestros hijos e hijas a combatir con vehículos que son de segunda categoría, menos efectivos en combate. ¿Qué precio debemos pagar en la vida de nuestros hijos?”, insiste James Inhofe, congresista por Oklahoma –uno de los Estados de la América profunda sede de las mayores industrias armamentísticas-, aunque no se hizo la misma pregunta antes de votara favor de enviar las tropas a Irak o Afganistán. Al lado de los irritados neocon, las propuestas moderadas de la Casa Blanca del nuevo Pentágono parecen de lo más razonable. Pero son fruto sólo de la correlación de fuerzas y del cataclismo financiero.